Reino de fieras, de Gin Phillips

Reino de fierasSi me encanta leer es porque puedo sentir todo tipo de sensaciones con solo abrir un libro. Puedo sentir felicidad, pena, angustia, dolor o incluso asco. Solo necesito un autor que sepa transmitir lo que quiere transmitir para que yo me volatilice y me convierta en uno más de los protagonistas del libro. Es como si estuviera viviendo en mi propia piel las historias. Eso es lo que me engancha. Lo que hace que necesite leer todos los días, aunque sea solo un par de páginas antes de irme a dormir.

El libro del que vengo a hablar hoy me ha transmitido muchísimo, sí… Angustia, sobre todo. A veces también un poco de miedo, pero en todo momento he estado sufriendo un estado de estrés y preocupación que hacía mucho tiempo que no sentía al leer un libro.

Hablemos primero de la edición, que merece una mención especial. Digamos que un día me llega un paquete que yo intuyo que es un libro. Pero es extraño. Viene como abultado y pesa más de lo que me esperaba. Lo abro y me encuentro un libro que tiene en la portada tres caballos sacados de un tiovivo. Tan bien hechos, que parece que se salen de la portada. Pero la cosa no se queda ahí, porque resulta que de regalo me llegan dos muñecos, uno de un tigre y otro de un elefante, que son la antesala de lo que me espera dentro. Si ya tenía toda mi atención, ahí la editorial Suma de letras solo consiguió que dejara todo lo que tenía que hacer para ponerme de inmediato a leer este libro.

Reino de fieras es una novela que transcurre en muy pocas horas. Una madre está con su hijo pequeño en el parque de un zoo. Me lo imagino como un zoo gigante, del estilo de Cabárceno, en Cantabria, que es una especie de zoológico donde los animales viven a sus anchas. Los osos tienen su propia montaña, los lobos tienen otra donde hacer sus loberas… y así con todos. Así que puede ser que vayas y veas a los animales, o no los veas. A excepción de algunos ejemplares, como los gorilas o los reptiles —cosa que me enfada enormemente y que deberían solucionar de inmediato—, los demás están libres. Así que el zoo que describe Gin Phillips me lo imagino así: un espacio enorme lleno de recintos dedicados a cada ecosistema, ideado cada uno para un animal en concreto. Joan y su pequeño Lincoln pasan allí muchas tardes. Él es un niño con una imaginación enorme y al que le encanta jugar con sus muñecos de súper héroes. Y Joan es una madre ejemplar. Hasta ha conseguido aprenderse los nombres que Lincoln se inventa día sí y día también.

Cuando va a ser la hora de cerrar, recogen todo y se dirigen hacia la puerta principal. Pero allí, a escasos metros de distancia de donde ellos se encuentran, un hombre con una escopeta parece haber acabado con la vida de varios visitantes. Joan coge a Lincoln y sale corriendo hacia el interior del zoo, sin saber qué hacer. Esconderse, se tiene que esconder. Pero eso es muy difícil cuando llevas en brazos a un niño de cuatro años que no entiende nada de lo que está pasando y que se queja, llora, patalea y habla más alto de lo que debería.

Este es el planteamiento que hace Gin Phillips. Nos describe las pocas horas de desesperada huida de Joan y consigue transmitirnos perfectamente el horror que vive esta madre durante ese tiempo.

Reino de fieras no podría representar mejor la angustia que vive Joan en todo momento. Sus indecisiones. Su no saber qué hacer. ¿Qué harías tú si estuvieras en su situación? Yo no lo sé, pero con la angustia que he sentido al leer esta novela, espero no tener que verme jamás en una situación así. No sabría ni por dónde empezar. ¿Esconderme? ¿correr? ¿intentar trepar la valla? ¿gritar? ¿abandonar a mi hijo que no para de llorar para intentar salvarme? ¿entregarme para que no lo maten a él? Quién sabe.

Si le tengo que encontrar una pega es que a mitad del libro el ritmo desciende bastante. El principio es muy prometedor pero más a o menos a mitad de la historia, todo se ralentiza mucho. Pero por poco tiempo —os lo aseguro—, porque, de repente, todo cambia y el ritmo empieza a ir hacia arriba sin parar hasta que llegan las últimas cincuenta páginas que es inevitable no leerlas de una sentada.

Cuando desenvolví ese paquete no pensé que este libro me fuera a gustar tanto. Pensé: “será márquetin”. Ya, sí, claro. Qué equivocada estaba… He tardado una semana en leer este libro y ha sido una semana en la que no he podido hablar de otra cosa. Cada vez que iniciaba una conversación con alguien intentaba sacar el tema de la lectura para decirle: “pues, ¿sabes? Yo me estoy leyendo un libro genial”. Y esa es la mejor señal para poder decir que este libro va a dar muchísimo de qué hablar. Y si no, tiempo al tiempo.

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