La pertenencia

La pertenencia, de Gema Nieto

La La-pertenenciapertenencia se abre con una muerte. Muere una madre, joven, y el dolor que provoca esa muerte se extiende por la novela entera como una silenciosa mancha de petróleo en el mar. Al principio súbita, rápida, la mancha contamina todo lo que está cerca, provocando la intoxicación de los seres vivos a su alrededor y con ello las riñas, las disputas, los cambios de humor y las discusiones. Y sin embargo sus consecuencias inmediatas no son quizá las más trágicas ni las más duraderas. Una de las cosas que nos enseña este magnífico debut de Gema Nieto (Madrid, 1981) es que el dolor, inmenso, que provoca la pérdida se convierte en el golpe de viento que desencadena la caída de un débil castillo de naipes, que después cuesta años volver a poner en pie y que nunca queda como antes.

Podría resumir La pertenencia de manera simple: una niña pierde a su madre y queda al cargo de su padre, desorientado, de su débil y alcohólico tío y de su anciana abuela. Ninguno de ellos, como ninguno de nosotros, está preparado para esa muerte temprana, así que mientras lidian con ella la niña, epicentro del relato, deambula casi sin brújula por su adolescencia y su juventud. Más allá de esta reducción simplista, La pertenencia es una compleja novela de formación, que cumple con los cánones del género (un suceso muy trágico al principio, una protagonista en proceso de aprendizaje y un trayecto vital de descubrimiento que culmina en la madurez) pero que finalmente los desborda.

Una de las habilidades de Gema Nieto es su capacidad para dotar a los personajes aledaños al principal de características particulares y únicas, bien definidas y que evolucionan durante distintos pasajes del libro. El padre, el tío y la abuela, los principales roles que en la primera parte interactúan con la protagonista, tienen voz propia, toman la narración por momentos y también los vemos recorrer un camino que, como en el caso de la niña-adolescente-mujer, está transido por el dolor. La variedad en los personajes nos hace comprender también que la muerte se proyecta hacia el futuro pero de igual manera se despliega hacia el pasado; sobre todo en el caso de la abuela es notable la amarga sensación que conlleva el no encontrar un sentido a la vida pasada, consagrada a su hija muerta, y en sus pasajes observamos la destrucción como contrapunto a la construcción de la protagonista.

Cuando estos referentes van quedando atrás, o cuando la niña llega a una edad en la que dejan de serlo (cosa que ocurre justo a mitad de la novela), toman una importancia capital los libros y las lecturas como elementos definitorios de su personalidad, junto a sus propias experiencias en solitario. Vemos de esta manera pasar a la protagonista de una etapa de descubrimiento que se nutre del exterior a otra que comienza en su interior. Y entonces el sexo, las drogas y los viajes toman las páginas y el texto pierde parte de la crudeza inicial sin renunciar un punto a su calidad.

Desde el punto de vista formal, La pertenencia es intimista e hiperrealista. Gema Nieto demuestra una notable capacidad para describir en detalle, para posar la mirada sobre los objetos que rodean la trama y establecer una impronta de cada uno de ellos, sin menoscabo del ritmo del relato. A pesar de la profusión descriptiva, la narración no se resiente y las doscientas cuarenta páginas de la obra transcurren plácidamente. Aquellos que se decidan a aventurarse en este ejercicio de memoria e introspección seguramente, valga el juego de palabras, lo recordarán durante bastante tiempo después de haber cerrado su última página.

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