Ciudades de papel

Ciudades de papel, de John Green

ciudades de papelCierras los ojos. El mundo pasa a tu alrededor, pero tú no eres consciente. Sientes que los cuerpos van de un lado a otro, pero tus ojos siguen cerrados, sin movimiento, esperando el instante justo en el que abrirlos. Estás quieto, la vida sigue sucediéndose, los ruidos se agolpan en tus oídos, y decides que ya es la hora, que tus ojos deben abrirse y conocer dónde estás, en qué lugar cambió todo, en qué preciso momento cambiaste de piel y ya no eras tú sino otra persona completamente distinta. Y das un paso. Avanzas por un camino que desconoces, que no es el tuyo, rompiendo los lazos que te unían a una cadena demasiado prieta. Das otro paso, tus ojos ya se han acostumbrado a la luz que se cuela por ellos, y te das cuenta de lo que has perdido, pero también de lo que has ganado. Ya no hay retroceso, ya no hay marcha atrás, lo único importante ha sido, es, y será, seguir adelante. Ciudades de papel es ese paso adelante que hace que cambiemos de camino, que variemos nuestro recorrido por las cosas que nos importan, que abramos la puerta – gastada por el tiempo – y salgamos a que la realidad nos golpee de lleno, hasta el mismísimo fondo, mientras los minutos van pasando, mientras los segundos se acumulan y el reloj de arena de nuestra existencia ya no es tiempo perdido sino tiempo ganado, que guardamos en nuestros bolsillos, en las manos, en los pies que caminan y que convierten el paso, por fin, en algo más grande, en una historia de amor, en un momento de búsqueda. Porque lo difícil no es encontrarnos, lo difícil es empezar a buscarnos.

Quentin nunca ha sido el más popular de su instituto, ni siquiera ha conseguido conquistar ningún corazón. Pero el día que Margo Roth Spiegelman entra en su cuarto una noche y le propone un plan que no puede rechazar comenzará a cambiar su vida. Todo se disparará cuando, al día siguiente, Margo desaparezca sin dejar más que un rastro de pista para que, quizás, pueda encontrarla.

 

Ser joven nunca fue fácil. En aquellas épocas en las que los interrogantes superaban a las respuestas, uno se daba cuenta de lo imposible que era llegar al final del camino de una forma normal. La adolescencia – con todo – fue un arrebato de pasión y decepciones que pocas veces son comparables a nada que nos encontremos en la madurez. John Green lo sabe. Y en ese acierto, en tratar a sus personajes como lo que son, personas que buscan su sitio y que no lo encuentran pese a intentarlo, es donde Ciudades de papel toca un pequeño botón interno, hace saltar un resorte que hace que las lágrimas se agolpen en las cuencas y te impidan no ver con claridad parte del camino que se recorre en sus páginas. Conocido mundialmente por Bajo la misma estrella, el autor se aleja de ese aire sentimental, acercando al lector a una historia más dura, más adulta si quiere llamarse así, de búsqueda de nosotros mismos, del encuentro entre dos personas que son para sí mismos el reflejo del otro, pero que no pueden estar juntos por mucho que lo deseen. La huida, el escape de la realidad, alejarse de lo que te hace daño, de aquello que nos inflige el mayor daño de todos, el que se guarda en un rincón de nuestro interior, esas son las claves para seguir a Quentin en esta road story que nos descubrirá que somos como edificios vacíos ansiando que alguien nos rellene con todo lo bueno que pueda surgir de nuestra relación. Ser joven no es fácil, pero no es una objetivo imposible.

(…), que todos estamos agrietados. Cada uno de nosotros empieza siendo un recipiente hermético. Y pasan cosas. Personas que nos dejan, o que no nos quieren, o que no nos entienden, o que no las entendemos, y nos perdemos, nos fallamos y nos hacemos daño.

Ahí, en ese párrafo de Ciudades de papel se integra parte de la filosofía de un autor, John Green, que envuelve una historia que podía parecer destinada simplemente a un público joven – por aquello de la identificación con los personajes – pero que reivindica su fuerza para todo tipo de lectores. ¿Quién no se ha sentido perdido, alguna vez, en su vida? Todos buscamos nuestro sitio, caminamos como en el principio de esta reseña, intentando descubrir cuál será el lugar donde nos podremos parar, donde podremos observar aquello que somos, para después compartirlo con quien sea, ya sea el amor que aparece imprevisible entre los pliegues de una palabra bien pronunciada o los amigos que nos recorren como surcos en un camino donde, más que perdernos, lo que tenemos que hacer es seguir buscándonos, siempre, sin temor a que lo que encontremos no nos guste. Al fin y al cabo, siempre podemos volver a cambiar.

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