El Bosco, de Marcel Ruijters

El BoscoHay artistas de los que se conoce hasta el más ínfimo detalle de su biografía. Datos y datos que han cubierto páginas y más páginas de libros que nos han acercado sus vidas, sus obras y todo su contexto histórico. En cambio, hay otros autores que, permaneciendo en la sombra, han sido unos grandes desconocidos para el público de no ser por sus obras expuestas en los museos. El Bosco, tan de moda ahora debido a la exposición que se realiza en Madrid, es uno de este segundo grupo. Atenta casi siempre mi mirada a eventos que puedan interesarme, poco dudé a la hora de querer leer esta novela gráfica que me acercaba la figura de un artista que siempre ha hecho que me quede sin palabras delante de sus obras, pero del que desconocía prácticamente cómo había sido su vida, más allá de algún detalle que haya aparecido en televisión o en algún periódico. Y me llevo conmigo una grata sorpresa, ya que la obra que hoy reseño me ha acercado a una época que era para mí inimaginable y, por instantes, me ha metido de lleno en la cabeza de un artista que no parecía de este mundo dadas sus creaciones y que convirtió la experiencia de mirar un cuadro en todo un deleite para todos los sentidos. Marcel Ruijters ha creado una biografía animada de un hombre que nos aterrorizó a todos, pero que supo dejar en su legado algunas de las más valiosas obras de arte que existen hoy en día.

Empecemos por el principio, por mis prejuicios: hubo algo que, al empezar a leer El Bosco no me sedujo: su dibujo. Esto de por sí no deja de ser una cuestión subjetiva ya que yo me siento atraído por otro tipo de trazo a la hora de disfrutar de una obra, pero lo pongo de antemano para que se vea cómo uno puede cambiar de opinión sin que se le caigan los anillos. Partiendo de ese pequeño escollo, uno se va metiendo de lleno en la vida del artista que nos ha descrito Marcel Ruijters y se da cuenta que poco importa cómo lo haya dibujado, ya que terminamos acompañando encantados al protagonista, a Hieronymus Bosch, a través de la creación de sus cuadros, pero también a través de una época llena de pobreza, miseria, luchas de clases, herejías, y el poder de la Iglesia que intentaba impregnarlo todo con su visión en los cuadros que él realizaba. Pero lo más llamativo de esta obra no es, probablemente, la técnica con la que lo haya hecho, sino la capacidad de trasladar esos pequeños detalles que sabemos de la vida del artista a una obra mayor, de largo recorrido, para mostrarnos a nosotros de lo que era capaz y a todo lo que se tuvo que enfrentar un hombre supersticioso, enfermizo, y lleno de las dudas que el arte puede causar en el cuerpo de un hombre mortal.

El Bosco anima al lector a inmiscuirse en la vida de alguien, eso lo hacen todas las biografías, pero a mí lo que me ha dejado sin palabras es esa falta de decoro, ese dibujar absolutamente todo como lo que es, brutalidad con algo de sarcasmo, en una época donde la sangre y la enfermedad campaban a sus anchas. ¿Cómo fue capaz un artista como él pintar esos cuadros tan llenos de vida y de muerte? ¿Acaso bajó al mismo infierno para conseguir captar su esencia? Marcel Ruijters nos invita a dar un paseo – corto, en mi opinión – sobre todo lo que no se ha contado o al menos nos ha llegado en píldoras que no son suficientes. Siempre es de agradecer que, aunque sea aprovechando una época donde se habla a todas horas de alguien, aparezcan títulos que sean de lectura imprescindible y que, además, representen lo que para mí es una buena obra: tener la capacidad de entretener y que aprendamos de ella. Esta novela gráfica hace las dos cosas con una facilidad tan asombrosa que me hubiera gustado que no se acabara nunca. Lo que me sucede cada vez que veo El jardín de las delicias en persona. Que no quiero tener que irme.

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