La maldición de Lono, de Hunter S. Thompson

La maldición de LonoLa lectura a veces es también un estado de humor. No todos los libros son para todas las ocasiones. O al menos no necesariamente. Empecé a leer La maldición de Lono porque realmente necesitaba ese punto canalla, delirante y loco de Hunter S. Thompson que había conocido ya en Miedo y asco en Las Vegas. Para entonces, el creador del periodismo gonzo –ya sabéis, aquel que consiste en vivir en primera persona la noticia en vez de experimentarla por terceros– había hecho las maletas, había dejado atrás las máquinas tragaperras, las luces y las habitaciones de hotel destrozadas y se había comprado un billete con dirección a Hawái para cubrir la maratón de Honolulú.

Así las cosas, publicada a principios de los años 80 y editada ahora por Sexto Piso por primera vez en castellano de la mano de Jesús Gómez Gutiérrez, La maldición de Lono no es exactamente Miedo y asco en Las Vegas. Resulta evidente. Cuando el escritor oriundo de Kentucky la escribió ya había transcurrido toda una década entre medias. El resultado es una novela que, al menos tal y como lo recuerdo, aunque mantiene ese absurdo y grotesco sentido del humor tan característico de su autor, ha rebajado el tono delirante, alejándose de la caótica locura y el desenfreno absoluto que sí alcanzaba en aquel otro relato llevado al cine por Terry Gilliam en 1998 y protagonizado por Johnny Depp y Benicio del Toro.

¿Quiere esto decir que Thompson es menos Thompson? En absoluto. Su protagonista, que no es otro que él mismo, continúa siendo el mismo personaje difícil de digerir en la vida real que gusta porque su descarada sinceridad desprende un enorme carisma y cierto toque imposible de genialidad. La clase de persona que le dedicaría un libro así a su madre. Un provocador nato, un egoísta, manipulador, adicto y loco capaz de transformar un idílico rincón en una auténtica pesadilla y de llevar hasta el final cualquier idea, si es mala mejor, que se le ocurra.

Como él, su novela es un relato directo y delirante, libre de complejos y de remordimientos. Un recorrido poco habitual por Hawái, sus mitos y deidades, compuesto por el testimonio de su desmadrada experiencia en las islas, las cartas privadas a su inseparable amigo Ralph y algunos fragmentos, entre otros, de Mark Twain y de Richard Hough sobre el capitán Cook y el dios Lono, con el que también establece ciertos vínculos.

Escrita con un tono jocoso e, incluso, irrespetuoso, La maldición de Lono huye de la imagen perfecta y paradisíaca de Hawái y nos sumerge en unas islas azotadas por las olas, el mal tiempo y las tormentas. Su estampa es una versión distorsionada y desfigurada, producto de las drogas y el alcohol, de sus excesos y de sus disparatadas ocurrencias pero también un mosaico bastante fidedigno de la pesca, la historia y las creencias religiosas hawaianas.

Por el medio, Hunter S. Thompson se olvida de la auténtica razón de su aventura. La maratón de Honolulú se resuelve rápido en uno de los más brillantes capítulos del libro donde, bajo el título de La generación maldita, reflexiona sobre el sentido de la competición deportiva y sobre el propio periodismo, con una mezcla difusa entre humor y acierto.

Más allá de las subidas y bajadas, su lectura se convierte en algo divertido y en una especie de libro de viajes disfuncional y atípico. Al menos, uno lo acaba con la sensación de haber mojado los pies en las playas de Hawái. O tal vez, si no, de haber sobrevivido a un verdadero oleaje. Toda una experiencia, en cualquier caso. El soplo de aire fresco que necesitaba.

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