Las niñas salvajes

Reseña del libro “Las niñas salvajes”, de May R. Ayamonte

En ocasiones ves un libro de 600 páginas y solo por la cantidad de tiempo que crees que vas a necesitar para leerlo, te echas para atrás y no lo eliges. En el caso de la última novela de May R. Ayamonte, Las niñas salvajes, sería un error porque se lee sin levantar la vista de la página. Son capítulos cortos, directos y trepidantes. Una lectura para amantes de la novela histórica en ese cruce con la novela negra.

La protagonista, Jimena Cruz, es una mujer con carácter fuerte, independiente, que le gusta estar sola aunque un pelín autodestructiva. Ya era hora de que sea más frecuente encontrar personajes femeninos así en la novela negra. Mujeres complejas, interesantes, antiheroínas, en fin, mujeres reales. Y necesitadas de terapia, como deberíamos admitir tantas personas, y no ir de superwoman por la vida. Pero en cuanto al libro, un poquito genia sí que es. Sobre todo cuando se enfrenta al cretino de director del periódico Granada Actual, lo cual me ha provocado más de una carcajada.

Y es que la “ciudad bella” está reflejada con todo lujo de detalle. Hasta el punto de volver un poco difícil la lectura en algunos pasajes, como la propia autora reconoce. Aunque también es cierto que Contraluz ha tenido el gesto de colocar dos mapas en las cubiertas interiores. Uno de Granada y otro del barrio clave donde suceden los acontecimientos, a saber el Albaycín. Cuánta nostalgia por recorrer esas calles misteriosas con todos esos pasajes y canales subterráneos que representan las dos Granadas, la bella y luminosa frente a la oculta y podrida.

Como todas las novelas de May R. Ayamonte,  Las niñas salvajes también es una denuncia social y política a través de la narración literaria. Su primera incursión en la novela clasificada como adulta en el mercado, como personajes ya con una edad que supera los veintitantos, trata el tema de los bebés robados en esta ciudad en la década de los 70 junto con otras críticas a la Iglesia Católica y al cuerpo corrupto de la policía. Pero lo importante es que ha sabido conjugar el desarrollo narrativo con la exposición de temas relacionados con la memoria histórica y con la ausencia de resolución.

Por otra parte, el arco de personajes es muy rico, desde la protagonista Jimena con sus oscuridades como legitimarse a través del sexo y no tener amor propio ninguno, hasta la hermana Carmina profesora de religión en un colegio, creyente practicante, con talante conservador, pero que encaja perfectamente con ella como familia auténtica y no perecedera.

Por último, quiero destacar cómo ha sabido tratar el tema de la maternidad con una mujer que no quiere serlo, una que va a serlo a pesar de haberse saltado sus creencias religiosas y otra que dice serlo pero que ni tiene sangre ni ejerce como tal. No daré más datos, pero ese vínculo idealizado materno filial es mucho más complejo de lo que Bambi dio a entender. Aquí hay más de los “Apegos feroces” de Vivian Gornick, tratando además temas ausentes en la literatura canónica como la influencia del parto en la formación del carácter del bebé o la violencia cotidiana que sufrimos las mujeres en todos los ámbitos, laboral, social y relacional.

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