El chico

El chico, de Steve Hamilton

El chico

¿Conocéis ese momento? El instante en que las cosas empiezan a torcerse. Seguro que habéis pasado por eso. Una mala decisión, una palabra incorrecta, un movimiento impreciso, vago, amparado en la inercia o en la pasividad y boom. Todo empeora drásticamente a un ritmo vertiginoso mientras tratas de detener el tiempo. Volver atrás. Cambiar de idea. Pero detrás de ti ya no queda nada. Así que sigues adelante. Te dejas llevar. Y después esto es lo que aprendes. Que toda decisión, o incluso su ausencia, acaba volviendo. Más pronto o más temprano aparecerán sus consecuencias.

O de eso al menos es de lo que trata en parte “El chico“. De los malos movimientos. Porque si lo primero que sabemos de Michael, su protagonista, es que escribe desde la cárcel es que algo no ha salido del todo bien. Tal vez sea una cuestión de mala suerte. ¿Por qué no? Quiero decir que el tipo no ha tenido una vida precisamente fácil. O eso intuimos. Y es que algunas de las cosas más importante se saben ya en las primeras páginas. Por ejemplo, que no habla. O que algo le pasó con ocho años lo suficientemente impactante como para que dejara de hacerlo. Pero seamos serios, la mala suerte solo ayuda. Al final son tus propios actos los que te condenan. Y a partir de ahí, el resto de la novela. Los momentos en que las cosas se torcieron porque, como era previsible, esos momentos nunca se olvidan. Más bien al contrario, vuelven sobre uno, una y otra vez, hasta que se precipitan.

Y es que “El chico“, que supuso para su autor, Steve Hamilton, su segundo premio Edgar de novela negra y de misterio, es también una historia estrepitosa donde los acontecimientos se suceden unos a otros, en cuyo centro se sitúa su protagonista, un adolescente que tiene el don de abrir cualquier cerradura o descifrar la combinación de cualquier caja fuerte. Una habilidad peligrosa que quizás llame demasiado la atención a las personas menos adecuadas. Y es que, ya lo decía Truman Capote, “cuando Dios te da un don, también te da un látigo”. Solo que esta vez los que lo sostienen son los otros y sin saber muy bien cómo, Michael terminará envuelto en esa espiral de violencia y robos de la que cada vez será más complicado salir.

Estructurada en dos momentos paralelos del pasado, alternando por un lado, los años posteriores al trágico suceso de su infancia y, por el otro, los acontecimientos anteriores a su entrada en prisión, Hamilton es lo suficientemente hábil para mantener la tensión en cada capítulo y terminarlos en ese instante en que las cosas empiezan a ponerse interesantes, convirtiendo el texto en adictivo. Lo curioso del asunto es que es una voz muda la que nos habla. Y solo por eso es imposible que uno olvide en ningún momento el otro gran interrogante que envuelven este relato: ¿qué le ocurrió a Michael cuando era niño? Porque los momentos que nos empiezan a torcer, a veces, ni si quiera nos pertenecen.

El resto es todo fácil. El lector tendrá que seguir leyendo si quiere saber qué ocurrió. El resultado es una historia amena, original y con ritmo, rozando a veces más lo criminal que la novela negra, pero con una gran dosis de intriga y acción. No en vano la adaptación de “El chico” al cine ya está en proceso. Una buena alternativa de lectura, cuyo protagonista destila una voz propia, la de sus dibujos y sus cerraduras, con la que tratará de comunicarse al mundo y a la chica. Porque sí, también habrá una chica. Su nombre es Amelia. El cómo y cuándo la conoció lo dejo para su lectura.

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