La novela de Rebeca, de Mikel Alvira
Resulta que, cuando una pensaba que ya lo había leído casi todo -ese momento que llega cuando todos los libros te provocan un deja-lu y, entonces, empiezas a saber cuándo un nuevo libro te va a gustar o no, porque, aunque no lo has leído, en realidad ya lo has leído-, llega una novela que la sorprende. Por lo bien hecha, por lo bien urdida, por lo profunda, por lo humorística (y autohumorística), por lo melancólica, por lo redonda. Del principio prístino hasta el punto final; a ratos rigurosa y triste, como la otoñal costa vasca en la que se ambienta, y a ratos leve y perfumada de violetas, como la Provenza a la que racheadamente se traslada, y también un poco decadente pero magnética, como el Buenos Aires que ha embrujado al protagonista.
Ese libro podría ser éste, La novela de Rebeca. No la de Simón Lugar, su neurótico escritor, patético y valiente protagonista, arrogante y entrañable a la vez, sino la de Rebeca. La de dos Rebecas, mejor dicho, pues hay en esta novela dos mujeres que se llaman así… ¿o son la misma?
Sólo un escritor tramposo puede escribir la novela perfecta. El escritor tramposo puede que sea Simón o puede que sea Mikel Alvira, el autor detrás del escritor o puede que delante de él, reflejándose en el espejo. ¿Son de Simón o son de Mikel, o de ninguno de los dos, las reflexiones sobre el arte y el afán de escribir, tan bellas como ciertas y a veces crueles, que pespuntean La novela de Rebeca, y que han de sonar verdaderas como la vida a cualquiera que haya escrito alguna vez? ¿Y cuál es realmente la anécdota que más importa de este libro, la historia que realmente se nos quiere contar, pues hay tantas, y tan intrigantes todas, que resulta difícil saber a ciencia cierta por dónde discurre a cada rato el propósito del autor?
No teman los alérgicos a la novela experimental -entre los cuales me cuento, por lo que no estaría elogiando esta novela ni recomendándola si fuera de esa categoría-: no es nada difícil ni engañoso el juego que nos propone Mikel Alvira en La novela de Rebeca. Pero juego sí lo es. Desde el momento en que, en la obertura, se nos introduce en la intimidad creadora -y tan dolorosa como un parto sin epidural- de Simón Lugar, que batalla con la fama debida a libro de gran éxito en el que no fue él mismo y con una novelucha negra que está intentando escribir y en la que quiere ser él mismo, pero no le dejan, sabemos que estamos ante un juego amable que Alvira juega consigo mismo y del que nos hace partícipes, pero sin engañarnos en ningún momento ni pretender ser más listo que nosotros. Es un juego mediante el cual nos cuenta una historia, o varias historias, que tratan acerca de la crueldad, de los giros del destino, del amor en su modalidad ágape (me parece un puntazo el modo en que se trata el tema del amor, más concretamente el amor entre un hombre y una mujer), de la maldad y de la justicia, también de la justicia poética. Y todo ello es muy grato de leer, cosa que se hace sin esfuerzo y sí con mucho placer.
Pero la parte más auténtica de La novela de Rebeca es la que recoge las reflexiones del protagonista sobre el acto de escribir. En realidad, de eso trata La novela de Rebeca: de escribir, y de todo lo que eso significa para un escritor. Algo tan personal y tan inefable Mikel Alvira logra sin embargo transmitirlo, y hacerlo de forma comprensible, poética, hermosa y entretenida. La novela de Rebeca es, en el fondo, una reflexión sobre el porqué y el para qué de la escritura. Y Mikel Alvira trata de expresarlo en múltiples niveles, hasta configurar un mensaje que va más allá de la metáfora de la historia o historias que nos cuenta; impregna cada línea, pero también cada interlineado, cada cambio de tipografía, cada salto hacia adelante y hacia atrás, cada personaje, cada diálogo, cada giro y cada estructura formal que elige en cada momento. Con ello, La novela de Rebeca constituye una entretenida e ingeniosa carta de escritor a escritor, en forma de novela que empieza con un guiño y termina con una sonrisa irónica, pero amable.