Malaz 9: Polvo de sueños, de Steven Erikson

malaz 9 polvo de sueñosLa ambición de la que hace gala Steven Erikson es, para el común de los lectores, casi insultante. Su capacidad para dar más y mejor en cada libro de la saga Malaz sin temer la complejidad que ello pueda conllevar es cuanto menos abrumadora. Pero gracias a esa arriesgada avidez por lo más difícil todavía, Steven Erikson nos ha regalado algunas de las escenas más potentes de la historia de la fantasía épica. Escenas míticas para el recuerdo. Escenas épicas grabadas a fuego en la mente. Escenas donde aflora lo mejor de la condición humana para decirnos con optimismo que, tras tanta muerte y destrucción, todavía hay esperanza.

¿Quién, por ejemplo, no recuerda la batalla de Capustan? En Memorias de Hielo los muertos se contaban por toneladas. Las barricadas se formaban con carne, vísceras y sangre. Escenas perturbadoras dignas de pesadilla. En Los Cazahuesos las pesadillas olían a carne quemada. El asedio a Y’Ghatan era contado a lo largo de más de 100 páginas que se leían de una sentada. Si saltamos hasta la séptima entrega de la decalogía malazana (La tempestad del Segador) en unas pocas páginas, y mediante el sacrificio de un único personaje, llorábamos, se nos erizaba el pelo de la nuca, descubríamos qué era el amor puro y la magia suprema. La mayoría de estos acontecimientos (un punto de inflexión vital para que la trama progresase con diligencia hasta el final) acaecían bien avanzada la historia. En Polvo de sueños, novena entrega de Malaz: El libro de los caídos, el acontecimiento clave sucede en los primeros compases de la historia. Un incidente que marcará el destino de todo un continente.

Un ejército sin propósito puede ser peligroso. Y de eso la consejera Tavore es consciente. Tras liberar Lether del yugo de los tiste edur y de las clases elitistas que ejercían el poder desde la sombra del propio imperio, el ejército malazano está preparado para su siguiente misión. Y ésta será revelada en una partida de La Baraja de Dragones. Naipes que ya hemos visto emplear en partidas con el objetivo de matar el aburrimiento. Pero también hemos sido testigos del poder que hay tras esas cartas. En esta ocasión el lanzamiento de cartas se lleva en secreto, con unos pocos participantes elegidos con cuidado y con Violín como principal catalizador de toda la partida. Una maniobra de adivinación para hallar el próximo objetivo que se convertirá en una partida de cartas colosal que alcanzará la magnitud de confrontación de hechicerías desatadas. Una nueva escena para atesorar y evocar cada vez que una carta pase por vuestras manos.

Más allá de las Tierras Yermas. Ese es el destino. Allí está la misión. Un viaje largo, agotador y por unos lugares remotos donde el sol y el polvo no tendrán compasión con el ejército malazano. Steven Erikson nos arrastra a una travesía agotadora, en todos los aspectos. Sufriremos, una vez más, junto a nuestros soldados preferidos. Reiremos, de nuevo, con esas novatadas (atentos al pique entre el teniente Poros y el Capitán Generoso) que recuerdan a las batallitas de la mili que nos relataba el abuelo cuando éramos unos críos. Y, por supuesto, seremos testigos nuevamente de esos actos de amistad que solo se llevan a cabo cuando has compartido sangre, sudor y lágrimas con un compañero de escuadrón. Para, una vez alcanzada la meta, dejarnos con la miel en los labios y el corazón helado. Polvo de sueños, y como el propio Erikson avisa (y se disculpa) en una nota al inicio, es el único volumen de la saga que no cierra arco argumental, llevándonos irremediablemente a un cliffhanger de tres pares de cojones y del que solamente escaparemos leyendo El Dios Tullido.

Pero cruzar las Tierras Yermas no solo será cuestión de soportar las inclemencias del tiempo, pues los malazanos se hallarán en medio de una lucha de tribus. Por un lado los akkrynnai con Cetro Irkullas al mando. Por otro, los barghastianos con el caudillo Onos Toolan intentando hacer lo correcto y renegando de un poder al que se siente atado. Situación que llevara a que la tribu se desgaje y luche entre sí. Una batalla en la que no solo estará en juego el control de un pueblo, sino también el tan necesario progreso y el abandono de algunas tradiciones brutales. Mediante la costumbre inhumana y atroz de la sanguaza que los barghastianos llevan a cabo el autor nos hace reflexionar sobre un mundo, nuestro propio mundo, regido por hombres que mutilan a mujeres en un horroroso acto de control y subyugación. Escenas de brutalidad extrema que no resultan gratuitas cuando el autor consigue su fin. El enfrentamiento entre los akkrynnai y los barghastianos también nos dejará un sinfín de monólogos interiores sobre la venganza, el propósito de vivir, el poder y la redención. Un maremágnum de reflexiones sobre la naturaleza humana que en ocasiones se convierte en una montaña escarpada en medio de una planicie.

No puedo acabar esta reseña sin antes dedicar unas líneas a los k’chain che’malle. Esa especie de dinosaurios sacados directamente de una película de Parque Jurásico pero con la capacidad de combate de los espartanos. Unos seres brillantemente representados en la portada de esta novena entrega de El libro de los caídos y de los que por fin se nos revela al completo su cometido y la estrecha relación que se ven obligados a mantener con los humanos. Cobra sentido aquella trama insulsa de Mascarroja. Conoceremos cómo funcionan las fortalezas flotantes (de manufactura casi alienígena) de esta extraña raza. Y seremos testigos de las batallas que llevarán a cabo por el primordial hecho de subsistir. Porque los k’chain che’malle pueden tener un aspecto aterrador, pero acercarse a ellos, descubrir cómo viven y cómo piensan es poner de manifiesto que no son tan diferentes de las demás razas que habitan en el mundo de Malaz.

En Polvo de Sueños (publicado por Nova) Steven Erikson vuelve a la carga ofreciéndonos imágenes que quedan grabadas a fuego en nuestra mente. Sucesos que muestran su gran capacidad como creador de mitologías pero que a su vez revelan su enfermiza obsesión por mostrarnos tanto las grandezas como las fruslerías de la condición humana.

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