Los ninjas de Kôga y su código secreto

Los ninjas de Kôga y su código secreto, de Yamada Fûtarô

Los ninjas de Koga

Imagínense a Romeo y Julieta trasladados al Japón feudal, a clanes ninja rivales, esto es, rodeados de guerreros que escupen espadas, se trasforman en babosas, lanzan esputos mortales, se integran en las paredes, matan con su aliento, adquieren la apariencia de otros, se inflan a voluntad, aniquilan con la mirada, son capaces de correr 120 kilómetros diarios (tres maratones en un día, y al día siguiente otros tres, no sé si se hacen una idea) y, en fin, dominan las más sofisticadas y secretas artes del asesinato. Imaginen una historia de amor dentro de un libro de acción trepidante, de duelos, emboscadas y muertes cuyos protagonistas poseen cualidades sobrehumanas. ¿Dirían que esa historia de amor puede ser hermosa, que dos amantes abocados irremediablemente a asesinarse mutuamente pueden, entre muerto y muerto, encontrar un hueco para la belleza y los buenos sentimientos? La respuesta es sí, al menos en manos de Yamada Fûtarô, y en Los ninjas de Kôga y su código secreto el milagro es posible: tras cerrar la última página y limpiarse uno las salpicaduras de sangre la sensación que queda va más allá de la diversión, que ha sido mucha, y del interés por la época y las costumbres. Kôga Gennosuke y la princesa Oboro de Iga son unos amantes difíciles de olvidar y a la postre su capacidad para mantener su amor parece la más sobrehumana de las múltiples capacidades más allá de la imaginación que exhiben los ninjas que desfilan por estas páginas.


Hay cosas verdaderamente llamativas en Los ninjas de Kôga y su código secreto, si uno ha leído alguna otra novela ambientada en la época pero protagonizada por samurais, por ejemplo, se sorprende de las notables diferencias entre éstos y los ninjas, esencialmente en su concepto de honor ya que estos ninjas de Yamada Fûtaro no encuentran honorable otra cosa que la victoria, la eliminación del adversario, y para ello se valen de los más insospechados ardides, por bajos y traicioneros que resulten. Otro aspecto llamativo, claro está, es la descripción de las habilidades de los ninjas, cada cual su especialidad, sin que en principio tengan más en común que lo extraordinariamente hiperbólicas y fantasiosas que resultan. Yamada Fûtarô, además de escritor, era médico de formación e introduce algunas explicaciones fisiológicas a modo de  justificación de esas técnicas que exhiben los guerreros que son curiosas, aunque a mi modo de ver rompen un tanto el ritmo porque introducen un lenguaje científico que saca al lector del ambiente tan particular en que está inmerso y además son completamente innecesarias porque si uno está dispuesto a creerse que una persona puede disminuir su tamaño disolviéndose en sal, no precisa de aclaraciones acerca de la diapédesis. La fantasía en general y la de Los ninjas de Kôga y su código secreto en particular requiere de un acto de fe que el lector está dispuesto a ofrecer tan voluntaria como gustosamente, no hay necesidad de inscribir esa fantasía dentro de las coordenadas de la lógica, aunque mentiría si dijese que esos pasajes no son interesantes.
Los ninjas de Kôga y su código secreto inspiró un reputado manga llamado Basilisk, que debo reconocer que desconozco, pero viene bien señalarlo aunque sea para ilustrar lo que se va a encontrar el lector en estas páginas, una suerte de manga narrado con notable talento y un ritmo de los que quitan el aliento. Las dificultades que los nombres y toponímicos japoneses plantean a los lectores occidentales que no estamos especialmente acostumbrados a ellos las solventa Yamada Fûtarô con capítulos cortos, con frecuentes paradas y recapitulaciones que ayudan a no perder el norte. Y como viene siendo habitual, la cuidadísima edición de Quaterni cuida especialmente de orientar al lector con sus interesantes y pertinentes prólogos y notas.
De este sugestivo mundo de los ninjas tal vez merezca la pena destacar una tesis que sostiene el autor que es interesante como motivo de reflexión: en la mayor parte de los casos los ninjas caen derrotados por algún motivo consustancial a su técnica, sus puntos fuertes, aquello que de alguna forma los hace temibles, son a la vez sus puntos débiles. Una vez conocida, su fortaleza es precisamente lo que les hace vulnerables.
Para esclarecer su sucesión entre sus dos nietos, el shôgun Ieyasu Tokugawa decide que dos clanes rivales, Kôga e Iga, entre los que pesaba una orden de no agresión que sólo había servido para acumular y aumentar su resentimiento mutuo, se enfrenten en nombre cada uno de uno de los candidatos a la sucesión. Aquel que en una fecha determinada acredite más supervivientes de la lista de diez ninjas que representan a cada clan en la contienda, será el vencedor y por tanto su patrocinado se convertirá en el próximo shogun. Aunque ese extremo lo desconocen ambos clanes, que se enfrentan sencillamente por odio y por la gloria de vencer a su rival. Ocurre que los nietos y sucesores de los jefes de ambos clanes, Oboro por Iga y Gennosuke por Kôga, están enamorados y antes de que el shogun decidiera que sus familias se enfrentasen a muerte, planeaban casarse. La batalla de los clanes entre sí y de Oboro y Gennosuke con los suyos y consigo mismos, la ágil sucesión de batallas, sorpresas y giros argumentales, pone a prueba el amor de ambos jóvenes, y el resto, ustedes se harán cargo, hay que leerlo.

Andrés Barrero
andres@librosyliteratura.es

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