Las tormentas interiores, de Gerardo Pérez Sánchez

Al principio, los libros recogían las gestas de caballeros y reyes. Las historias que merecían ser contadas eran aquellas protagonizadas por grandes hombres, ya fuera por su poder o por la trascendencia de sus hazañas. Pero hace mucho que los escritores demostraron que hasta de la vida aparentemente más anodina puede cautivar al lector si se escogen el momento y el tono adecuados; esos capaces de conectar con otras personas, de remover algo en su interior… De convertirse en literatura. De esas personas y de esos momentos son de los que nos habla Gerardo Pérez Sánchez en la novela Las tormentas interiores.

Victoria es una joven cansada de sus días rutinarios en la oficina, de los ligues de fin de semana que son sucedáneos del amor y de la presión de sus padres para que madure de una vez y se asiente en una vida estable. Por eso, un día decide romper con todo y coger un avión a Roma, para empezar desde cero. Hasta allí también va a viajar Alberto, para una reunión de negocios. Él es un treintañero que ya ha conseguido lo que todos consideran el éxito: un trabajo bien remunerado en una multinacional, una casa enorme y un coche caro. Vamos, que tiene de todo…, menos vida.

Ana es una mujer de cuarenta y tantos, con dos preciosos hijos y una vida tranquila junto a su marido. Demasiado tranquila, quizá. De ahí que de vez en cuando rememore su juventud y sus inquietudes musicales, esas que dejó a un lado porque las circunstancias y su entorno la empujaron a ello. Tiene previsto viajar a Londres para la boda de su hermana, pero lo hará sola porque su marido no quiere pedirse el día libre en el trabajo ni que los niños pierdan clases. Devlin, productor musical, tiene billete para ese mismo destino, donde tiene programada la grabación de un disco de jazz. Ya ha cumplido los cincuenta, pero mantiene su espíritu rebelde y huye de los convencionalismos sociales.

La aleatoriedad del sistema informático ha decidido que Victoria y Alberto y Ana y Devlin compartan asientos contiguos en sus respectivos vuelos, pero una tormenta desbaratará los planes iniciales. Sin embargo, el destino parece empeñado en que sus vidas se entrelacen.

Como véis, Las tormentas interiores tiene una premisa sencilla, incluso tópica, pero los personajes resultan realistas y es fácil empatizar. Cada capítulo está narrado en primera persona por uno de ellos, y según el momento vital en el que se encuentre cada lector, conectará más con uno u otro. Por ejemplo, se identificarán con Victoria aquellos que todavía están dando sus primeros pasos en la vida adulta; con Alberto, los que ya están hartos de sus jefes; con Ana, quienes se arrepienten de todo lo que dejaron por el camino y con Devlin, los que están de vuelta de todo y no soportan este mundo de tantas apariencias y tan poca verdad.

Enseguida nos dejamos llevar por sus historias, porque sus inseguridades y esperanzas son las nuestras también. Todos tenemos sueños apartados que un día se cansaron de esperar o metas que, una vez alcanzadas, no eran lo que imaginábamos. Quien más quien menos ha sucumbido a las expectativas de su entorno y se ha olvidado de lo que realmente quería hacer. Y, aunque no solamos reconocerlo, tenemos instantes —incluso etapas o vidas enteras— llenos de soledad y miedo, en los que deseamos dar un giro de ciento ochenta grados a nuestras existencias. Pero pocos, muy pocos, nos atrevemos a ello. Por eso, nos emocionamos con estos personajes, nos indignamos con ellos o los compadecemos. Gerardo Pérez Sánchez no tiene más que poner nuestros pensamientos en sus bocas y, así, como si nada, nos lleva de la primera a la última página en un abrir y cerrar de ojos.

Tras leer Las tormentas interiores, es posible que muchas de nuestras perennes excusas se tambaleen. Dar un gran vuelco a nuestra vida no es más sencillo si tenemos un montón de ceros en la cuenta corriente. Es más, cuando estamos en esa situación, aún resulta más incomprensible que nos planteemos dejar ese modo de vida atrás, pues nuestro entorno es incapaz de concebir que en semejante desahogo económico haya un resquicio de infelicidad. Cambiar de vida es simplemente una cuestión de valor, como nos demuestran los personajes de esta novela. Vivimos junto a Victoria, Alberto, Ana y Devlin ese impás en sus vidas, y sus decisiones se quedan rondando en nuestra mente tiempo después de haber finalizado la lectura, porque nos hemos sentido tremendamente identificados con sus sentimientos y reacciones. Acabamos envueltos en nuestras propias tormentas interiores, sopesando si, en nuestra vida, el tiempo pondrá las cosas en su sitio o esta vez seremos nosotros los que haremos algo por recolocarlas.

De pronto, nuestro raciocinio salta: «Era solo un libro». Pero nuestro corazón se empecina: «O la vida misma». «¡No!», el raciocinio vuelve a la carga, «la vida nunca se resuelve en trescientas páginas». Y es posible que ambos tengan razón. Nadie dice que sea fácil, ni siquiera la historia que nos cuenta Gerardo Pérez Sánchez nos asegura que el éxito esté garantizado. Ahí está la proeza de sus personajes. Y es que no hace falta leer las aventuras de grandes héroes para que a los lectores nos entren ganas y vértigo, mucho vértigo, de emularlos.

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