Una niña está perdida en el siglo xx, de Gonçalo M. Tavares

Una niña está perdida en el siglo xx

Recuerdo que cuando de niño jugaba a la “gallina ciega” y tras un buen rato de perseguir a mis amigos conseguía atrapar a uno, sentía la sensación de alivio, pero también notaba que habiendo pasado el tiempo moviendo mis manos en la nada, cuando apresaba un brazo o una mano o, a veces, el cuerpo, era como aferrarme a algo seguro, a algo sólido, a algo que , de repente, destacaba en lo monótono de esa nada. Ayer leyendo este libro se me reprodujo, mucho tiempo después, esa misma sensación. Aunque lo cierto es que cada vez que leo a Gonçalo M. Tavares lo hace. ¿Por qué? Sospecho que es porque en todos los textos que he leído de él se muestra su figura contundente, solida y segura entre cada una de sus páginas; diría yo, incluso, que se le adivina en el breve espacio que existe entre las letras de una palabra. Es una silueta única, diferente, reconocible y que, más que agarrarlo tú, parece que te atrapa él; sea en una única imagen, en un pequeño cuento o en una novela. Se distingue su mundo, decididamente particular, en cada frase que inmovilizas entre tus meninges, y pienso que si cierras los ojos -como jugando- y alguien te lee sus páginas, sentirás la misma sensación de vértigo del que busca, pero también de anhelo por alcanzar o comprender sus lugares, sus pasiones, sus profecías, sus engaños, sus pretensiones, sus paraísos infernales y sus infiernos de tentaciones. “Una niña está perdida en el siglo xx” es una novela, también, de búsquedas, donde perseguir y huir son la misma forma de continuar hacía delante, de recomponer un puzzle cuyas piezas son recortes de muchas vidas, de caras y cuerpos sin culpa, de miedos y de derrotas, de tentaciones y despedidas, de horror y amenaza, de detalles mínimos que crean un mundo, y mundos enormes que se resumen en un libro.

Una niña está perdida en el siglo xx” es la historia de una reunión: la de Hanna, una niña con síndrome de Down perdida en la calle, y de Marius un hombre la descubre mientras huye; y es la búsqueda del padre de la niña en la ciudad de Berlín. Así de simple, así de sencillo… El resto es arte…. Lo que no voy a poder contar de la novela es lo que yo solo puedo describir como una manifestación de talento…Capacidad y calidad que se refleja es una sucesión de imágenes, sensaciones, ideas, evocaciones, percepciones, alegorías… Que todas juntas van componiendo y desarrollando un producto, una imagen, un concepto, entre barroco y surrealista, con figuras , situaciones, irrealidades y realidades que van apareciendo y desapareciendo de la vida de los dos personajes principales. Y descubres que el resultado de esa unión, como si un rompecabezas se tratara, es un cuadro fragmentado de fantasmas, visiones y nociones surgidos del siglo XX, que se manifiestan y parecen encontrarse en un punto intermedio del sueño y la vigilia. Cuadros iguales a los que te despiertan de repente en la madrugada llenos de figuras siniestras, líderes nazis, judíos asesinados, campos de exterminio, animales,fotografías, recuerdos encerrados… y parece que no vas a poder sacudirte de tu cerebro en ningún momento del día, impresos en fuego como están en tu cerebro.

Una niña está perdida en el siglo xx” parece moverse por la dualidad en la que se mueven todos los mundos: amor-odio, crueldad-amabilidad, muerte-vida, temor-serenidad, existencia-inexistencia. Hasta la propia composición del libro parece respirar al doble ritmo del narrador que inspira y expira según sea en primera o tercera persona. Todo parece estar diseñado para descubrirnos, sin sorpresa, que existe un tercer personaje principal y que éste es el propio libro. Que con sus silencios y sus gritos, con sus sugerencias y sus prohibiciones, con sus amagos y sus derrotas, parece conducirnos, tramposamente, por mapas nazis, por fichas rotas que parece no llevarnos a ningún lado, por trenes que van y vuelven, por escaleras al suicidio, por relojes sin manecillas que siguen dando las horas…. Y por esa trampa parecen querer introducirnos en esa duda que nos suele atrapar y que nos hace preguntarnos si hemos sabido encontrar el significado de las imágenes y textos que se deslizan por las páginas de los libros -de ciertos libros- . Pero siento que los libros hablan desde el cerebro del escritor y se descifran entre los ojos del lector…Así los personajes y las situaciones, los lugares y las alegorías a ellos unidos que aparecen por este libro no son sino mis propios fantasmas, mis mismas alucinaciones, mis dudas, mis miedos, mis aprendizajes, mis huidas… Dibujadas y filtradas, de nuevo , en la duplicidad de la inocencia sonriente de Hanna y de la sabiduría demente de Marius. Ambos son dibujos esquemáticos de lo que somos nosotros : somos inocencia y sabiduría, somos simpleza y maldad potencial, somos huida y búsqueda.

Si quisiera describir el libro para alguien que me lo pidiera pero sin descubrir nada de sus meandros, diría que es como si a una figura, cualquiera, incluso digamos que es fea -que no es el caso- la miramos por un microscopio, y al acercarnos más y más veríamos que van apareciendo los átomos y que cada uno de ellos tiene una rara e imponente hermosura, sea por su disposición, por su paisaje en miniatura, sea, incluso, por sus sustancias extrañas que portan o por los movimientos de cada una de sus partes,… Pero todos los átomos juntos, aunque parezcan distintos, son los que componen un cuerpo único y concreto que es el que ves por el ojo que no apoyas en el cristal de la lente.

 

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