Manual de autoayuda, de Miguel Ángel Carmona del Barco

Manual de autoayudaHay cuentos y cuentos; la variedad es tan grande como la de escritores, pero, en general, se pueden dividir en dos clases: los que son como novelas en miniatura, con una estructura canónica de inicio, nudo y desenlace; y los que son como fogonazos, como destellos de una luz súbita y penetrante, como de fluorescentes destellando entre estación y estación de metro en un viaje a oscuras. O como vistazos rápidos, de ida sin vuelta, de los pasajeros con los que compartimos vagón. En ellos nos fijamos todos durante nuestros trayectos solitarios. Los observamos y nos vienen a la mente imágenes, sensaciones, incluso vivencias o ecos de vivencias que hemos tenido y recordamos vagamente pero que en ese momento atribuimos a esas personas que permanecerán fuera de nuestro mundo para siempre. Pueden llegar a ser sensaciones muy vivas, con muchos visos de realidad.  Porque siempre que nos cruzamos con alguien, inconscientemente nos preguntamos: ¿quién es esa persona?

Algo así, una experiencia parecida a ese viaje en metro rodeados de sugerentes desconocidos, es la lectura de Manual de autoayuda, primer libro de relatos -que no primer libro publicado; ése fue en 2013- de Miguel Ángel Carmona del Barco.

También se me viene a la mente otra reflexión: la de que “normal” es un programa de lavadora (o puede que ya ni eso, no lo sé; la lavadora de mi casa no es de la última hornada, que digamos), pero no una tipología humana. Todos somos normales, lo que equivale a decir que nadie es normal. Cada uno es un individuo y un mundo en sí mismo. Se podrían escribir tantos cuentos como personas hay y ha habido sobre la faz de la Tierra, y todos serían diferentes y encerrarían algo desconcertante, algo inquietante, algo misterioso, quizá también algo terrorífico y, sin duda, en la mayoría de los casos, también algo entrañable o conmovedor. Los personajes que cuentan sus historias (pues siempre es una narración en primera persona) en Manual de autoayuda pueden parecernos desequilibrados, con graves carencias, enfermos de soledad, desamparados, locos, caídos en desgracia hasta extremos casi irrisorios ­-de esa forma en que los extremos, tragedia y comedia, se tocan-, pero, desde el momento en que empezamos a oír su voz y la imaginamos tan bien modulada y tan serena como pudiera serlo la nuestra hasta el momento en que muestran claramente sus cartas, son como cualquiera, son como nosotros: tan incompletos como cualquiera, tan desamparados como cualquiera, e igual de indecisos entre la cordura y la locura como pudiera estarlo cualquier persona corriente.

Los relatos -las autobiografías, o los retazos de autobiografía- que componen Manual de autoayuda son momentos en la vida de sus narradores. Momentos decisivos, tal vez, o momentos iguales al inmediatamente anterior y al posterior, pero que por sí solos definen perfectamente y sin resquicios a sus protagonistas. Unas pocas páginas bastan para desnudar y ofrecer al observador el alma del personaje. Hay en todas esas vidas algo que -es claro- no funciona, pero ese algo no es necesariamente visto como un motivo de crisis o un problema que pide urgente solución, sino como algo que forma parte del paisaje habitual del personaje. Las crisis pierden su agudeza, se convierten en llanuras que no por ello, sin embargo, carecen en absoluto de interés dramático y humano. En ese sentido, uno diría que, al terminar el relato, las vidas de esos personajes podrían seguir exactamente igual que como lo hacían al comienzo, y que en realidad hemos estado espiando un diario íntimo o una conversación privada. Para estos personajes, pues, las carencias, los problemas graves, los cambios mal recibidos o no deseados, no funcionan necesariamente como acicate para el cambio. Ellos son así, son tal como se nos muestran a los lectores. Son personajes que buscan quienes los escuchen, no quienes los juzguen.

A pesar de esa naturalidad, en cada una de estas historias late el misterio, el acertijo. Se establece un juego con el lector, en el que casi nunca el lector tiene desde buen principio la información que necesita para saber qué tipo de historia está escuchando. La información nos llega muy bien dosificada y, en no pocas ocasiones, disfrazada de otra cosa o solapada, muy bien envuelta entre palabras, de forma que casi no sabemos que sabemos hasta que llega el final del relato y entonces nos damos cuenta. O no; o nos quedamos mirando el punto final con la certeza de que hemos leído demasiado rápido, hemos dado por sabidas algunas cosas y debemos volver atrás. O bien nos preguntamos si lo que hemos leído era una descripción literal o una metáfora: ¿era ese personaje tal personaje o representaba algo más (la muerte, quizás)? El hecho de que no haya respuestas y de que puedan surgir incluso más preguntas a cada lectura hace que ésta sea no menos, sino más emocionante, más estimulante y más gratificante. También existe una curiosa satisfacción -o al menos así ha sido para mí- en la buena selección de detalles curiosos que se nos comunican acerca de algunos personajes secundarios. Son personajes de los que no volvemos a saber nada más pero que, paradójicamente, pueden llegar a interesarnos más que los protagonistas. ¿Quiénes y cómo son Sebastián, Julia Reynolds, Balmes, Eric, Martín, Paula, el abuelo de Yurena?  Son esos personajes secundarios en los cuales intuimos también una historia propia; en algunos casos, se nos ofrece una pincelada de esa historia. Pero, aunque no lleguemos a saberla, es notable el arte de Miguel Ángel Carmona del Barco al dibujar a esos personajes, que también importan mucho, y, en ocasiones, condicionan y deciden la suerte del protagonista al cabo de esas páginas.

Las de Manual de autoayuda son narraciones sorprendentes, excepcionalmente bien escritas. Estamos oyendo la voz de un autor con una voz propia muy bien definida, muy segura de sí misma. Un autor que cuenta historias que sorprenden, que atrapan, que embrujan; algunas, de corte más convencional; otras, más insólitas, que obligan a recapacitar y a preguntarnos sobre el sentido de lo que acabamos de leer. Hay momentos de compasión, momentos de ironía, de surrealismo, de thriller, de onirismo, de poesía. De todo hay en las vidas variopintas de estos personajes, unidas por un tono común, una suerte de destino común que podemos intuir más allá del final de cada historia, un final que, en varios casos, no se siente como final.

Manual de autoayuda es un libro diferente para lectores que buscan experiencias lectoras fuera de lo trillado. Y usted, Miguel Ángel Carmona del Barco… es usted bueno; es usted muy bueno.

 

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