La princesa prometida

Reseña del libro “La princesa prometida”, de William Goldman

La princesa prometida, de William Goldman

La historia de Buttercup y Westley es una de esas a la que se acude cuando uno necesita volver a un lugar feliz. Creo que tendría 10 ó 12 años la primera vez que vi la película protagonizada por Cary Elwes y Robin Wright, llena de aventura, sin grandes dosis de amor acaramelado, con ese Íñigo Montoya que, con rostro de Mandy Patinkin, buscaba al hombre de seis dedos que mató a su padre y que esperaba que estuviera preparado para morir… sin olvidarme de Fezzik, interpretado por Andre “The Giant” que no daba miedo, sino que me daban ganas de abrazar.

Ahora, con más de 40 años en mi haber, he leído por vez primera la novela escrita por William Goldman en 1973: La Princesa Prometida y me ha hecho encontrarme de nuevo con mis queridos amigos de la niñez, pero desde una perspectiva totalmente distinta.

Si en la película veíamos como Peter “Colombo” Falk leía a su nieto el libro de La Princesa Prometida mientras se recuperaba de una gripe, en el libro todo es levemente distinto. William Goldman plantea la historia de la siguiente manera: cuando él era pequeño se puso enfermo de gripe y su padre le leyó el libro del que estamos hablando, y cuando lo acabó, le pidió que se lo leyera otra vez. Con los años, el recuerdo de esa aventura perduraría en su memoria, pero él nunca leyó el libro por su cuenta. Cuando su propio hijo cumplió la edad que él tenía la primera vez que le leyeron La Princesa Prometida, le compró una edición y le pidió que lo leyera, pero al chico sólo le gustó el primer capítulo, el que hablaba de Buttercup y Westley, pero no siguió leyendo porque le aburrió. Sorprendido ante esta confesión, Goldman se acercó al libro (ya por aquel entonces era un reconocido guionista de Hollywood ganador de varios premios, incluido el Oscar por “Dos hombres y un destino”) y cuál fue su sorpresa que encontró un libro totalmente distinto al que él recordaba. Resulta que su padre “solo le había leído las partes buenas”, le ahorró por ejemplo las 200 páginas que hablaban del reino de Florín y de su economía y las 800 páginas que describían la vida en la corte, le ahorró todo lo aburrido. Normal que a su hijo no le gustara, pensó, este libro es un rollo contado así. Entonces decidió hacer una adaptación de La Princesa Prometida con las partes que merecían la pena. Y así, mientras leemos cómo llegó a fraguarse el libro y leemos el libro en sí, podemos leer el proceso por el que se llevó a cabo la azaña.

En cursiva y de modo aclaratorio, Goldman nos sorprende de vez en cuando con explicaciones de las cosas que se han suprimido de los capítulos. Una de ellas es el momento romántico en que Westley Buttercup se encuentran y se reconocen, justo cuando van a entrar en el Pantano de fuego. Es muy gracioso el modo en que lo explica, diciendo que “su mujer” se enfadó cuando leyó su versión de La Princesa Prometida y vio que no se hablaba de esa parte tan importante, pero es que Goldman tenia sus motivos: su padre nunca se lo leyó, no lo consideraba importante, porque los enamorados se decían las cosas cursis que se dicen cuando se reconcilian y se juran amor eterno y bla, bla, bla…

La película es una maravillosa adaptación, pero es que el libro es una maravillosa locura. Conocemos más sobre la historia de Iñigo y la de Fezzyk y eso la hace aún más bonita.

Quién no conoce la frase “hola, me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir” y no tiembla de emoción buscando una espada española hecha en Toledo para una mano de seis dedos…oh que maravilla; y la subida por los Acantilados de la locura y las RAG (ratas de aspecto gigantesco) del pantano de fuego, y el traicionero Principe Humperdinck haciéndonos sufrir con las torturas a las que somete al dulce Westley…

El pirata Roberts y sus aventuras nunca han estado más vivas que hoy. Que no decaiga nunca la alegría por leer esta historia surrealista llena de duelos con espada, ironía, humor, amor y amistad.

La Princesa Prometida editada por Ático de libros y traducida por Celia Filipetto, llega a la librerías en una edición nueva, fresca, amena, divertida, única y especial, cómo sólo puede suceder con la novela de William Goldman, le pasen los años que le pasen.

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