Mundo hormiga

Reseña del libro “Mundo hormiga”, de Charlie Kaufman

Mundo hormiga

Por qué vengo a hablarle hoy de la primera novela de un cineasta norteamericano de cierto éxito, de un mamotreto de novecientas treinta y ocho páginas escrito por un tipo extraño y desvariado al que muchos consideran ya (y otros tantos lo harán inmediatamente tras leer este libro) un payaso, un friki sin remedio o un peligroso demente que debe estar abusando de la química (o del azúcar) cuando se pone a escribir es una cuestión que, sin embargo, tiene una respuesta muy simple y que podría ser, más o menos, esta:

Porque hay otros muchos que, como yo (y estoy seguro que como usted), cuando sacan veinte o treinta euros del bolsillo para comprar un libro, piensan, más o menos, cosas como estas:

  • Que el mundo de la creación estrictamente literaria está necesitado (quiero decir: muy necesitado), de algo diferente (y usted, si quiere concretar ese algo diferente, cámbielo por aquello en lo que está pensando justo cuando cierra el infumable libro que está leyendo en este momento y entra, sin remedio, a perderse media hora en Instagram. O cuando enciende apesadumbrado la puta televisión para vivir en el mainstream de pacotilla y esconde su aburrimiento tras los gritos que se oyen en Telecinco o en GolTV (por utilizar ciertos tópicos que tengo más a mano y no hablar directamente de masturbación).
  • Que somos, usted y yo, ese tipo de personas a las que les excita afrontar lecturas exigentes. Que se motivan cuando se adentran en esos libros que requieren de lectores/as/es tan activos/as/es, atentos/as/es y participativos/as/es (y sexys) como usted y yo. De lectores/as/es críticos/as/es, que observan con atención y se comprometen con un texto de cierta calidad (ya hemos hablado alguna vez de lo que significa para nosotros esta otra palabra pero ya sabe usted que hay gente para todo, incluso cuando eligen la carne que le dan a sus hijos). Lectores/as/(¿?), como digo, que juzgan lo que están leyendo y no al revés. Que escuchan y que saben descubrir a los/las/les impostores/as/(¿?). Lectores /as/(¿?) que se posicionan, que quieren interpretar lo que leen y confrontarlo con lo que viven y con lo que piensan sobre lo que viven. Lectores/as/(¿?), en definitiva, que se transforman un poco con la lectura de este tipo de libros, editados contra viento y marea por editoriales independientes como los amigos de Barrett y que se venden en librerías de barrio, independientes del totalitarismo liberal de Amazon.
  • Que nos gusta el arte por el arte. Sin más. El arte como expresión de la vida, del ser humano. Esa manifestación personalísima, única e imperecedera de una persona que está viva, de una mente que piensa y de un ser que mira, siente y padece, a su manera, el mismo mundo en el que estamos nosotros. Y lo disfrutamos como tal y sin prejuicios.
  • Que, respecto a los mamotretos como este tenemos muchas reticencias, pues hay una cosa que está muy clara (dos cosas, mejor dicho):
  1. el tiempo es oro. Hay mucho que leer, pero no todo va a ser follar.   
  2. muchas veces (muchísimas) un libro de ciento diez páginas es (literal y literariamente) más grande que un novecientos. Pero este no es el caso. Porque, aunque partamos de esta premisa, usted y yo sabemos que existe, por el contrario, otro hecho no menos importante y que nos chifla experimentar: que, de repente, descubramos que estamos ante novecientas páginas (¡novecientas, ni más ni menos!) de buenísima y novedosa y exigente y surrealista e irreverente y profunda literatura y que, como eso parece que va a durar, empecemos a tener una sensación parecida (dicen los que visitan esos sitios) al hecho de llevar puesta una pulserita mientras veraneamos en cierto resort tropical y, al pasar cerca de la barra del bar de la piscina, nos acordemos, de repente, que el resto de la familia está durmiendo plácidamente la siesta en la habitación). Ah! Y juro que no hablaré aquí de David Foster Wallace y de La broma infinita, pues eso me lo guardo para una próxima reseña. Pero sí añadiré que tiene mucho mérito (muchísimo) conseguir que un libro tan gigantesco y descomunal como este te enganche hasta el final. Y más mérito aún que te haga pensar cada dos por tres sobre aquello que estás leyendo casi alucinado. Y ya ni le cuento si además le divierte tanto a uno y le lleva, incluso, hasta la inevitable carcajada cuando, por poner algún ejemplo, un indefenso Donald J. Trump (Trunk) acaba siendo sodomizado por un robot idéntico a él y que alguien le ha enviado a la Casa Blanca de regalo. ¡Oh, yes, Donald! Make America great… ¡yes, very very great, my darling!

