El Sótano de Oxford

Reseña del libro “El Sótano de Oxford”, de Cara Hunter

La faja me tiraba para atrás. Por su horroroso color naranja chillón sobre el que, en mayúsculas blancas y negras, se podía leer “MÁS DE UN MILLÓN DE EJEMPLARES VENDIDOS” y, a continuación, en un cuerpo algo menor, aunque igual de ordinario “LA NUEVA DAMA DE LA NOVELA POLICÍACA SE INSPIRA EN EL CASO REAL QUE CONMOCIONÓ AL MUNDO: EL MONSTRUO DE AMSTETTEN”. Y entonces, pensé: uffffffff… ¿478 páginas en este plan? ¿Estoy seguro de que me quiero embarcar en esta lectura? 

Vaya por delante que no le tengo aversión a los best-sellers, al contrario, soy muy fan de algunos autores, como Almudena Grandes o Stephen King, por citar solo dos clásicos actuales de aquí y de afuera. Pero que me vendan un libro por su número de ejemplares me hace sentir uno más del montón, muy poco especial. Llamadme raro, pero es lo que hay. No soy yo, son los demás. 

Hay que precisar también que, pese a que estamos ante el segundo caso del inspector Fawley (el primero encumbró a la autora con su novela “¿Quién se ha llevado a Daisy Mason?”), pueden leerse de manera independiente. 

Tampoco había nada en la sinopsis de El sótano de Oxford que me empujara a leerlo: “En un oscuro sótano, encuentran encerrados a una mujer y un niño. Todo el vecindario está conmocionado. ¿Cómo ha podido suceder? El inspector Adam Fawley sabe que, pese a que todos parecen inocentes, alguien guarda muchos secretos”. Parecía poca cosa, ¿verdad?

Pues esa es, precisamente, una de las grandes virtudes de esta tremenda novela negra-criminal. Es cierto que la historia, en principio, no es nada enrevesada y parece algo que ya te hayan narrado antes. De hecho, hay referencias muy explícitas a Josef Fritzl, el “monstruo” austriaco que mantuvo secuestrada a su hija durante dos décadas y con la que tuvo siete hijos. También al libro “La habitación”, que debo reconocer que no he leído, aunque sí he visto su magnífica adaptación al cine, de idéntico título. 

Con todo y con eso, decidí darle una oportunidad a la novela y me perdí. En el buen sentido de la palabra, aclaro, porque una vez que empecé, ya no pude parar de leerlo. Casi 500 páginas que devoré en apenas 3 días y medio. Creo que son tres los motivos que han logrado engancharme:

El primero: Una trama, como he dicho, a priori poco rocambolesca pero que, poco a poco, página a página, se va enriqueciendo, ampliando, torciendo, con nuevos pequeños giros y detalles que, cuando alcanzas el final, te preguntas cómo coño has llegado hasta ahí. Es cierto que la autora usa un par de trucos o tres que, si eres lector o lectora habitual de lo negro-criminal, destaparás enseguida. Pero ello no desmerece lo más mínimo. A ver qué autor consagrado del género es capaz de tirar la primera piedra: el que más y el que menos ha jugado al despiste alguna vez tirando de artimañas poco finas. Y míralos, ahí siguen en su Olimpo Negro. 

El segundo: Una pluralidad de voces y de narradores entre las que sobresale la del propio inspector Fawley, en primera persona, pero donde también encontramos las del resto del equipo de investigadores y algún que otro secundario más, todos estos en una tercera persona aséptica, incolora e inodora. Estos personajes van entretejiendo una red de interrelaciones entre ellos que enriquecen la trama de la investigación con unas subtramas personales, en general bastante interesantes. Mención expresa para Alex, la mujer del inspector y su anhelo por recuperar a su hijo fallecido. 

Y, sobre todo, el tercero: Una estructura altamente adictiva. No hay capítulos como tales, sino secuencias de no más de diez páginas y muy bien diferenciadas, que van saltando de un narrador a otro en función de la trama y en la que se intercalan desde noticias de prensa a wassap, pasando por transcripciones literales de interrogatorios policiales, correos electrónicos o un diario. Escritos, además, de manera muy telegráfica y visual, con una adjetivación muy escasa y con muy poco espacio para las descripciones y, menos aún, para la digresión o la divagación. Todo ello confiere a El sótano de Oxford una agilidad tremenda. Como digo, cuando te das cuenta te has devorado cien páginas en una sentada. Y lo peor (o lo mejor), es que siempre, como pasa con las drogas potentes, tienes ganas de más. 

Podría señalar algún defectillo muy menor, quizás más fruto de la traducción, como, por ejemplo, ese “que me aspen”, que suelta uno de los narradores. Creo que no escuchaba esa interjección desde las películas de John Wayne. Pero, insisto, es algo muy menor que se repite en escasas ocasiones. 

Desde luego, si alguien me pregunta qué leer durante estas vacaciones de verano para pasárselo bomba, no lo voy a dudar ni un segundo. El Sótano de Oxford te ofrece lo que te promete. Algo de lo que no pueden presumir muchas otras de su género. ¡La única pena es que sus casi 500 páginas se hacen muy muy muy cortas! Ya estoy buscando la obra anterior de la Hunter, la del primer caso de este inspector Fawley, y creo que no será la última que lea de ambos.

Deja un comentario