Zíngara: buscando a Jim Morrison, de Salva Rubio
No tiene que ser fácil ser Ulises. Y así, como si de un pequeño personaje mitológico estemos hablando, nos podemos encontrar con protagonistas que lo único que buscan, en un viaje por todo el mundo, es volver a casa habiendo cumplido una promesa. Porque las promesas están para cumplirlas, o sino no se proclaman. Pero nos olvidamos muchas veces que prometer nos puede llevar a realizar un viaje mucho más importante, mucho más crucial para nosotros que el simple hecho de cumplir lo prometido. Porque en ese viaje, en ese trayecto que nos lleva a rincones que jamás creíamos poder conocer, hay un lugar que podemos encontrar, que es el más importante de todos, sin lugar a dudas: nos podemos encontrar a nosotros, simplemente a nosotros mismos.
Jaime tiene que cumplir una promesa. Una promesa que ha hecho a la persona que está más cerca de él, y que ahora está en coma. Pero lo que no sabemos de Jaime es que está enfermo, que apenas se puede mover, y que la promesa que ha hecho es, ni más ni menos, que encontrar a Jim Morrison, allá donde esté.
Vivir en el mundo de la literatura tiene que llenar de satisfacción. Y que tu novela salga publicada, un punto a sumar en este mundo tan violento que vivimos. Por ello, y animado por las palabras de su autor, Salva Rubio, decidí abrir su libro, y lo que me encontré en el él escapa a la razón de las primeras novelas. Utilizando como piedra angular la figura de Jim Morrison (y ahí el autor ya me ha ganado) nos encontramos ante un viaje hacia la madurez, hacia creer en nosotros mismos, y sobre todo, un grito hacia el cielo para apostar por la vida, por vivir lo que nos toca vivir, pero también lo que nos creamos nosotros solos, creyendo en nuestro interior que, a pesar de lo puñetera que es la vida, tenemos muchas cosas que decir todavía. “Zíngara: buscando a Jim Morrison” es un libro, pero no lo es. Es un libro porque tiene forma de libro, pero en realidad es un lenguaje de cine, es una conversación entre dos, el lector y el personaje, que gira entre planos de cámara, entre movimientos en la luz que nos descubren las sombras de una vida que ha permanecido demasiado tiempo encerrada, y sobre todo, habla de una amistad, de una amistad que en realidad es el primer amor, que traspasa la pantalla, digo las páginas, para encogernos con un puño el corazón que a todos nos late en nuestro pecho.
Jaime es como Ulises. Es un viajero que busca su lugar en el mundo, un pequeño mochilero de las emociones que se enfrenta por primera vez al mundo porque no ha podido conocerlo nunca, nadie le ha dado la oportunidad, y él al final ha acabado creyendo lo que le decían. Y es que, ¿cuántas veces no nos ha pasado a nosotros que, de tanto creernos víctimas de una situación, nos hemos encontrado enjaulados en una cárcel de oro? Salva Rubio lanza fuerte su primera flecha, tan alto que, como en su introducción con un cita de Pío Baroja, ha de llegar muy lejos, tan lejos como los protagonistas de esta historia. Porque por mucho que nos movamos, por mucho que recorramos un mundo que nos pone zancadillas allá donde vayamos, si no somos nosotros mismos los que creemos en nosotros, nadie más lo va a hacer. Y en este viaje que es la vida, en este viaje que nos ocupa que es la vida de traslado del Jaime enfermo al Jaime fuerte, bien puede llamarse Jim Morrison, bien puede llamarse felicidad, o simplemente amor, el hecho es luchar por aquello en lo que creemos, luchar por aquellos en los que creemos.
¿Que no conocíais esta novela? Puede ser, yo tampoco lo había hecho hasta ahora. Pero este es el gran juego de la literatura amigos: poder encontrar pequeños tesoros en un mar embravecido que nos ayude, de alguna forma u otra, a volver a casa.