El reino del lenguaje, de Tom Wolfe

El reino del lenguajeAdemás de por ser uno de los padres de aquello que llamaron nuevo periodismo, a Tom Wolfe, fallecido en mayo de este año a los 87 años, se le conocía por ser todo un provocador. No hacía falta más que ver cómo vestía para cerciorarse de que le gustaba ser el foco de atención: siempre de traje, generalmente de color blanco impoluto, chaleco y corbata, atuendo al que añadió con los años un sombrero y un bastón. Cuando abría la boca tampoco pasaba inadvertido; en su última visita a España, en 2013, para presentar la novela Bloody Miami, Wolfe dijo que el mundo se dividía «entre los que triunfaban en el patio del colegio y los que eran humillados en él». A propósito de El reino del lenguaje, la que fue su última obra, creo tener claro el lado en el que se encontraba Wolfe. Y es que el principal propósito de este trabajo es criticar airadamente a dos intelectuales de renombre: Charles Darwin y Noam Chomsky.

No obstante, la acometida del de Manhattan es bastante dispar; de hecho, pese a dedicarle casi la mitad del texto, Darwin no parece sino la excusa para acabar soltando toda la artillería argumental contra Chomsky, a propósito de su teoría de la gramática universal. Esta, a grandes rasgos, afirma que el ser humano nace con la capacidad innata de hablar, así como que todos los idiomas tienen unas raíces comunes, aunque no seamos capaces de apreciarlas. Para hacer frente a esta idea Wolfe se coloca del lado de los que opinan que el lenguaje es únicamente un artefacto, una construcción ideada por los hombres para facilitar su vida en sociedad. Pero su postura en el fondo es lo de menos: lo primordial para el histórico periodista es la crítica a los fanáticos, a aquellos que no son capaces de debatir ni de plantearse otras opciones que la que han escogido como suya. Posición en la que, por cierto, coloca a Chomsky.

El principal interés de este libro, por tanto, no radica en que proponga ideas o teorías novedosas. Lo que ofrece Wolfe, y en ese terreno han existido muy pocos como él, es un trabajo sumamente divulgativo, en el que se desglosan hechos muy relevantes, como la existencia de Alfred Wallace, el hombre que envió un manuscrito en 1858 a Darwin, el cual lo aprovechó para dar forma (por decirlo sutilmente) a su teoría de la evolución. O de los pirahã, una tribu brasileña de apenas trescientas personas que se comunica a partir de silbidos y gritos. Su lengua, como estudió Daniel Everett, carece de subordinación, lo que colisiona con la idea chomskiana de la gramática universal. Se trata de cuestiones que seguramente no sean ningún secreto para los estudiosos de la lengua, pero que resultan novedosas para el resto de los mortales y ayudan a formar una opinión más rica acerca de algo tan difícil de explicar como por qué hablamos.

El reino del lenguaje es, en definitiva, un libro de lingüística para no lingüistas y la última provocación de un tipo que a lo largo de su extensa carrera supo combinar a la perfección la información y la belleza literaria, el trazo grueso y la búsqueda del pequeño detalle que distinguiese su texto del resto. De hecho, lo que más llama la atención de este libro es que, sin tratar un tema a priori atractivo para el gran público, Wolfe consigue hacerlo ameno y asequible. Eso y la apariencia de ajuste de cuentas que en todo momento se palpa contra Chomsky. Genio y figura.

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