El alcornoque de los muertos

El alcornoque de los muertos, de Fernando Roye

el-alcornoque-de-los-muertosLa navidad es época de regalos y de retornos al hogar, y no imaginaba una mejor vuelta a casa por navidad, a mi casa, digo, que la del sargento Carmelo Domínguez, el hechizado guardia civil con un ojo de cada color y una peculiar relación con el esfuerzo físico que ya en su anterior novela, El caso de la mano perdida, entro a formar parte mi particular galería de personajes literarios entrañables.

Diría que esta nueva entrega, este nuevo caso para ser exactos, funciona aún mejor que el anterior. Fernando Roye con su mezcla de novela policiaca y retrato histórico ha dado con un filón narrativo que desde luego no da la menor muestra de agotamiento.

El alcornoque de los muertos tiene dos almas, la investigación criminal detallada y minuciosa a cargo de unos personajes muy brillantemente construidos y el retrato de la España rural de posguerra, una España de miseria (no sólo económica) y de un ambiente opresivo que se respira en cada página.

En la anterior novela creí que uno de los hallazgos que la hacía funcionar tan bien era el retrato de la casa cuartel de la guardia civil, un escenario no demasiado frecuentado y con unas posibilidades narrativas inmensas, sin embargo en esta ocasión ese escenario pasa a un segundo plano y en su lugar se reflexiona sobre las relaciones familiares, especialmente con la relación con los hijos y esa costumbre suya de hacerse mayores. Y diría que el resultado es incluso mejor.

En lo que se refiere al caso, nadie se sorprenderá, está muy bien construido y aunque lo primero que parece investigarse es una situación diría incluso que anecdótica, esa circunstancia sirve para poner el foco en la terrible hipocresía social de la época y de la tierra, y es muy de agradecer a Fernando Roye que no se limite a la exposición de la investigación criminal, cosa que por cierto hace muy bien, sino que aumente el disfrute del lector con su cuidadosa reconstrucción de la sociedad y de los escenarios.

Y hay crímenes, claro, los va uno descubriendo y para cuando se da cuenta tiene el corazón en un puño, pero imagino que me permitirán que no me extienda sobre el particular. Cualquier detalle que pudiera desvelar accidentalmente podría disminuir su sorpresa y no me lo perdonaría.

Poco más, El alcornoque de los muertos es un texto profuso en guiños, obliga al lector a mantenerse atento al detalle y a luchar contra su propia impaciencia y a mí, sinceramente, me resulta brillante. Si se dejan hechizar por la mirada del sargento y su extraordinaria colección de personajes bien construidos podrán entenderme.

Andrés Barrero
@abarreror
contacto@andresbarrero.es

 

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