Flores Rojas

Reseña del cómic “Flores Rojas”, de Yoshiharu Tsuge

flores rojas

Hay un tipo de historias que me parecen únicas. Ese slice of life en el que el autor simplemente deja al lector echar un vistazo. En ocasiones miramos cuando todo ha comenzado y nos vamos cuando parece que el asunto todavía no había llegado a su clímax. Flores Rojas, publicado por Gallo Nero, recopila catorce historias de ese estilo del mangaka Yoshiharu Tsuge. Yoshiharu Tsuge, una celebridad en su país y aún por descubrir del todo fuera de él, rubricó su obra con un estilo gegika que iba de lo onírico a lo biográfico. El recopilatorio Flores Rojas resulta una excelente puerta de entrada para todos aquellos que busquen la vertiente más experimental, poética y simbólica del manga.

En Salamandra, por ejemplo, Yoshiharu Tsuge hace gala de ese tipo de narraciones donde el simbolismo deja cierta libertad de interpretación. El subconsciente del autor se transforma en la voz de un anfibio que sobrevive en las cloacas de una ciudad. Metáfora de la soledad, el individualismo y el falso espejismo de libertad que prometen las grandes urbes. La alegoría también es parte importante de la historia titulada Chiiko. En ella, un pajarillo, un gorrión de java, es la manifestación física de un matrimonio. Las alegrías, esperanzas, pero sobre todo las mentiras y la falta de transparencia entre la pareja, afectaran directamente al pájaro. El final resulta tan extraño y perturbador como poético.

Aunque lo bucólico, con un deje de melancolía, pero sin alcanzar el dramatismo, empapa cada una de las catorce historias, el humor también encuentra su cabida. Este a veces llega a través de la mirada infantil. En Primeras setas de otoño el autor elabora la relación entre un abuelo y su nieto. La voz de la experiencia de quien ya cuenta con demasiadas primaveras a sus espaldas se une a la inocencia del que lo ve todo por primera vez. Mientras el abuelo explica y relata, el nieto pregunta y se maravilla. No es difícil sentirse identificado con el insomnio que padece el crío debido a la excitación de una mañana que no llega. La conclusión de este cortísimo relato con sabor a cuento es capaz de arrancar una somera sonrisa. Mucho más gamberro resulta Velatorio. Tres trotamundos se refugian de la lluvia en la casa de una señora mayor. La única habitación libre es en la que se está velando un cadáver. En este relato Yoshiharu Tsuge se atreve con las tradiciones más arraigadas del Japón rural, ya que los tres protagonistas, vencidos por el aburrimiento, no tardan mucho en jugar con el cadáver. Las situaciones surrealistas, y de un humor marcadamente negro, muestran la capacidad de la juventud de sentirse inmortal.

En Flores Rojas la procesión de personajes extraños y misteriosos es continua. En ocasiones el misterio viene en forma de un perro que viene y va. Un cánido que sirve al protagonista de El perro del paso de montaña para abandonar su zona de confort. En otras, como en Pantano, son los humanos los que se comportan de una forma irracional. De un modo que puede incluso producir cierto desasosiego en el lector. En general, la parte que me ha cautivado más es aquella en la que el autor es parte de los relatos. Esas pequeñas historias en las que Yoshiharu Tsuge se transforma en el propio protagonista y muestra rinconcitos del Japón rural de la posguerra. La familia del señor Lee, Flores rojas (que da nombre a la recopilación) o El iglú de Ben son tres buenos ejemplos de cómo el autor, con desencanto aunque sin llegar a la desesperanza, muestra las vicisitudes por las que tenían que pasar las personas que poblaban las zonas rurales de finales de los sesenta. En Flores Rojas, una y otra vez, la complejidad y el desconsuelo de un mundo de extrema pobreza pugnan con una naturaleza rutilante y bellamente dibujada. El autor es capaz de encontrar paz y poesía en un monte Fuji que asoma tras la niebla o en todos esos pequeños pueblecitos repletos de buena aunque extraña gente.

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