Presentación de “La noche de los tiempos” de Antonio Muñoz Molina

Presentación de “La noche de los tiempos” de Antonio Muñoz Molina

 

Antonio Muñoz Molina
Uno de diciembre, tarde de lluvia en Donosti. Unas 150 personas se vuelven hacia la puerta de entrada, cada vez que un nuevo asistente se incorpora al acto, yo entre ellos, esperando la aparición de Antonio Muñoz Molina. Algunos sólo lo reconocemos por fotos, que, como este mismo autor observa  precisamente en “La noche de los tiempos”, permanecen estáticas, invariables, mientras que nosotros, simples mortales, nos vemos sometidos con tal celeridad a los desgastes del tiempo, que resulta realmente dificultoso reconocer a alguien que sólo se ha contemplado en una de estas láminas engañosas.

Así, que, cuando un señor rondando los 50, con barba algo cana, y gafas de montura negra, traspasa el umbral, nos detenemos a contemplarlo, evaluando si irradia el aura de un escritor prestigioso, que reside en Nueva York, que ha dirigido el Instituto Cervantes de dicha ciudad, casado con otra reconocida escritora, Elvira Lindo, y no separamos nuestros ojos de él hasta que finalmente toma asiento, disculpándose al tener que levantar a los que ya se hallaban sentados, para acceder a uno de los escasos asientos libres.

En esos instantes, una puerta lateral, en la que nadie había reparado hasta entonces, se abre discretamente, y como alumno que llegase tarde a una lección magistral, Muñoz Molina, precedido por el periodista que moderará su intervención, avanza hacia la consabida mesa, botella de agua y libro bien expuesto para que todos alcancen a ver y recordar su portada.

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Muñoz Molina comienza hablando de aquel invierno del 79 que pasó haciendo “la mili”  en el cuartel donostiarra de Loiola, como un joven soldado que se encerraba en un despacho a escribir, soñando con ser novelista algún día, y lo curioso que le resultaba volver 30 años después a presentar su obra. Aunque el periodista que se sienta a su lado, trata de no salirse del guión y darle un aire más formal, casi ceremonial al acto, Muñoz Molina, con su sencillez de maestro a la antigua, logra sin esfuerzo aparente la complicidad de todo el público, recibe con expectación cada pregunta, como si la opinión de cualquier asistente fuese tan ducha como la del Sumo Pontífice de las Letras, y contesta siempre desde la sorpresa, una sorpresa tan genuina, tan ingenua, que sólo puede darse en aquellos que se detienen a contemplar la vida, el pasado, a los seres humanos, como un gran ejercicio de reflexión.

Antonio Muñoz MolinaAlzo la mano, noto cómo se me acelera algo el pulso hasta que el moderador me señala, y entonces, le pregunto sobre cómo se plantea la estructura de la obra, si hace un esquema general previo, o si la obra se va autorrevelando a medida que va siendo escrita, instando a seguir nuevas tramas y desarrollar a ciertos personajes que antes sólo eran sombras.

“Decididamente la segunda”. Y se lanza al relato iluminado de cómo una tarde poco productiva, cuando ya se encontraba preparando la cena, reparó en un simple tenedor, y pensó, que gran invento el tenedor, y a partir de ahí surge un personaje de la novela, que empezó ocupando poco espacio en ella, hasta acaparar casi la mitad de la misma, un profesor de diseño que encomia a sus alumnos a centrar su atención en los objetos más simples,  o más bien, en aquellos a los que estamos más acostumbrados y que nos resuelven tantos asuntos prácticos en nuestro día a día, como una mesa o un vaso.

El mismo protagonista de “La noche de los tiempos” es un arquitecto  que parte de Madrid en el verano del 36, y desde su precaria situación en Nueva York, no puede dejar de admirarse ante la grandeza del paisaje natural y artificial del Hudson, mientras que en España, simultáneamente, tantas personas, tantos recursos y tanta sangre, se emplea en una devastadora tarea destructiva.

La facilidad con que se destruye lo que cuesta tanto tiempo y esfuerzo construir junto a otras reflexiones en absoluto ostentosas, pero que inevitablemente pusieron de manifiesto el extenso bagaje cultural del autor, producto inevitable de una curiosidad voraz, hizo que el tiempo destinado al acto hubiese de terminarse, pero la amabilidad de este gran autor se extendió a detenerse a atender a cada uno de los lectores que rápidamente formamos una gruesa fila con nuestros ejemplares bajo el brazo, ávidos de una dedicatoria, mostrándose tan cercano, tan profundamente humano, que resultaba irresistible salir con el deseo imperioso de sumergirse en su novela y seguir conversando con Antonio Muñoz Molina

Eva MMJ

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