Unreal city, de D.J. Bryant

Unreal cityHay una escena en Mulholland Drive, una de las grandes películas de David Lynch, en la que el protagonista se encuentra con un vaquero. Es de noche. Están bajo la luz parpadeante de una bombilla que, a su vez, cuelga bajo una calavera de vaca. Hablan, no recuerdo muy bien de qué. Y no sucede nada más. Pero se trata, por lo menos para un servidor, de una escena absolutamente terrorífica. Quizá se deba a la forma de hablar del cowboy, que parece estar jugando con su interlocutor antes de acabar con él de algún modo horrible. Quizá se deba a la dignidad con que viste una chaqueta un tanto inconcebible para un vaquero de Los Ángeles, o quizá se deba a su carencia de cejas. Sin embargo, lo más probable es que se deba al genio de Lynch, que sabe retratar como nadie esa fina capa de irrealidad/surrealidad /antirealidad / ultrarealidad (sírvanse ustedes mismos) que se esconde entre nuestro mundo y el de nuestros sueños.

En Unreal city, D.J. Bryant, un autor que bebe directamente de Lynch y de Daniel Clowes, explora ese nivel de la realidad que algunos llaman sueños y otros, fantasía. Lo hace con cinco historias hipnóticas, sorprendentes y casi inclasificables, que van desde la nítida simetría de la primera, “Ecos en la eternidad”; hasta la última, “Objet d’art”, una historia con ecos de Mulholland, como ese juego de dobles entre una rubia y una morena, referencias al mito de Pigmalión, y cameos de Asimov, Basquiat o el propio autor.

Si bien resulta inevitable hablar del autor de Blue Velvet (uf, esta vez conseguí no mencionarlo),  de Clowes o de otros autores de novela gráfica, lo cierto es que Bryant absorbe como una esponja influencias de todo tipo. Así, desde el título, que nos remite a un verso de La tierra baldía, de T.S Eliot, hasta “La retrospectiva de Yellowknife”, una historia sumamente compleja para la que el autor, irónicamente, emplea el estilo de los dibujos de Hanna Barbera, Unreal city está repleto de referencias a clásicos del cine y la literatura. En la segunda historia, de planteamiento algo hitchcockiano, tenemos, por ejemplo, una recreación de la escena del triciclo en El resplandor, de Kubrick , mientras que en “Emordana…” nos encontramos, entre referencias al teatro del absurdo y a la filosofía, con una especie de Cyrano de Bergerac que anda perdido en el gran teatro de su subconsciente.

Podría uno pensar que eso de absorber influencias, sean de alta cultura como de cultura pop (y aquí habría que incluir el cine porno), está muy bien, pero que no se trata de algo especialmente meritorio. Y efectivamente, lo que convierte esta novela gráfica en una obra impresionante no es el mejunje de influencias en sí, sino lo que Bryant hace con ellas, a saber, masticarlas, digerirlas y, a continuación, regurgitarlas en un derroche de abracadabrante creatividad. Y esa creatividad no se refleja sólo en argumentos insólitos, sino también en los detalles. Qué me decís, por poner tan sólo un ejemplo, de la maestría con la que, en una viñeta (última de la página 93), despacha la soledad que todos hemos sentido tras una fiesta de la que esa persona se ausenta, y en la siguiente, el efecto contrario, cuando la presencia de nuestro propio cuerpo nos agobia y no sabemos qué hacer con él.

En definitiva, un libro para leer al derecho y al revés, de cerca y de lejos, despacito y con voracidad, y del que, afortunadamente, salimos cada vez con las ideas menos claras.

 

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