Tic-Tac. Cuatro cuentos y un secreto, de Diego Arboleda y Eugenia Ábalos

Tic-Tac Cuatro cuentos y un secretoEsta es la historia de un viejo relojero, Cosme Barri, que siempre perdía el Concurso de Relojes de Autómatas con sus incomprendidas creaciones: el perro llamado Guau, que solo sabía ladrar «¡Perro!», o el señor Veleta, un hombre metálico de dos nucas, que adoraba el silencio y el cuento de El príncipe feliz, de Oscar Wilde. También es la historia de dos amigos, Raúl y Moisés, que hacían frente cada día a las maldades de unos trillizos pelirrojos, y la historia de la niña llamada Tic-Tac, que solo se dejaba ver por las mañanas, en un misterioso jardín en el que crecían relojes. Quienes, al leer esto, se hayan acordado de las películas de Tim Burton en sus buenos tiempos o de los libros de Mathias Malzieu, como La mecánica del corazón, no van desencaminados. Tic-Tac. Cuatro cuentos y un secreto, escrito por Diego Arboleda e ilustrado por Eugenia Ábalos, comparte con estas obras, que han cautivado a millones de espectadores y lectores, ese aura onírica y entrañable, con un toque de oscuridad y de sentido del humor.

Tic-Tac. Cuatro cuentos y un secreto pertenece a la colección Sextante de la editorial Libre Albedrío, orientada a niños mayores de diez años, pero a mí su lectura me ha conquistado de una manera que no esperaba; quizá porque subestimé el impacto que un libro infantil podía causar en mí. Como ya demostró Roald Dahl, los mejores autores de literatura infantil son aquellos que tratan a los niños de igual a igual, y ha sido grato comprobar que Diego Arboleda sigue esa estela. Su escritura es sencilla, pero cuidada y repleta de simbolismos, lo que la hace sugerente para el lector de cualquier edad, y es capaz de abordar temas como la amistad, el rechazo o el acoso escolar con tanta delicadeza como sinceridad.

Por supuesto, no pienso desvelar el secreto que se esconde entre las páginas de este libro, como tampoco lo hace Raúl, el nieto del viejo relojero y narrador de los cuatro cuentos. Es misión de cada lector descubrirlo, aunque probablemente los adultos lo vislumbren pronto y eso reste algo —solo algo— de misterio. Incluso puede que los niños se lo imaginen antes de tiempo, pues no seré yo quien dude de su habilidad para leer entre líneas. Descubrirlo antes o después es lo de menos, ya que lo importante es disfrutar de estas cuatro historias, tan increíbles que parecen mentiras, para comprender que en los cuentos la verdad no es importante, pero en los secretos sí lo es.

Lo que sí confieso es que, en cuanto abrí Tic-Tac. Cuatro cuentos y un secreto, no pude dejar de leer. Sin darme cuenta, llegué a la última página, con una sonrisa agridulce y el corazón encogido, pero no quise mirar el reloj para ver cuántas horas habían pasado. ¿Qué más daba? Las historias de Cosme Barri, el perro Guau, el señor Veleta, Raúl, Moisés y Tic-Tac me acababan de enseñar que los cuentos son el único tipo de mentiras que nunca son una pérdida de tiempo. Quizá porque, en el fondo, detrás de esas mentiras se esconde más de una verdad.

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