Quemando Cromo

Reseña del libro “Quemando Cromo”, de William Gibson

quemando cromo

Hay un elemento en la narración de William Gibson que, a mi parecer, sobresale por encima de todas las demás virtudes de las que goza: la capacidad de retar al lector para poner a trabajar su imaginación al máximo. Lo abstracto, lo que solo tiene luces, formas y colores porque su existencia es de una complejidad onírica inunda una buena parte de sus relatos cortos así como de sus libros. En La trilogía del Sprawl (Neuromante, Conde Cero y Mona Lisa Acelerada) ya pudimos asistir a ese complejo mundo que existía más allá de los ordenadores, ese ciberespacio en el que los hackers ejercían de cuatreros, justicieros o canallas. En Quemando Cromo (publicado por Minotauro) volveremos a ese espacio conceptual, así como a nuevas y extrañas ideas, a través de diez relatos que fueron publicados en antologías o revistas especializadas de la época. Algunos de estos cuentos, como Johnny Mnemónico o Quemando Cromo (que da nombre a la antología) fueron ideas seminales, con un desarrollo más que complejo, de lo que acabaría dando como fruto la trilogía antes mencionada.

El primero de los relatos es probablemente el más conocido de ellos debido a la adaptación cinematográfica de los noventa en la que Keanu Reeves ejercía de protagonista. Con todo, película y relato comparten poco más que el título y la idea principal. Y esta es que Johnny Mnemónico es un traficante de información, datos y programas informáticos encriptados que transporta dentro de su cerebro. Cuando entren en acción las mafias y otros grupos de los bajos fondos en busca de lo que Johnny tiene en su cabeza este tendrá que huir y buscar respuestas en un mundo donde lo humano se confunde con lo tecnológico. Lo pulp y lo noir son dos constantes en las narraciones de Gibson que siempre adereza con esa tecno jerga que moldea un mundo lleno de posibilidades donde el humano intenta trascender a toda costa a pesar de medrar en lugares donde las injusticias sociales están a la orden del día. Los lugares más chungos, donde las clases populares se dedican a trapichear, son el telón de fondo de Quemando Cromo. Dos vaqueros de la era del ciberespacio unirán fuerzas para dar el atraco de sus vidas. Los villanos se convierten en justicieros cuando el asaltado resulta ser un criminal de cinco estrellas. Pero la historia deriva mucho más profunda y explora la necesidad del humano de escapar de la miseria a toda costa, aunque eso signifique arriesgar lo poco que le queda en la vida, o incluso la propia vida.

Este volumen también reúne algunas historias extrañas que se alejan un poco de lo cyberpunk para dejarnos en brazos de un tipo de ciencia ficción enigmática e incómoda. La especie autóctona, por ejemplo, que escribió junto a John Shirley, relata el encuentro, de aire místico, de un humano obsesivo con una extraña y amorosa raza extraterrestre. Lo que empieza como una novela negra con un remedo de investigador privado explorando garitos con todo tipo de parroquianos, acaba por resultar un relato lovecraftiano donde tentáculos y seres que se mimetizan entre la raza humana acaban de enfriar un relato que nunca llegó a estar tibio. William Gibson también explora la ciencia ficción más clásica en El continuo de Gernsback, con una narración que se convierte en una crítica a esos mundos perfectos que algunos autores clásicos imaginaron en una era más ingenua, dando como resultado un relato extravagante que rápidamente se pierde en la memoria.

Más allá de una imaginación sublime, de esa capacidad para crear videojuegos de realidad aumentada cuando el autor todavía vivía en la era de los 8 bits, o de mostrar un trasfondo geopolítico que hacía más plausible su obra, más allá de tramas totalmente desordenadas (una entropía narrativa que, en cuanto te acostumbras, es una gozada) William Gibson demostró con algunos de los relatos de Quemando Cromo que podía llegar a lugares de la condición humana de difícil acceso. Traspaís y El mercado de invierno son dos cuentos muy diferentes entre sí unidos por una profundidad filosófica abisal que explora el transhumanismo, la necesidad de encontrar respuestas a esta vida así como algún sentido. Si Traspaís nos lleva al espacio profundo y más allá de él, a través de una especie de agujero negro que resulta un misterio, en El mercado de invierno exploramos la capacidad creativa de las personas mediante máquinas capaces de extraer la mismísima esencia de los sentimientos. Dos relatos de una complejidad abrumadora, que en algún momento ponen en jaque la imaginación del lector pero que tras leerlos y releerlos, después de acostumbrarte a esa sensación de nostalgia y de innocuo vacío existencial, certifican las grandes dotes narrativas de William Gibson.

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