La lista de mis deseos

La lista de mis deseos, de Grégoire Delacourt

La lista de mis deseosNos mentimos continuamente. Así empieza todo, con una mentira. Con una pequeña palabra que nos decimos y que intentamos que se convierta en verdad, con una lágrima que nos prometemos no volver a derramar, con un deseo de cambiar nuestra vida aunque nos quedemos quietos, o incluso con un amor que sabemos que no es real, pero que aun así mantenemos. Nos mentimos continuamente, y así habla nuestra protagonista. Porque a pesar del tiempo, a pesar de tener una vida feliz, ella siente que algo le falta, que algo falla en un puzzle que siempre se había mantenido en su sitio, enmarcado en la misma pared, sin ningún atisbo de movimiento. Pero el destino es algo traicionero, y las mentiras tienen las patas muy cortas. El azar, la suerte, el destino, es aquel que viaja a través de nosotros y que nos trastoca la vida, que nos hace derrumbarnos, para levantarnos después, mucho más fuertes, con la verdad por delante, y mintiéndonos menos. Aunque en realidad siempre lo hacemos un poco, por miedo, por nuestra seguridad, por no romper nuestro propio equilibrio, ese que tan débil es y al que nos aferramos como si fuera un clavo ardiendo.

Jocelyne es feliz. Tiene un marido que la quiere, a su manera y unos hijos que la quieren, también a su manera. Su trabajo le va bien y lleva un blog de costura y manualidades que está empezando a despegar. Pero aun así algo falta. Entonces, el destino le hará ganar dieciocho millones en el Euromillón y su vida cambiará para siempre. ¿Ha sido siempre feliz o necesitaba un pequeño empujón para empezar a serlo?

 

Un día. Sólo necesité un día para devorar “La lista de mis deseos”. Y no porque su extensión no fuera excesiva, sino porque no podía dejarlo. La historia de Jocelyne atrapa como si fuera una tela de araña, porque todos nos hemos visto en algún momento como la protagonista de esta historia. ¿Qué hacer cuando tu vida es perfecta a los ojos de los demás, pero tú sientes que algo falta? ¿Serías capaz de ir hacia delante y romper con lo que conocías o, por el contrario, te mantendrías firme en tus convicciones aun sabiendo que no es lo que realmente quieres? La vida que encierra esta novela es tan simple, tan certera, que precisamente por eso llega tanto al corazón de la gente. Llamó mi atención que se la definiera como la “perfecta lectura anti-crisis”, y reconozco que empecé su lectura con escepticismo. Después, tras la primera frase, me rendí a la evidencia de que una historia así no debería pasar desapercibida. Por varias razones: porque crear un personaje que ponga voz a muchos de nosotros, a muchas personas que viven atrapadas en jaulas de oro, es de agradecer; porque el destino siempre ha sido un niño pequeño que juega con nosotros como si jugara a la pelota, y aquellas historias que pone contra las cuerdas a los protagonistas me han parecido de una valentía extraordinaria; y, por último, porque no hay nada mejor que sorprenderte con un final que no esperas, porque cuando la historia avanza, cuando la historia empieza a desarrollarse, cuando ya piensas en cómo va a acabar, resulta que no, resulta que te dan un sopapo, una bofetada, y te descubres a ti mismo pasando las páginas intentando saber si lo que nos cuenta Grégoire Delacourt es verdad, porque no puede serlo.

La vida se puede meter en una pequeña lista. En “La lista de mis deseos” esa pequeña enumeración es lo que clava a nuestra protagonista al mundo, a su mundo interior, y le demuestra que aquello que quiere está muy por encima de lo que puede pagar con dinero. Porque, como siempre os digo, son esos pequeños detalles que no se compran: una sonrisa, una lágrima atravesando nuestra mejilla, un grito de alegría, son esos detalles los que hacen que la vida merezca la pena, los que hacen que caminemos por las aceras de una ciudad sin miedo a lo que nos encontraremos a la vuelta de la esquina, y podamos mirarnos al espejo sabiendo en todo momento que nosotros somos los dueños de nuestro destino, de aquello que necesitamos, de aquello que deseamos. Porque vivir es una carrera, una carrera a la que no hay prisa por llegar al final, y en la que los baches se pueden sortear, si alguien como Grégoire Delacourt nos lo dice en su novela.

Porque, ¿si hay una historia que se viva en un solo día de forma tan intensa, no debería hacernos ver que la literatura también formaría parte de esos deseos que nadie estaría dispuesto a rechazar de su vida?

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