La ciudad de la lluvia, de Alfonso del Río

La ciudad de la lluvia

Una de las claves para escribir un gran libro es tener una buena idea. Si luego el escritor sabe plasmarlo con maestría sobre el papel, el éxito, o al menos el reconocimiento, está casi asegurado. Y no me equivoco si digo que el libro que hoy vengo a reseñaros ha sabido cumplir con esas dos premisas. Alfonso del Río nos vende una historia con una buena idea, de eso no hay dudas. Una antigua foto en un aeródromo alemán durante la Segunda Guerra Mundial sale a la luz cuarenta años después. Y lo más inquietante es que todos aquellos que salían en esa fotografía están muriendo en extrañas circunstancias. Esta buena idea se desarrolla de manera increíble por un autor hasta ahora desconocido para el gran público, que consigue hacer de La ciudad de la lluvia un thriller de alta calidad.

Esta historia se compone de tres tramas distintas divididas en dos planos temporales. Por una parte, tenemos el Berlín de 1941, donde un extraño hombre apodado “El extranjero” llega con la intención de negociar con las más altas instancias del Tercer Reich y a su vez comprometer una de las operaciones secretas más importantes de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Por otro lado, tenemos el Bilbao de 1983. Allí encontramos a Alain Lara, prometedor futbolista de la tierra que regresa al Athletic de Bilbao. El apego que tiene este personaje con su abuelo le hará desconfiar de su extraña desaparición durante las grandes riadas que sufrió la ciudad en el verano de aquel año. A raíz de la aparición de una misteriosa foto, y de la muerte, también extraña, del empresario Ignacio Aberasturi, Alain inicia una investigación en la vida de su abuelo que le llevará a conocer aspectos desconocidos de la vida de este y del entramado empresarial de la ciudad vizcaína. También en 1983, conoceremos, a modo de diario, la vida de David Schaffer, un prometedor abogado que termina siendo un hombre de éxito.

Lo primero que se le pide a un thriller es que enganche al lector y consiga que este no quiera dejar la lectura en ningún momento. La ciudad de la lluvia consigue esto desde las primeras páginas, sumergiendo al lector en una historia inquietante que hace que las más de 600 páginas del libro se queden cortas. La prosa de Alfonso del Río es sobria y fluida; va dosificando convenientemente la emoción para mantener en todo momento la tensión en su punto más álgido. Los tres ejes narrativos tienen el mismo poder en la historia, siendo la fotografía el nexo de unión entre las mismas. Pero si tuviera que elegir una de las historias, quizá la de El Extranjero, en Berlín, es la que más me ha atrapado, aunque es el propio autor el que pone más énfasis en las historias presentes, dejando unos personajes (Alain, María y David) muy bien perfilados, con gran capacidad para conectar con el lector.

Y luego habría que hablar de otro personaje, quizá el más importante de todos. Hablo de la ciudad de Bilbao, esa ciudad de la lluvia que da título a la novela. Una ciudad oscura, de ambiente plomizo y húmedo, con ese sirimiri permanente que supone el escenario perfecto para combinarlo con la tensión de la narración. Una ciudad menos brillante que la que conocemos ahora, pero con el mismo encanto en sus calles y sus gentes.

Una parte del éxito que tiene este libro quiero achacárselo a la temática tan variada que trata. En La ciudad de la lluvia se habla de fútbol y de entramados empresariales, pero también se habla de política, de abogados y de los espías en la Segunda Guerra Mundial. Quizá tocar tantos palos consigue atraer a más público potencial, y más si entre las páginas del libro aparecen “cameos” tan importantes como los de Vicente del Bosque, Iñaki Azkuna o el gran periodista Santiago Segurola.

La editorial Destino ha apostado fuerte por esta novela de Alfonso del Río, y lo hacen conscientes de que presentan al lector un libro que merece muchísimo la pena. En la faja de la novela nombran La ciudad de la lluvia como el thriller del año. No sé si es un poco atrevido ponerle ese título, y más a estas alturas que estamos de año, pero sin duda no van nada desencaminados…

César Malagón @malagonc

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