Bangkok, de Lawrence Osborne

bangkok

Viajar es como la droga, pues crea una adicción de la que es difícil escapar. A muchos les puede parecer exagerada esta afirmación, pero todo aquel que tenga el gen viajero metido en el cuerpo estará de acuerdo conmigo. El placer que se consigue visitando otras ciudades y mezclándote con otras culturas produce una sensación indescriptible, la misma que he sentido al leer esta pequeña joya editada por Gatopardo.

Lawrence Osborne nos propone un viaje a Bangkok, capital de Tailandia y una de las ciudades más visitadas del Sudeste Asiático. Los dos últimos años he podido disfrutar del encanto de una de las zonas que mueve más mochileros en el mundo. He podido conocer la sofisticación de Singapur y la hospitalidad balinesa. He quedado prendado de la amabilidad del pueblo camboyano y del vertiginoso ritmo de vida vietnamita. Como turista, me he olvidado de todo en las islas Gili y he quedado asombrado del poderío monumental de Angkor Wat. Y en mi tercer viaje a la zona, que espero llegue pronto, tenía pensado conocer por fin todo lo bueno que me han contado de Tailandia, que he querido dejar para el último momento, pues no soy muy amigo de las multitudes y he preferido primero conocer destinos menos concurridos.

Y es que Bangkok, además de una ciudad frenética y fascinante, se muestra casi inabarcable desde su mismo origen. Su nombre ceremonial completo forma una de las palabras más largas e impronunciables del mundo. “Krungthepmahanakhon Amonrattanakosin Mahintharayutthaya Mahadilokphop Noppharatratchathaniburirom Udomratchaniwetmahasathan Amonphimanawatansathit Sakkathattiyawitsanukamprasit”, o lo que viene a significar “Ciudad de ángeles, la gran ciudad, la ciudad que es una joya eterna, la impenetrable ciudad del dios Indra, la magnífica capital del mundo dotada de nueve gemas preciosas, la ciudad feliz que goza de un colosal Palacio Real similar a la morada celestial donde reinan el dios reencarnado, una ciudad brindada por Indra y construida por Vishnu”. La capital tailandesa es una amalgama de barrios, callejuelas, barriadas y riachuelos imposible de conocer en su totalidad, incluidos sus propios habitantes.

El autor relata en este libro sus impresiones durante los periodos vividos en esta ciudad. Lawrence se convierte en un flâneur que vaga sin rumbo por sus calles buscando la verdadera esencia del lugar, esa esencia que es difícil de encontrar en las guías de viajes. Quizá el verdadero valor de Bangkok es que no está escrito por un turista, sino por un viajero. No es lo mismo llegar a una ciudad y ver en dos días los puntos más importantes que vivir en ella durante meses y meses, conocer sus barrios más auténticos, pulsar la opinión de sus gentes e incluso conocer su cara menos amable, esa que los turistas no solemos ver. Solo así se puede entender el orgullo que siente todo tailandés por pertenecer a un país que nunca ha sido colonizado. Y solo así se puede entender la libertad que impregna cada calle o cada uno de los miles de burdeles que proliferan por doquier.

Bangkok es donde se refugian algunas personas cuando sienten que ya nadie las puede amar, cuando se rinden

La experiencia que Lawrence Osborne revela también porque Bangkok es una ciudad tan atractiva para los ciudadanos occidentales que deciden pasar los últimos años de su vida en sus calles. Su relato está lleno de farangs (extranjeros) con los que va interactuando, a cada cual más extravagante. Personas admirables o despreciables, que viven en Tailandia sin esperar mucho más de la vida, como McGinnis o Dennis. Pero también toma importancia en sus páginas la filosofía del carpe diem, pues estamos ante una ciudad que activa todos los sentidos del turista y que invita como pocas a vivir el aquí y el ahora.

Bangkok es un relato sincero. Osborne aparece desnudo ante el lector, que conoce las luces y las sombras del autor y de la ciudad. La capital tailandesa presume de vida y de luz, pero también convive con la prostitución, el vicio y las drogas sin que eso suponga un escándalo entre sus habitantes. Todo ello aparece perfectamente reflejado en este magnífico libro. Y por eso me gusta terminar con la reflexión que hace uno de los farangs en una alocada noche de copas con Lawrence. “Lo que me gusta de estos sitios es que te recuerdan que el planeta sigue girando sin que nada importe. Todo es una farsa y desaparecerá muy rápido, mucho más rápido de lo que pensamos”.

César Malagón @malagonc

Deja un comentario