Todavía seguimos aquí, de Esther Safran Foer

Todavía seguimos aquíEste es un libro profundamente conmovedor y lo es por dos motivos completamente diferentes, uno es la gran epopeya histórica que es inseparable de la historia personal de la familia protagonista, la otra es literaria, o metaliteraria. Esther Safran Foer es la madre de Jonathan Safran Foer y este libro bien podría ser la parte documental de su magnífica novela «Todo está iluminado», y para un amante de la literatura resulta terriblemente gratificante no sólo conocer los detalles detrás de un libro que le gustó, sino comprobar como ese mismo libro influyó en la realidad, por otro lado bastante desconocida, en la que se basaba. Porque la historia de la familia Foer en la que indaga Todavía seguimos aquí no es la misma antes y después de la publicación de la novela.

Pero vayamos por partes. Tras leer este libro estoy relativamente convencido de que quien no lo haya vivido no puede hacerse una idea ni tan siquiera aproximada de la profundidad de la herida que el holocausto dejó en el pueblo judío. O tal vez no sea cuestión de haberlo vivido o de ser familiar de una víctima, sino que sea necesario sentir algo que dice la autora, que para el pueblo judio no es importante el concepto de la historia, sino el de memoria. La lucha de una familia por conocer la historia, en gran parte desconocida, de sus antepasados, no se puede entender de la misma manera sin esa especial relación con la memoria. Y el testimonio que en ese sentido da Todavía seguimos aquí es tan ilustrativo como emocionante.

Esther Safran Foer merecería una reconocimiento aunque fuera por su capacidad para cartografiar su propia familia de forma tan exhaustiva, algo que no resulta especialmente sencillo en condiciones normales cuando más en el caso de familias que han sufrido hecatombes y que tienen partes desconocidas de cuya existencia únicamente se conoce eso, que existieron. Uno de los muchos regalos que consiguió la autora gracias a la investigación fue conocer el nombre de su hermana, hija de un matrimonio anterior de su padre y de la que únicamente sabía que en algún momento existió y que fue asesinada.

Todavía seguimos aquí viene a ser un homenaje a la familia, a quienes se quedaron con el camino y en su caso en homenaje es doble, uno porque están aquí en el sentido de que han sobrevivido y otro porque los recuerdan y honran su memoria. La memoria es, una vez más, un concepto que en este libro adquiere una dimensión de la que, sinceramente, deberíamos aprender en un país en la que hasta la memoria milita y no precisamente en el bando del afecto. La autora hace un ejercicio de memoria particular y colectiva y pese a que tenga dimensiones realmente históricas ya que vuelve a poner en el mapa una población completamente desaparecida tanto de las crónicas como de la propia geografía, y es un ejercicio realmente doloroso, pero en último término es un ejercicio de amor a los suyos. La reivindicación histórica está ahí, por supuesto, pero ella no va a Ucrania a escribir un ensayo sobre las víctimas del nazismo sino a encontrar cuanto rastro pueda del pasado de sus seres queridos, a honrar su memoria, a entonar el kadish en los lugares en los que vivieron y murieron. 

El asesinato de las personas es lamentablemente irreversible, pero Todavía seguimos aquí nos enseña que del de los pueblos, del de la memoria sí que se puede volver. La población de Trochenbrod fue masacrada, el pueblo arrasado y convertido en tierra de cultivo y sus referencias borradas de las crónicas oficiales, pero existe hoy más gracias a los libros de los Safran Foer que antes de su publicación y eso es una conmovedora victoria del amor y de la literatura frente a la barbarie. 

Uno de los objetivos de la autora es identificar a una familia de cristianos que salvó la vida a su padre tras la guerra y no sólo porque en su concepción de la memoria sea muy importante ponerle nombre a las cosas, sino porque desea honrarles frente a los suyos, distinguirles frente a las víctimas como personas buenas y justas y eso también es digno de mención.

La autora, seguro que a los lectores de Todo está iluminado les suena esto, viaja con un cargamento de bolsas de plástico con cierre de cremallera y no puede evitar recoger muestras del terreno de las zonas que visita, elementos de valor sentimental para ella. En este libro encontrarán muchas cosas que coleccionar y que guardar en sus particulares galerías de honores y horrores (uno de los testimonios más extremos y desasosegantes es el de una superviviente que presenció como una madre asfixiaba a su propia hija para evitar que su llanto delatara al grupo que estaba escondido de los nazis). Puede que no quepan en bolsas de plástico pero sí en su memoria. Al final es el único soporte que puede conservar cualquier cosa con una cierta garantía de que se aprende de ella y se evita su repetición.

  

Andrés Barrero
@abarreror
contacto@andresbarrero.es

Deja un comentario