Mala índole

Mala índole, de Javier Marías

mala indole

– ¿Qué libro estás leyendo?

“Mala índole” de Marías

– ¡Anda, ese es el que rechazó el premio nacional, ¿no?!

– Sí, ese mismo – y mi cara se fue arrugando poco a poco, como si hubiera estado chupando un limón durante demasiado tiempo -, pero vamos, que es mucho más que eso…

– Sí, sí, lo que tú digas, pero a mí una persona que rechaza un premio, no sé… ¿va muy de sobrao no?

– Sus razones tendrá, digo yo… – y en este punto, la vena de mi cuello empezaba a latir con fuerza.

– Bueno, ¿y de qué va el libro? Seguro que al menos será interesante

– Pues es un conjunto de cuentos, y la verdad es que son muy interesantes porque aparecen unos personajes que…

– ¿Cuenta cuentos encima? Tú lees unas cosas muy raras, te digo yo que eso no puede hacerte bien…

Si empiezo así es porque la conversación anterior fue real, verídica, y por eso mucho más exasperante. Me hubiera gustado decir que me he inventado cada una de las palabras, pero mi cara puede reflejar mientras lo escribo que no, que hoy en día todavía existen esa clase de personas que creen que los cuentos son de calidad literaria menor, que los escritores que nos enseñan pequeños mundos de ficción no son reconocidos como escritores, y que una noticia mediática puede empañarles la mirada (ya de por sí un tanto oscura) sobre un autor como Javier Marías que no sólo nos descubre en esta colección de cuentos un universo propio donde animarse a entrar sino que, además, sabe hacer propio el noble arte que algunos, entre los que me incluyo, llamamos escritura.

 

Estamos ante una colección de relatos, que más que relatos podrían ser novelas en miniatura. Un mundo de cuentos, llamados por el autor aceptados y aceptables, donde se conjugan verbos, donde se asocian palabras, donde los adjetivos desbordan los márgenes de las páginas para descubrirnos que, contar un cuento, contarlo a los adultos puede ser un ejercicio de maestría, que sólo pocos pueden librarlo con nota.

Lo principal, y una declaración: antes de estos cuentos, no había leído nada de Javier Marías. Por avatares de la vida, sus libros pasaban por mis manos con relativa rapidez, casi como si los acariciara, pero a los que no conseguía aferrar con mis dedos. Eso sucedió en varias ocasiones. Así que a raíz de la publicación de “Mala índole” decidí sumergirme en el universo Marías, y utilizar sus cuentos como una puerta de entrada a un autor que no tiene términos medios: o te gusta o te disgusta, pero del que no puedes decir: bueno, es pasable. Y esto, lectores, es lo que me encontré…

Abro la primera página y me encuentro con un fantasma, con un fantasma que todas las noches cuelga en un tablón su carta de dimisión, sigo más adelante, con paso titubeante, porque si ya desde el principio he podido entender la vida de un fantasma, ¿qué me deparará lo siguiente? Controlando el pulso, me meto de lleno en la vida de dos personas que, sin conocerse, son iguales, pero no parecidos, sino iguales, idénticos en físico, idénticos incluso en gestos. ¿Será posible que yo no me haya enterado todavía de qué van los cuentos? Sigo caminando por este bestiario de personajes, de seres humanos que no lo son tanto, de deseos contenidos e historias recuperadas de un cajón que llevaba demasiado tiempo cerrado, y escucho el grito de una mujer que llama a un desconocido desde la calle, mientras éste piensa que es imposible que aquélla le conozca. Llegados a este punto Javier Marías pasa de mortal a semidios, en una pirueta lo suficientemente arriesgada para que yo, lector de todo y maestrillo de nada, entienda que lo que yo conocía no era para nada lo que se presuponía. Y es que como en la conversación que ha dado inicio a esta reseña, no hay nada como ser un ignorante que se preocupa más por la zanahoria que por ser libre.

“Mala índole” es a la literatura lo que el sexo para un ninfómano, a saber, una adicción como pocas o como todas, porque una vez introducidos en el mundo de Marías, sólo existen dos opciones: o huyes o te aferras a él como uno de esos hierros candentes que te horadan la piel y te dejan un regustillo a quemado que ríete tú de la Inquisición. Porque Javier Marías nos hace recuperarnos de una resaca, de una resaca de letras sin sentido, devolviendo aquello que nunca debió moverse al lugar que le corresponde. Yo nunca entenderé a la gente que prima las noticias mediáticas a la literatura, que les proporciona más placer la carnaza a entender la forma de narrar, de adjetivar, de contar en definitiva, de un autor en concreto. Pero como también entiendo que en esta vida tiene que haber de todo, que en esta vida lo que se necesita es que existan las dos caras de una misma moneda, me quedo donde estoy, me planto, y disfruto lectores, disfruto de los cuentos que aparecen en “Mala índole”, disfruto de los continuos giros de guión que salpican estos textos, para poder decir más adelante, cuando las solapas del libro ya están cerradas, que esto no son cuentos aceptados o aceptables.

Porque esto son cuentos, sin adjetivos, sin mayores pretensiones, pero a fin de cuentas, y si se me permite la licencia, realmente esto no son cuentos sino Cuentos.

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