Nadie se va a reír. La increíble historia de un juicio a la ironía

Reseña del libro “Nadie se va a reír. La increíble historia de un juicio a la ironía“, de Juan Soto Ivars

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La verdad es que empecé a leer este libro de Juan Soto Ivars con una idea equivocada. Debido al título, Nadie se va a reír, y al subtítulo, La increíble historia de un juicio a la ironía, no sé por qué, había asumido que analizaría diversos casos en los que se había enjuiciado a personas que habían usado el humor para hacer una crítica social o, simplemente, reírse un rato. En los últimos años, ha habido más de una denuncia por un tuit, un chiste, una viñeta o una canción, y qué decir de cómo arden las redes en cuanto se dice algo que incomoda a alguien, independientemente de la intención que haya detrás. Pero no, Nadie se va a reír. La increíble historia de un juicio a la ironía no era un recopilatorio de esos casos. Aunque se mencionan algunos, realmente se centra en un solo juicio, el de Anónimo García, que creó en 2013 Homo Velamine (una revista entregada a la performance ultrarracionalista) y fue acusado en 2019 por parodiar el episodio mediático más sensible de la última década (no mencionaré cuál para no condicionar la lectura).

Nadie se va a reír. La increíble historia de un juicio a la ironía profundiza en la figura de Anónimo García —al que Juan Soto Ivars metió en su casa para conocerlo de primera mano— y en la sucesión de acciones que desembocaron en un juicio de lo más kafkiano. Yo, la verdad, nunca había oído hablar de este hombre ni de su grupo —al menos, no lo recordaba—, pero protagonizaron puestas en escena como hacer creer que un cura y dos monjas habían ido al congreso de Podemos para apoyar a Pablo Iglesias, que los hípsters tenían como referente a Mariano Rajoy o que el Ayuntamiento de Manuela Carmena iba a demoler los edificios feos para mejorar la estética de Madrid. En definitiva, ponían el foco en quienes no se cuestionaban sus propios dogmas: con su forma de reaccionar ante las provocaciones, se retrataban.

Que el libro trate de un caso concreto que yo no conocía no ha disminuido mi disfrute. Juan Soto Ivars tiene una prosa ágil, afilada y elocuente y ha sabido hilar los acontecimientos para que entendamos el contexto y las consecuencias. Aunque muestra su punto de vista, lo hace de manera argumentada, lo cual se agradece y es coherente con el conjunto de la obra.

Con el caso de Anónimo García, al que acusaron por algo que no existió y que nunca iba a existir basándose en la lectura literal de un mensaje irónico, nos hace reflexionar sobre el punto al que hemos llegado como sociedad: se persiguen las ficciones (ya sea en un juzgado o en las redes). Lo verificable pasa a segundo plano y pesan más las interpretaciones. ¿Qué separa, entonces, la verdad de la mentira? ¿Acaso está bien vista cualquier crueldad o ataque desmedido si se respaldan con una buena causa?

Nadie se va a reír. La increíble historia de un juicio a la ironía ha sido una grata sorpresa. No me esperaba que me gustase tanto y me parece una lectura altamente recomendable porque, en este mundo donde impera la desinformación, cada vez es más fácil que seamos víctimas de la ironía. En una vez me dijeron que usar y entender la ironía era señal de inteligencia. Espero que libros como este sirvan para que nunca perdamos —o recuperemos— esa capacidad.

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