La edad de la piel

Reseña del libro “La edad de la piel”, de Dubravka Ugresic

La edad de la piel


Al terminar La edad de la piel, uno de los libros de ensayo más genuinos y reveladores que he leído nunca, escrito con una lucidez y una sabiduría asombrosa por la gran Dubravka Ugrésic (recordará usted, por ejemplo, Baba Yagá puso un huevo), me he puesto a mirarme la piel y a estirármela bien hasta descubrir que la tengo totalmente seca y llena de bares. Sí, de bares, qué quiere que yo le diga… Supongo que es esta fiebre, o esta ansiedad que no se va nunca, y la sed, claro. Pero le digo que mi piel recia y castellana está cuarteada como una rueda vieja, y que en mis tatuajes ahora solo puedo ver bares. Difuminados, de acuerdo, pero reales como usted y yo. Tristes y secos. Pero vivos también, joder. Porque, como dice Ugrésic citando a Steiner en algún momento de este imprescindible libro-guía sobre la realidad y el devenir de la Europa postcomunista (y, por añadidura, de la civilización en todo su conjunto), son los cafés y los bares de Europa, esos miles de locales y establecimientos que pueblan nuestras ciudades, muchos de ellos centenarios, los que vertebran este viejo continente y, de alguna manera, constituyen una capa de su piel inmortal y configuran una historia común milenaria (y terrible).

Y le pongo este ejemplo porque de esto va La edad de la piel. De esto y de tantas otras cosas más que siempre giran en torno a esto. Y de todo ello a la vez nos habla Ugresic en este singular libro. Un libro de ideas de verdad, como los buenos ensayos. Ideas muchas veces controvertidas pero firmes y potentes. Ideas que se asientan sobre sentimientos humanistas universales. La edad de la piel es un magnífico ejercicio de observación y sincera reflexión de una autora singularísima también, que la editorial Impedimenta (¡bravo, de nuevo por ellos!) nos vuelve a traer a España para regocijo suyo y mío y de todo el mundo (o de casi todo).

La edad de la piel habla de la memoria de una Europa aniquilada y odiada. De una metamorfosis imposible, casi un esperpento. De aquello que fue, de lo que era esencial y de lo que todavía sigue siéndolo a pesar de todo. A pesar de unos pocos. Habla del olvido, de los cambios que lo transforman todo para siempre, tantas veces a peor. De que avanzar no tiene por qué ser ir hacia delante. De las mentiras que han ido configurando nuestro mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Incluso desde antes. De recordar lo que es, lo que somos y no lo que hay o lo que tenemos. De que Lenin, embalsamado incluso, también se está poniendo azul porque el tiempo pasa y ya nada es lo que parece. ¡No me diga que no es una maravilla! (Sí, de acuerdo. Lo de Lenin también).

Este no es un ensayo al uso. Este es un ensayo hecho de otros muchos ensayos. Textos breves firmados por la autora croata entre los años 2014 a 2018 que, igual que la piel de la cebolla, van dejando poco a poco al descubierto el corazón de la misma, que no es otra cosa que la Verdad Liberada y Desnuda (y jodidamente dolorosa) de los hombres, le pese a quien le pese. Es una reivindicación de nuestra última (o principal) piel. También de la vida y de la solidaridad. De la Justicia y de la inteligencia o el arte. De eso que aún sigue intacto a pesar de todo. Porque todavía hay esperanza para nosotros o los que vengan después.

Dubravka Ugresic fue un auténtico acicate de la barbarie que asoló y desintegró su pueblo en los años noventa y, ya en el exilio, siguió manifestándose desde sus textos contra la vulgaridad, el odio, la maldad y la ambición desmedida del individuo moderno. En La edad de la piel, su afilada/profunda/luminosa/certera/irónica/didáctica y melancólica voz no solo reflexiona sobre el devenir de la antigua Europa comunista de la que ella proviene, de en qué se ha convertido Croacia, sino que nos sienta delante de un formidable repertorio de hechos humanos observables (y consumados), situaciones cotidianas que actúan, de forma absolutamente increíble, como resortes de nuestra compresión del mundo. Son señales de aviso de la locura y la autoinmolación global de la que todos formamos parte. Son la alarma que activa la buena literatura frente a La Nada, frente a ese oscuro mundo que otros quieren construir y que un día fue otra cosa pero que ya no se sabe muy bien qué es.

Estamos, por tanto, ante un ensayo revelador por lo que nos toca de cerca. Uno de los mejores libros que, sin duda, leeremos durante este año y, en ese caso, usted puede hacer como yo: leer a Ugresic para cuidarse un poco la piel o, por el contrario, seguir poniéndose capas de maquillaje e indiferencia en su ceño fruncido mientras, poco a poco, el mundo se vuelve más negro y usted más azul, igual que le pasa a Lenin.

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