El amor no es un verso libre

El amor no es un verso libre, de Susana Fortes

El amor no es un verso libre
Con “El amor no es un verso libre”, la última novela Susana Fortes (Pontevedra, 1959) viajé a Madrid y no precisamente a tomarme un relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor. Sino que me sumergí en pleno año 1935, durante el llamado bienio conservador y bajo el mandato del gobierno presidido por el conservador Alejandro Lerroux. Una época especialmente convulsa para España, tras las revueltas mineras de Asturias y en la que un monumental escándalo de corrupción (según palabras de la escritora “el gürtel de la época”) sacudió los cimientos del Estado hasta el punto de provocar la dimisión del Presidente y la convocación de elecciones.

Pero no sólo de política vive el hombre (vive a pesar de ella), y Madrid en aquella época en la que abundaban intrigas, secretos y negocios sucios, sobresalía como cuna de la cultura y era lugar destacado de encuentro de poetas, literatos, pintores y cineastas gracias a la Residencia de Estudiantes. Este emblemático lugar en el que reinaba la intelectualidad, y por cuyas tertulias y eventos sociales pasaron ni más ni menos que figuras de primer nivel tales como Salvador Dalí, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno, García Lorca o Rafael Alberti (sólo por mencionar algunos), es el escenario en el que se desarrolla esta novela.

Únicamente con estos ingredientes yo ya estaba alerta y con mi radar de libros pitando como un loco, pero es que, además, el cóctel se completa con la investigación del brutal asesinato de uno de los estudiantes de la residencia (aquí viene el momento novela negra) que se entremezcla con la apasionada, a la par que prohibida, historia de amor de los dos protagonistas. Por si esto fuera poco, el romance en cuestión, está basado en una relación real: la que tuvo el poeta Pedro Salinas con una joven norteamericana llamada Katherine Whitmoore y que inspiró algunos de los poemas más bellos del escritor madrileño. Por cierto y adelantándome a la curiosidad personal que pueda tener alguno, para aquellos que, como yo, se pongan manos a la obra y rebusquen entre la antología poética de Salinas, os dejo un título para que vayáis a tiro fijo: “La voz a ti debida”.

Así pues, por un lado tenemos a la jovencísima estudiante Kate Moore, que llega a la Residencia de Estudiantes para ampliar sus estudios en literatura española y deseosa de sumergirse en la cultura de un país que idealiza y, sin embargo, se encuentra con una nación que más bien tiene poco tiene con la imagen que ella tenía en su cabeza. Un país de carne y hueso, con una ingente cantidad de debilidades y que está a punto de quebrarse. En una ciudad en la que todo se sabía y, sin darse cuenta de dónde se estaba metiendo, no puede evitar enamorarse de su maduro profesor, Álvaro Díaz-Ugarte, el otro lado de esta historia. Un hombre de inclinaciones izquierdistas que, para más inri, está casado con la hija de un acérrimo católico y uno de los hombres fuertes del gobierno de derechas. No sé a vosotros, pero a mi me parece que la emoción está servida.

En una misma novela tenemos suspense, romance, intrigas políticas y todo ello situado en un interesante momento de la historia de nuestro país. Asimismo, además de para un relato trepidante, también hay sitio para la reflexión a lo que contribuye Susana Fortes con una retahíla de frases lapidarias muy bien puestas, que están presentes a lo largo de todo el libro y surgen como si tal cosa, como si se tratase de algo totalmente improvisado: “Un país que huele a incendio recién apagado no es para tomárselo a la ligera”, por poner un ejemplo. Me veo en la obligación de decir que, con frases como esta, mi profesor de filosofía del instituto se habría puesto las botas.

Creo que merece una mención especial el estilo narrativo que Susana Fortes despliega a lo largo de las páginas de “El amor no es un verso libre”. Resulta realmente meritorio que dándole siempre prioridad al ritmo y al avance de la acción sobre aspectos más bien descriptivos, consiguiera que, a medida que avanzaba en la lectura, percibiera los sonidos, los olores o los sentimientos experimentados a lo largo de la novela por los personajes. También el silencio. Es curioso, pero también se aprecia el silencio presente en multitud de momentos y lo que es más importante en alguna que otra conversación.

Ciertamente, al cerrar el libro, me quedé con la sensación de haber estado allí y de ahí, que al comenzar esta reseña expresara mi sensación de que más que un fin de semana de lectura pausada, reposada y confortable en mi butaca favorita, resultase todo un viaje a través del tiempo. Un emocionante viaje que merece la pena hacer y, sobre todo, disfrutar.

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