Moonshadow, de J. M. DeMatteis y Jon J. Muth

moonshadow ¿Cómo puede ser que un libro del que jamás había oído hablar se convierta en mi libro favorito de todos los tiempos y en la joya de mi biblioteca? Bien, la segunda parte de la pregunta tiene fácil respuesta: cualquiera que lea Moonshadow entenderá enseguida por qué de la noche a la mañana se ha convertido en una de mis posesiones literarias más preciadas.

El verdadero misterio está en la primera parte de la pregunta: ¿cómo es posible que esta obra, publicada por primera vez hace más de 30 años, sea un tesoro desconocido para el gran público y no goce de la popularidad de otros clásicos como Maus o Watchmen? Os adelanto ya que para esto no tengo respuesta.

Moonshadow cuenta una historia donde la mezcla de memorias y ciencia ficción pueden crear una primera impresión sumamente extraña que quizá no es del gusto de todos. Pero a esos lectores con las ideas tan claras les diré que la paciencia es una virtud que nunca se recompensó tanto como con esta lectura.

Bueno, al grano. En este libro el narrador, cuyo nombre da título a la obra, nos cuenta cómo su madre, llamada Girasol, una hippy de las que iban a San Francisco con flores en el pelo, es secuestrada por los GL-Doses, criaturas celestiales en forma de esfera y con una gran boca, cuyos actos arbitrarios e inescrutables marcan el absurdo devenir del universo (podéis ver uno, con su enigmática sonrisa, en esa maravillosa portada). Girasol se despierta en el zoo de los GL-Doses, un lugar poblado por extrañas criaturas que se convierte en su nuevo hogar. Unos días más tarde contrae matrimonio con un GL-Doses y fruto de esa unión nace nueve meses más tarde nuestro héroe.

Rodeado de libros y música que toca en la flauta, y en compañía de su madre y su gato Frodo, Moonshadow pasa su infancia y temprana adolescencia recluido en ese zoo y con el sueño de conocer el exterior. Su madre intenta disuadirle de ello, pues sabe que allí afuera, “te harán daño (…) te romperán el corazón”.

Sin embargo, al cumplir los 15 años recibe la visita de su padre, quien le informa de que ha llegado la hora de hacer lo que nunca nadie hizo antes: marcharse del zoo. Moonshadow, por supuesto, obedece, pero se lleva consigo a su madre y a Ira, una especie de cínico monstruo de Barrio Sésamo que no piensa en otra cosa que fornicar y tirarse pedos. Todo esto suena extraño, sí. Y aún no hemos llegado a la página 40 de las 500 que tiene este libro y que, si por mí fuera, podrían llegar a las 5000.

Lo que empieza a partir de ese momento se puede describir de dos formas:

un viaje alucinante repleto de aventuras y personajes extraordinarios nacidos de una imaginación sin límites

o

la historia de un chaval de 15 años ante el mundo.

Y no se trata de elegir entre una u otra, porque, ¿qué es la vida de un chaval de 15 años ante el mundo sino un viaje alucinante repleto de bla bla bla? Precisamente la sensación que este lector ha tenido al recorrer estas páginas supuestamente extrañas es la de “yo también he visitado ese planeta, yo también me tuve que enfrentar a ese terrorífico monstruo, yo también fui cautivo de ese tirano y también a mí me salvaron segundos antes de que me ejecutara”.

Pero Moonshadow es muchísimo más que un inolvidable y estremecedor retrato de nuestra adolescencia. Para empezar, y aunque estemos terminando, es, en términos estéticos, una auténtica obra de arte. Las ilustraciones, espectaculares acuarelas a cargo de Jon J. Muth, imprimen al fantástico mundo interplanetario que describe el autor justo el aire de nostalgia y lirismo que desprende la obra, y son de una belleza abrumadora.

Y por otra parte,  por las páginas de Moonshadow desfila, a través de referencias explícitas o de presumibles influencias, una selección de la historia de la literatura, desde los clásicos griegos hasta, ¿por qué no?, las canciones de David Bowie (¿no tiene este Moonshadow mucho de Ziggy?), pasando por el teatro del absurdo y, sobre todo, los románticos ingleses. Moonshadow es, pues, también un emotivo homenaje en el que el narrador, hoy un anciano, agradece la ayuda de, entre otros, Cervantes, Shelley u Homero , con quienes, junto al peludo pedorro Ira,  consiguió por fin “despertar” a la vida. Nada más y nada menos es lo que nos cuenta esta prodigiosa novela gráfica.

 

 

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