Memorias de una osa polar, de Yoko Tawada

memorias de una osa polarTengo sentimientos encontrados con Memorias de una osa polar, de Yoko Tawada, así que no sé muy bien cómo empezar esta reseña. Intentaré ir por partes.

¿Cuáles eran mis expectativas? Pues leer la historia de tres generaciones de osos polares: la abuela, que escribe sus memorias; Tosca, la hija, que trabaja en un espectáculo del circo y Knut, el nieto, que es la estrella de un zoo. Este último está inspirado en un oso real, pero supongo que lo que os ha llamado la atención ha sido que una osa polar sea capaz de escribir sus memorias. Eso es porque los tres protagonistas de esta novela tienen raciocinio y sentimientos similares a los humanos, pero sin perder su esencia animal. Y sí, eso es un enfoque interesante, ya que, de este modo, los lectores podemos adentrarnos en la mente de los osos y, a la vez, observar el comportamiento humano desde fuera.

Pero ¿qué me he encontrado al leer Memorias de una osa polar? No una saga familiar, si no tres historias independientes. Los osos protagonistas, aunque son familia, en ningún momento están juntos y la forma de narrar sus vidas es distinta, por lo que he estado desubicada durante toda la lectura. Por un lado, la abuela nos va relatando cómo escribe sus memorias a medida que recuerda pasajes de su infancia y, mientras tanto, acude a congresos con otros humanos, que la tratan con normalidad, aunque en ocasiones no le hagan mucho caso porque es una osa polar.

Después, pasamos a la segunda parte, donde es la cuidadora del circo quien nos habla de sí misma y de Tosca, la osa polar con la que comparte número. En ningún momento se deja claro si las conversaciones entre ellas se dan en la realidad o solo en sueños, y hasta el tramo final la osa no toma la palabra, y lo hace para hablar de su cuidadora, que es también su mejor amiga.

Por último, conocemos a Knut desde que es un recién nacido hasta que pesa más de sesenta kilos, y es él, al principio en tercera persona y luego, en primera, el que relata el entrañable vínculo que establece con su cuidador, al que ve como una madre.

¿Comprendéis mi extrañeza? Con los continuos cambios de perspectiva, el papel ambiguo de los animales y los escasos elementos en común entre los personajes, me empeñaba tanto en encontrarle un sentido al conjunto que no me dejaba llevar por la prosa y el sentido del humor de Yoko Tawada. Y es una lástima, porque como historias independientes me han funcionado, sobre todo la última, con la que es muy fácil empatizar.

Memorias de una osa polar no solo es la historia de tres osos polares, es sobre todo una reflexión continua sobre el arte, la fama, los circos, la identidad, el idioma y los vínculos afectivos. Todo ello contextualizado dentro de los años de la Unión Soviética y la posterior caída del muro de Berlín, lo que da pie a una sátira política y social. Por tanto, contiene un sinfín de elementos atractivos, de frases memorables, de escenas divertidas e incluso emotivas. Y pese a todo ello, no he conectado con la novela. Y me siento culpable, porque creo que Memorias de una osa polar tiene tantas lecturas que soy yo quien no ha sabido captar ni la mitad.

Es la clase de novela a la que hay que volver pasado un tiempo y demorarse en la lectura entre líneas para captar algo nuevo cada vez. Y también es el tipo de historia de la que cada lector interpretará algo totalmente distinto. Esa es la virtud de Memorias de una osa polar y, al mismo tiempo, lo que dificulta su lectura. Así que absteneros si os gusta que os lo dejen todo clarito y atreveros si estáis buscando una novela diferente. No cometáis el error de ir con expectativas como yo, solo dejaos llevar por el ingenio de Yoko Tawada.

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