Mamut

Mamut, de Esther García Llovet

MamutMamut es inquietante. Lo es en esa manera literaria en que la transmisión de inquietud al lector es sinónimo tanto de emoción como de reflexión. Lo es de esa contradictoria manera en la que el talento narrativo logra que la ficción resulte más desasosegante que el documental, es decir, Mamut no es inquietante porque sea real, que no lo es, sino porque es perfectamente verosímil de modo que, además de ser una buena historia resulta una magnífica advertencia. Esther García Llovet tiene un talento extraordinario para construir personajes sólidos y para hacerlos discurrir por la historia con la naturalidad y la fluidez de quien navega por su propia vida, con las dificultades, contradicciones y dudas con las que todos, personajes y lectores, vivimos las nuestras.

Mamut es una historia negra en la mejor tradición negra americana, ambientada en una atmósfera angustiosa en la que nada es del todo cierto y existe la percepción de que las reglas no son exactamente como las conocemos, o mejor dicho, no pueden seguir siéndolo. Algo va a cambiar, algo malo va a suceder mientras Junot, el protagonista, se empeña en mantener el rumbo en unas coordenadas sobre las que existe una cierta sensación de obsolescencia. Busca a un amigo que ya no sabe si es su amigo, él mismo no sabe muy bien si merece considerarse como tal, y se cruza con personajes con los que mantiene una relación equívoca, basada en el engaño. Es difícil decir si él mismo cree estar haciendo lo correcto o si simplemente se deja arrastrar por la inercia de terminar lo que se empieza, aunque no se sepa muy bien para qué. Junot personifica un mundo en el que los sueños han cerrado por derribo y sólo queda la inercia, la vida como supervivencia sin otra esperanza que la de que sea un Mamut quien muestre otro camino.

Lo más desasosegante que plasma Esther García Llovet en Mamut es el retrato de los jóvenes, de unos jóvenes cuyos referentes han cambiado, cuyo objetivo, representado en la fiesta del milenio, tiene más que ver con la droga, porque Mamut es una droga, que con lo que podríamos llamar con propiedad la vida. También para Junot es el objetivo, aunque en su caso mantenga en ella un interés económico, aunque recuperar su parte puede que sea para él más un fastidioso deber, una cuestión de honor, que un medio de enriquecimiento. Algo que no puede evitar hacer, en cualquier caso. Jóvenes para los que envejecer es sinónimo de morir y para los que la esperanza no va mucho más allá de conseguir llegar vivos a la fiesta.

Mamut es una novela que empieza lanzada, el ritmo es trepidante desde la primera frase y el ambiente atrapa desde el momento inicial. Se lee rápido, el interés no decae en ningún momento y discurre por esa senda tan angustiosa como trepidante hasta llegar a un final de una fuerza extraordinaria. Ni la atmósfera irreal ni el papel central de la droga en la trama se traducen en una narrativa, por así decirlo, alucinógena. El estilo es sobrio, efectivo, seco y realista y es un estilo que se adapta a la historia tan a la perfección que no se concibe que esta historia se pueda contar de forma diferente.

La primera parte me ha gustado especialmente y creo que es porque abunda en las características de la novela, es decir, el hecho de que el lector esté tan desubicado como los personajes no puede sino potenciar las virtudes de Mamut. Después vienen las explicaciones, el pasado, que probablemente sea necesarias para entender la novela y no cabe duda que Esther García Llovet las administra con sabiduría narrativa, al igual que lo hace con el desenlace, pero la sensación de descubrimiento, de complicidad que se establece entre el lector y la novela que hay en la primera parte es todo un acontecimiento que agradecer.

 

Andrés Barrero
andres@librosyliteratura.es

 

 

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