Sin embargo, hay un sencillo pensamiento de tipo asociativo y nada sofisticado (y solo posible en la cabeza de gente intelectualmente poco agraciada como yo) que podría decantar la balanza hacia Mundo Hormiga sin recurrir a razones tan personales (y, por lo tanto, inservibles para los más despiertos como usted) como las que he incluido anteriormente. Y es este otro:

Las películas que he visto de Kaufman (Olvídate de mí, Confesiones de una mente peligrosa, o Cómo ser John Malkovich), ya sea en las que ha participado directamente como director o en las que ha sido el principal guionista, me han gustado bastante. Así de simple.

Por lo tanto, y continúo con la asociación:

¿Por qué no se va a dejar alguien los treinta euros que se habría gastado en cerveza viendo al (¿Barça?) perder de nuevo, en la primera y monumental novela (de título (y portada) tan sugerente como esta) que ha escrito un tipo que, coincidiendo conmigo, hace películas tan interesantes y surrealistas y divertidas?

Porque las historias de Charlie Kaufman (y ya le digo: esta novela no es la excepción) siempre tienen ese algo del que hablábamos más arriba, ese algo que las cubre de extrañamiento, de surrealismo y las convierte en un auténtico disparate lleno, sin embargo, de humanidad. Ficciones plagadas de fantásticas e imaginativas metáforas bajo las que se esconde siempre una inteligente parodia, una profunda crítica o, al menos, una visión personal y audaz del ya de por si extraño mundo en el que vivimos.

Kaufman es cojonudamente fresco, irreverente e iconoclasta y Mundo hormiga es un fantástico dislate que va directo a nuestra conciencia como seres humanos-hormiga disparatados. Esta es una novela estrambótica, desternillante, compleja y profunda hasta lo impensable. Una poética y alocada reflexión sobre los recuerdos que configuran el mundo de cada persona, sobre nuestros actos y nuestra propia historia personal, sobre la creación o sobre el arte y el cine en particular. Sobre los límites entre la realidad y la ficción. Sobre los insondables mecanismos de nuestra mente. Es una novela cinematográficamente kaufmaniana. De imágenes y secuencias reconocibles. De diálogos. Pero también es una novela sobre el amor, la soledad, la incomunicación y la incomprensión de nuestros tiempos. Sobre el dinosaurio de la sociedad capitalista que nos engulle y un esperpento de sus aspectos más tragicómicos.

Mundo hormiga es, por tanto, un libro sobre extraños seres haciendo cosas extrañas que, milagrosamente, cobran todo el sentido ante nuestros ojos. Hormigas, hombres, mujeres o seres humanos no binarios, qué mas da eso. Seres de mentira o seres de verdad recorriendo los pasadizos de la mente de otros tan absurdos y únicos (y solos) como ellos.

Aquí hay películas que duran tres meses, hipnotizadores, animales que hablan y un Donald J. Trunk sodomizado por un robot que no puedo quitarme de la cabeza.

Aquí están los diferentes niveles de la imaginación y de la vida puestos a centrifugar juntos.

Aquí, las surrealistas galerías de un mundo ficticio que bien podría ser el real. O justamente al contrario.

Mundo hormiga es una puta maravilla que alguien ha escrito que podría haber firmado Thomas Pynchon, pero no he sido yo.

Mundo hormiga.

O cómo conseguir que la vida (y la literatura) sea algo más que una aburrida stop motion.

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