Saltar en los charcos, de Ariel Herz

Saltar en los charcos

Seguramente Álex se me haya colado alguna vez en la interminable fila del Carrefour de Lavapiés, habremos estado codo con codo en la barra del Traveling y el camarero le habrá servido primero, quién sabe si me habrá quitado la última mesa en la enésima terraza de moda para ponerse a divagar con su última cita de una noche. Así que puede que la haya odiado durante un segundo entonces, pero después leer su novela me resulta imposible no tenerle un puntito de cariño.
Álex es Ariel Herz, o viceversa. Una ilustradora recién salida de una relación fracasada, con un empleo precario, y ya es decir mucho, que se aventura en Tinder con una mezcla de curiosidad, escepticismo y buen humor. Autora y protagonista se confunden en esta comedia anti-romántica sobre el amor exprés y los traqueteos de la vida en la frontera entre los veinte y los treinta, o incluso un poco más allá. Saltar en los charcos es su recuento, promete que fiel, de la experiencia. Un auténtico bestiario por el que pasean hombres de distintas razas, nacionalidades, modos de vida y, sobre todo, maneras de ser y de comportarse en pareja. No todos son amantes, también hay amigos y confidentes. Tampoco duran lo mismo, los hay que no pasan de los cinco minutos y otros que se quedan, haciendo hincapié, herida y cicatriz, lo que dura la novela entera.
Podría definirse Saltar en los charcos, además, como el libro que uno siempre dice que escribirá… pero nunca lo hace. La fantástica idea detrás de la penúltima, el latigazo de inspiración que surge en la ducha después de que tu enésimo ligue se haya largado para no volver. Por qué no contarlo, pensamos, esto da para una novela o, qué demonios, para una trilogía. Luego somos incapaces de hacerlo a la mañana siguiente, con la resaca bajo los párpados o se nos olvida a la salida de la ducha, cuando, ya secos, descubrimos que se ha perdido por el desagüe el gran comienzo que se nos había ocurrido al entrar. Esa idea de algo familiar, vivido, impregna las páginas de esta novela (bueno, excepto cuando la protagonista viaja, que ahí nos asalta la envidia cochina) y no dejamos de sentir las aventuras de Álex como propias de alguna manera.
Con un estilo limpio, correcto, al texto le sobran un par de escenas y quizá le falta un punto de oficio. Funciona bien como colección de retratos, engancha por momentos, hace reír, tener lástima y sentir vergüenza ajena pero en ciertos momentos se echa de menos un mejor manejo de la tensión narrativa. La relación obsesiva y tóxica que planea sobre todo el libro puede terminar asfixiando hasta a los lectores, y la repetición de la misma escena una y otra vez, con toda la sinceridad que conlleva, no le hace ningún favor al ritmo de la trama.
Aun así, la de Ariel Herz resulta una mirada entretenida, con cierta acidez pero sin mucha mala leche, al Madrid de los bares, cafés y demás escenarios de nuestro fast love. Aquellas que hayan vivido en esta santa ciudad una época en Tinder asentirán con cada página, e incluso lo mismo reconocen a alguno de sus ligues. A los que estamos del otro lado bien nos podría servir como guía para nuestros futuros encuentros, porque Álex llena las líneas de consejos también para los hombres, todos bastante razonables (los consejos, no los chicos). Por último, la banda sonora que acompaña al libro, vía playlist de Spotify, acompaña bien y sirve para algún que otro descubrimiento y muchos rescates.
En resumen, para los que estén un poco cansados de historias de amor que nos trasladan a la India o a la Patagonia, para aquellos que quieran aprender algo sobre sí mismos y entretenerse cotilleando lo que hace la vecina del tercero, sí, esa que ya nos hemos encontrado en el portal con varios hombres distintos, Ariel Herz y esta novela dan la talla.
O al menos hacen reír en el intento, que ya me parece bastante.

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