Los melones de la ira, de Bastien Vivès

melonessLlego algo tarde a este cómic pero, como digo a veces, más vale tarde que muy tarde. Y la verdad es que llevaba tiempo queriendo leer este título pero la vida, que es muy perra con sus cosas, y otras lecturas no me han dado paz y no ha sido hasta ahora, (con la actual polémica en Francia a raíz de la censura y retirada en dos librerías de Petit Paul, cómic del mismo autor que el que aquí nos ocupa),  cuando he recordado que tenía esta lectura pendiente. Además, como suele pasar, cuanto más prohibido o censurado está algo, más me apetece conocerlo, así que saber que Petit Paul ha sido acusado de promover la pornografía infantil simplemente porque su protagonista, un niño de diez años tiene una tranca de caballo que provoca en las mujeres con las que se cruza fantasías sexuales no puede dejar de parecerme algo cómico, gracioso, erótico, jocoso y, en definitiva, no deja de ser una puta ficción.

Miedo me da cuando lo nuevo de Vivès llegue, si llega, a una España en la que las legiones de ofendiditos deciden día sí y día también lo que es y lo que no es bueno para un país en el que cagarse en dios (en un dios sin concretar afiliación religiosa, que lo mismo puede ser hindú, nórdico, africano, cristiano, el Monstruo del Espagueti Volador…) no es solo algo que pueda ser considerado de mal gusto dicho fuera de la esfera íntima y privada, sino constitutivo de un delito tipificado en los códices inquisitoriales de aquellos tiempos en los que la Iglesia tenía (aún más) poder.

Pero vamos al grano, que me enciendo y me pierdo por el camino y llevo ya dos parrafadas sin que todavía hayamos abierto el “melón” de hoy. (Sí, todo un chistaco).

Ya desde la cubierta, un claro homenaje al famoso El mundo de Cristina, de Andrew Wyeth (que no hace adivinar el contenido del interior y en donde no aparece ni una sinopsis, tan solo una advertencia de “lectura para mayores de 18 años”), podemos establecer un paralelismo entre cuadro y portada y deducir que a esa chica,  hay algo que la está invalidando.  Si en el cuadro se trataba de la poliomelitis, aquí ese algo va no va a ser otra cosa que sus tetas. ¿Qué digo tetas? TETAZAS, PERAS DESCOMUNALES, UBRES, CÚPULAS DEL TRUENO…  Magalie es una adolescente francesa que a causa del tamaño de dichas tetas sufre unos terribles dolores de espalda. Tanto sus padres como ella y su hermano (el Petit Paul de las líneas de arriba) viven de su trabajo en una granja, lejos de la ciudad y de todas las tecnologías modernas, ya que, según el padre “la gente de la ciudad no es como nosotros. Me temo que no podremos confiar en ellos nunca”. O como dirían los Ojete Calor: La gente mala, que mala es. Sin embargo, finalmente deciden que Magalie no puede seguir así y que debe verla un médico.

Y que bien hubieran hecho si siguieran sin fiarse de los de ciudad, porque cada “especialista” que “ve” a la pobre Magalie se aprovechará de su inocencia y la hará padecer toda clase de abusos sexuales, en una sucesión creciente tanto en perversiones como en número de participantes a los que “interesados por su caso” se unirán, aparte de médicos, el alcalde, consejeros, políticos, adjunto de tesorería… hasta formar gang-bangs en toda regla.

Magalie al principio cree que lo que le hacen es raro pero, en su ignorancia, supone que es lo normal, hasta que un buen día, en plena comida cuenta con pelos y señales lo que los médicos hacen con ella…

No sigo contando porque es política de empresa no hacer nunca destripes (sí, voy a empezar a usar el palabro castellano en lugar de spoiler, que para algo lo tenemos, ¡copón!), pero la cosa sigue y merece la pena seguir leyendo.

Aunque lo que realmente da pena es la familia. Cómo se ríen de ellos, como abusan del poder los cabronazos de arriba, el episodio de la tienda de fotos… Es una familia tierna e ingenua sin caer en ñoñerías que echen para atrás.

Por otra parte, parece mentira que Bastien Vivès, con un dibujo reducido a la mínima expresión, casi como si fueran bocetos, con rostros que a veces ni tienen cara, sin fondos y con una tricromía de blanco negro y gris, pueda impactar tanto en las escenas de sexo porno duro explícito.

Sin embargo, a pesar de tener unas cuantas escenas sexuales fuertes, no lo considero como un porno dedicado a la excitación, sino, más bien a la indignación. No es lo mismo entender lo que le sucede a la chica contado en un bocadillo que verlo. El impacto no sería el mismo y creo que eso es lo que Vivès pretende en esas escenas, a las que además dedica algunas splash pages (páginas con una sola viñeta) para reforzar la impresión. Este cómic, sin las escenas explícitas de las violaciones no provocaría una reacción tan cruda, tan de rechazo en el lector, tan controvertida. Al menos, esa es mi opinión.

Los melones de la ira se lee en un suspiro. Apenas tiene diálogo y el ritmo es rapidísimo en gran parte debido a la simplicidad aparente de un dibujo que, a pesar de lo ya comentado anteriormente, no deja de tener su encanto.

Una historia corta, dura, (más aún porque compadecemos a toda la familia y la entendemos), no apta para gente sensible. Un cómic que puede confundir en una primera lectura y en la que pesará más la sensación que quede en el lector, que la propia historia que nos cuenta.

Habrá quien diga que solo es porno, y habrá quien opine que es una genialidad. ¿Y por qué no las dos cosas?

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