Nueve cuentos, de Juan de Salgado

Nueve cuentosVamos a jugar a un juego. Yo os digo una palabra y vosotros pensáis en otra, la primera que se os venga a la mente. Si yo os digo libro, ¿qué pensáis? Otra: león. Una más: coche. Y si ahora os digo… no sé, por ejemplo… cuento. ¿Qué es lo primero que os viene a la cabeza si os digo la palabra “cuento”? A mí, sin lugar a dudas, niñez. Eso es lo que pienso. O, más bien, recuerdo. Me veo a mí misma metida dentro de una mullida cama, con las mantas tapándome casi hasta la nariz y a mi abuela contándome mi cuento preferido. ¿Sabéis cuál es? El de los siete cabritillos. Ese en el que una mamá deja a sus siete hijitos en casa mientras se va a trabajar y un lobo intenta entrar engañando a los pequeños. Eso es lo que se me viene a la mente cuando oigo la palabra “cuento”. No sé qué habréis pensado vosotros, pero probablemente (me apostaría lo que fuera) palabras relacionadas con la infancia. No podemos evitar pensar que los cuentos son cosas de niños, historietas que se crearon para que Morfeo se llevara a los más pequeños de la casa cuando ningún otro remedio funcionaba. Es natural. Es lo que hemos aprendido desde pequeños y, por lo tanto, es la reacción lógica.

Pues bien, tanto Juan de Salgado —escritor de Nueve cuentos— como yo, estamos aquí para intentar que ese primer pensamiento que se os viene a la cabeza cambie por completo. Con este breve pero intenso libro, este escritor nos trae nueve grandes historias envasadas en un formato muy pequeñito. Como diría mi madre: “los mejores perfumes vienen en tarro pequeño”. Son tramas que nada tienen que ver entre sí, que bien son narradas desde un punto de vista realista, como desde uno fantástico. Son historias con personajes muy dispares que vienen a nuestras vidas durante unos breves minutos para contarnos algo de ellos. Y, algunos, para quedarse.

Todos los cuentos tienen algo en especial, cada uno es único a su manera, pero no he podido evitar sentir predilección por uno en concreto. Me ha gustado muchísimo el último cuento, donde la ciencia ficción es la gran protagonista. Pero encontramos también historias muy realistas que bien podrían pertenecer a nuestros abuelos o a un colega de esos de barra de bar. Son diversas, lo que significa que unas llegan más al lector que otras, dependiendo del tipo de persona que esté detrás del libro. Hay otro cuento, el del abuelo de debajo de la escalera (solo os voy a decir esto, no os voy a contar de qué va, para que tengáis que leerlo si queréis saber qué significa) que me ha llegado al alma. Esto me ha hecho ver que Juan de Salgado a veces es tierno, otras veces rudo, otras imaginativo… y eso es algo que deberíamos apreciar como se merece. Saber ser tantas personas diferentes —en concreto, nueve— en tan poco espacio de tiempo, es para quitarse el sombrero.

En cuanto a la técnica narrativa que usa este escritor, digamos que es digna de mención. Es muy directo y conciso con lo que quiere decir, pero a la vez utiliza una prosa delicada y muy bonita, de lo que nace una mezcla perfecta. Tanto es así que, son varias las frases que he apuntado en mi libreta de “frases de libros”, a la que luego recurro cuando quiero poner una nota original en mis fotos de Instagram. Vale, ya os he contado mi secreto. Y ya que os lo he contado, os dejo por aquí unas frases para que podáis usarlas como pie de foto o como más os convenga:

“Más tarde me dirías que mi ventana también significó algo para ti. Pero ahora había una brecha de irrealidad que salvar. Con gusto me hubiera olvidado de la civilización de abajo, y armado un puente de cuerda entre los dos acantilados, una aventura selvática que nos uniera por encima del mundo. La realidad encontró una manera diferente y mucho más sencilla de llamar a la puerta, pero esa memoria no me consuela ahora”.

“Mi vecino, Justo Berramán, justificaba su adicción a la bebida leyendo a Edgar Allan Poe, con la oportuna lógica de quien cree que toda locura conduce al genio”.

 Y, mi favorita:

“-Nene, ten cuidado con las olas, que te van a tumbar el castillo-, le dijo. El niño le contestó sin levantar la mirada, -hasta aquí no llegan-. Sintió la respuesta como si lo dejaran de lado y replicó, -puede que lleguen, la marea sube-, sin recibir esta vez respuesta. El niño lo estaba ignorando, no le cabía duda. Marcelo se arrodilló junto a la obra y asesoró, -aquí podría haber una ventana-. El niño suspiró y dijo concluyente, -cuánto hace que no construyes un castillo-.”

Lo de la narrativa breve es algo que a mí siempre me ha llamado la atención. No son pocas las veces que me he presentado a algún concurso en el que había que mandar algún texto de este tipo y muy pocas veces (en concreto dos), he resultado ganadora. Y eso demuestra una cosa muy importante, y es que es muy difícil hacer narrativa breve. En una novela hay tiempo y espacio para poder profundizar o no en determinados aspectos de la trama. El escritor puede elegir cuándo darle intriga, cuándo paralizar la historia, cuándo avanzar a pasos agigantados… hay cientos de páginas para jugar y sentirte como si tuvieras en tus manos un títere al que puedes hacer moverse a placer. En cambio, cuando hablamos de narrativa breve, la cosa cambia. Y mucho. En muy pocas frases tienes que darle al lector lo que necesita, y además sabiendo mezclar todo lo que antes he mencionado, de una manera magistral. Para mí, dedicarse a ser escritor de relatos me parece muchísimo más complicado que serlo de novela. Una novela te atrapa o no. Te gusta o no. Pero el relato… tiene que darte algo más. Estamos hablando de que los cuentos de este libro tienen muy, pero que muy pocas páginas. Por lo que con las mínimas frases, el escritor tiene que llegar hasta el lector y, encima, transmitirle algo. Y ese algo tiene que ser suficiente como para que el lector termine el relato y piense: “¿qué acaba de pasar aquí?”. Me encantan los cuentos que terminan con un final de esos que te dejan de piedra, o que hacen que te estremezcas por dentro, o que los termines y te sorprendas con una sonrisa en la cara… y Nueve cuentos, por lo menos conmigo, lo ha conseguido.

Y dicho todo esto… si te digo la palabra “cuento”, ¿sigues pensando que es cosa de niños?

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