El caso del señor Crump

Reseña del libro “El caso del señor Crump”, de Ludwig Lewisohn

El caso del señor Crump

Si hoy en día, aunque algunos(as) digan que esta es una época de libertad y bla, bla, bla, todavía te pueden censurar el cartel de un concierto, o te pueden enchironar por rapear cuatro frases mal rimadas y hasta secuestran un libro porque un alcalde supuestamente vinculado a la mafia vio vulnerada su dignidad (¡manda güevos!) en la historia que se narraba (y que, dicho sea de paso, es más “real” -la historia del libro, digo-, que la honorabilidad del señor sobre el que fraseaba el susodicho rapero), imagine usted qué podría haber pasado en las primeras décadas del siglo XX si, dentro de una sociedad (la norteamericana, en este caso) tan puritana, moralizante, falsa y fácilmente escandalizable, alguien (ósea, una editorial muy golfa) se hubiera atrevido a sacar a la luz una historia del demonio como esta: El caso del señor Crump, del novelista alemán Ludwig Lewisohn. Y enseguida comprenderá usted por qué lo digo.
 
El caso del señor Crump es una sórdida historia que, impecablemente escrita por un autor alemán muy poco conocido por estos lares y que nos presentan los amigos de Hermida Editores, fue alabada en su momento por Sigmund Freud o el mismísimo Thomas Mann. La novela nos cuenta, sin tapujos ni sensiblerías, la corrupta perversión en la que puede llegar a caer un matrimonio nacido de la unión explosiva entre lo que viene a ser el hambre y las ganas de comer.
 
Aunque al comienzo de la novela el autor hace un recorrido más o menos superficial por la historia familiar de los dos personajes protagonistas con el objetivo de mostrarnos de dónde vienen estos lodos, el grueso de la misma transcurre entre los albores de la I Gran Guerra y hasta el final de la misma, siendo este contexto un elemento principal de la novela pues puede que sea justamente en una sociedad como aquella en la que mejor encaja una historia de ficción así. En ese tiempo, conoceremos al bueno de Herbert Crump, un joven compositor de clase media-alta y con mucho futuro que, además de la ingenuidad propia de su edad, aportará a este delirio de relación altas dosis de irritante pasividad y un temperamento un tanto tontorrón, frágil y manipulable hasta la caricatura, y que le ayudará a convertirse, sin duda, en una marioneta de su esposa, en un pobre y maldito infeliz casi desde la primera página.
 
Por su parte, Anne Vilas es igual pero todo lo contrario, y una especie de mujer fatal de la época. Temperamental, manipuladora, maníaco-depresiva diagnosticada, lasciva y adicta al sexo y siempre tendente al despilfarro, Anne añade al ajuar de esta explosiva y absurda unión sacramental tres hijos de una relación anterior (a cada cual más problemático y extraño), y toda la gasolina y el caos cotidiano necesario para que la cosa pueda saltar por los aires en cualquier momento.
 
El libro, como si hubiera sido escrito por el diablo en el año 1926, fue rechazado prácticamente por todas las editoriales norteamericanas, y vio finalmente la luz en la Europa de entreguerras de los años treinta, eso sí, con un montón de tijeretazos en sus escenas más “desvergonzadas”. En 1947, veinte años después de haber sido escrito y cuando, tras Auschwitz, ya no tenía sentido lo políticamente correcto, ni los ridículos recatos ni la moralidad ni nada de nada, la historia de bajas pasiones y destrucción de Herbert Crump, ese músico corrompido por el deseo y la mentira del matrimonio, se editó por primera vez en Estados Unidos.
 
Y ahora un aviso de buen amigo: si usted lee esta magnífica novela con los ojos de la censura barata en la que vivimos y naufragamos todos actualmente, Lewisohn le parecerá de inmediato un maldito misógino, y puede que acabe abandonando el libro en cualquier cajón. ¡No lo haga, joder! ¡Es un error imperdonable! Porque, aunque a lo mejor esto que usted presupone es verdad (no nos olvidemos que estamos hablando de principios del siglo XX y que esas cosas ahora ya no pasan…), yo le quiero decir que la reflexión en torno a la novela debería ir mucho más allá, pues su enorme calidad y profundidad así nos lo pide. Por tanto, si usted se quita esas gafas sucias y deja de mirar la paja en el ojo ajeno, verá que es a las convenciones morales de una sociedad falsa y recatada, opresiva y oprimida como aquella (no como la actual, insisto…) hacia donde el autor dirige el verdadero foco de la historia y entonces verá, como lo vi yo, que este libro es tremendo, fantástico, y que lo que nos quiere decir no puede ser más actual, a pesar de haber sido escrito hace casi cien años.

¡Ah! Y si lo hace así, además, quizás descubra algunas cosas que pueden serle de gran utilidad. Por ejemplo, un manual de respuestas concisas para cuando venga su pareja con la maldita monserga del ¿todavía me quieres, amor?

O, por supuesto, que las camas de matrimonio deberían tener un solo uso.

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