Los nombres propios

Reseña de “Los nombres propios”, de Marta Jiménez Serrano

Coger el tono de una reseña es como cantar. Pulsas la tecla adecuada del piano y salta lo que quieres decir. Uso la segunda persona del singular y frases cortas como Marta Jiménez Serrano, una autora descubierta en Los nombres propios, que pienso seguir leyendo. Las referencias compartidas a Oliver y Benji, al boxeo como deporte de equipo y presente absoluto, o a la abuela del Huerto, ayudan claro. La cuestión es que toca dos obsesiones mías: la posibilidad de nombrar el mundo y las múltiples voces que habitan en eso que los locos llaman “yo”. El mayor acierto de este libro es transitar por tres generaciones de mujeres, abuela, madre e hija, desde el punto de vista externo de la amiga invisible de la protagonista, Marta, que en el comienzo del texto, tiene 7 años.

Habitualmente, me suele provocar rechazo ese tono de escritura que suena a susurro. Sabes a lo que me refiero si te gusta el cine español, porque suelen ser voces que hablarían más alto, pero que al convertirse en narradoras, susurran y además sus diálogos domésticos son fantásticamente ingeniosos y redondos. La frase final en conversación con tu madre previa al cierre de la puerta de salida no tiene nada que envidiar a un guion de Woody Allen. En Los nombres propios, no rechina ni te aparta este uso de la voz narradora, que de hecho tiene mucho que ver con el cine y con esa muestra fragmentaria, mediante flashes, de lo que va pasando en la vida de la protagonista, a quien seguimos hasta los 29 años.

Por supuesto, el momento amoríos, desde la adolescencia, el rollo amigos estilo Friends y los barrios clave -para determinadas tribus y generaciones- de Madrid, Moncloa y Malasaña, son el ecosistema perfecto para que la autora te transmita ternura y casi simbiosis con la protagonista. Este libro sería perfecto para un club de lectura porque hay muchas tramas y ambigüedades que comentar. Desde la relación con su padre médico o su madre profesora, hasta la sabiduría de la abuela, quizás origen del nombre de Belaundia Fu, amiga invisible de Marta.

“No lo parece, pero es muy generoso decirles a quienes nos quieren que estamos mal, concederles la satisfacción de darnos un abrazo” (p.129)

Mi experiencia de lectura ha sido equivalente a cuando entras a una tienda con ropa bien diseñada, con telas de calidad y colores a la moda. Ves las costuras y los detalles, que demuestran profesión, en este caso, en la escritura, y que no molestan. Te lo pruebas y aunque no es tu estilo, te sientes a gusto, en este caso leyéndolo, incluso refresca recuerdos que creías olvidados, como las siestas en familia, los veranos donde el tiempo no pasa, las complicidades con amigos universitarios o las primeras experiencias con la piel ajena.

“Les hemos puesto nombres a las partes del cuerpo, pero en la caricia no hay partes, solo la piel. La piel: un nombre único para la continuidad, para el antídoto de tu ansiedad”.

Y el caso es que cuando leí el título, Los nombres propios, me imaginaba que la dialéctica iba a estar entre “propios” y “comunes”, es decir, me preguntaba ¿de quién sería el nombre propio sobre el que iba el libro? ¡Diosas! Escribir reseñas sin poder entrevistar a la autora es frustrante. Aunque en un pasaje aclara que este “propio” tiene que ver con el “apropiarse” de las cosas cuando sabes su nombre. 

“Son muchas las palabras y, como te las sabes todas, llamas a las cosas por sus nombres, usándolos como si les fueran propios desde siempre” (p.78)

Como una ya es un poco pureta y a veces un tanto “gafas”, cada vez que sale la cuestión del nombrar, vuelvo atraída como por un imán al texto poco reconocido aún de “El orden de la madre”, de Luisa Muraro. Aquí, Marta, va comprendiendo el mundo a medida que puede nombrarlo. Aunque la curiosa novedad que le señala Belanundia Fu, es que a pesar de tener nombres muy complicados como “áureo” o “helicóptero” habrá circunstancias que tendrá que vivir para luego, con suerte, poder nombrarlas. Tú ya sabrás que el singular se escapa a la posibilidad de ser atrapado por un significante. La potencia de lo único es mayor. Podría ser la vivencia de la piel, aquí.

“Te pasan las cosas antes de tener las palabras para nombrarlas -el trauma, la desconfianza, la indefensión- y por eso estás perdida” (p. 135)

Aunque los contenidos sean profundos, pues todas las abuelas mueren, y antes envejecen y enferman, y eso duele, Los nombres propios tiene pasajes muy divertidos. A carcajada limpia he estado en algunas páginas. Otra señal del dominio narrativo de Marta Jiménez Serrano, que sabe pasar de la tristeza, a la descripción poética, con picos de humor.

“- ¿Está rico?
– Está mejor el que hago yo [abuela]
Siempre que come fuera de casa dice lo mismo. Tú, sin embargo, siempre que comes fuera de casa puedes suscribir exactamente lo contrario” (p.167)

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