El desapego es una manera de querernos, de Selva Almada

El desapego es una manera de querernosEl universo entero se puede construir y explicar mediante círculos concéntricos, que se ordenan alrededor de unidades familiares pequeñas en entornos reducidos. Quizá podría ser esa uno de los mensajes de Selva Almada en El desapego es una manera de querernos. Todo es susceptible de ocurrir en un pueblo argentino, en un medio rural desamparado y poco importante a ojos del resto. La vida, la muerte, el amor, las traiciones más bajas y los lazos más fuertes se pueden encontrar en las vastas extensiones que describe la autora, perdidas en la Argentina profunda, tan inabarcable, tan poco nombrada y sin embargo tan viva y tan pulsátil.
La tierra, el apego y el desapego, como se ve desde el título, y la lucha constante por la vida y contra la vida constituyen el caldo de cultivo sobre el que nace y crece esta colección de cuentos que Almada fue alumbrando (y publicando en algunos casos) durante una década y que ahora llegan a nosotros reunidos en un único volumen.
El título general se corresponde, aunque no palabra por palabra, con uno de los mejores relatos de la colección. Un hombre le comenta a su esposa, después de cenar, que ha muerto su hermano. Ella se extraña: de la muerte, de la manera de contarlo, cuando ya llevaban un buen rato juntos, de la frialdad de su marido ante la muerte de alguien tan próximo. Asistimos entonces a un debate de pensamientos, porque se cuenta más sobre lo que piensan que sobre lo que dicen, y la autora consigue con ello que nos introduzcamos en la cabeza de ambos personajes para analizar el momento, y que nos veamos rodeados por una atmósfera pesada, enrarecida, especial pese a su anodino escenario, con platos, migas, guantes de plástico y demás vida cotidiana asomando por los bordes.
En este caso se desarrolla toda la escena en un puñado de páginas, menos de diez, pero no es la tónica general del libro, que encierra narraciones disparejas que oscilan entre las nouvelles del principio (“Niños”, “Chicas lindas”) y los cuentos cortos del final (“Off-side”, por citar uno), aunque sin llegar al microrrelato. El punto de vista es fragmentado, poliédrico: hablan los diversos personajes, habla la narradora, se intercalan unos y otros y se entrelazan con ellos unas descripciones límpidas y unas ambientaciones soberbias, lo mejor de todo el libro. Porque si algo tiene de uniforme esta colección, si en algo creo que estarán de acuerdo todos los lectores que se acerquen a ella, es que es toda una fiesta del lenguaje. Selva Almada le da espacio a la descripción del calor, de los insectos, de los tractores y de todo aquello que reconocerá cualquiera que, antes de los noventa, haya pasado parte de su infancia en el campo. Eso sí, en clave argentina, donde los coches de alquiler son remís y la vajilla es la loza, por ejemplo. Un placer para los que quieran servirse una ración de castellano distinto al que están acostumbrados a trasegar por acá.
De nuevo, como en el caso de Laura Ferrero, se pueden saltar la lectura de este libro aquellos que traten de encontrar sensaciones fuertes, los que gusten del quiebro final, del cuento con moraleja más o menos evidente, de los cliffhangers al final del relato. No hay más magia aquí que la que desprenden las leyendas populares.
Así como Pola Oloixarac, de la que ya hablé, representa la vanguardia y la ruptura, Selva Almada, de una generación no muy lejana a la suya, parece tratar de recuperar ciertos códigos narrativos, de no perder palabras por el camino. Las dos, como aproximaciones a la literatura argentina actual, pueden dar satisfacción a los lectores, y El desapego es una manera de querernos me ha parecido buena muestra de ello.

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