Del color de la leche

Del color de la leche, de Nell Leyshon

Del color de la lecheLa vida, si se disfruta a sorbos, puede reparar las heridas del pasado. Pero si la disfrutamos de golpe, bebiendo de su jugo como si nos encontráramos en un desierto, sufriremos el colapso que nuestros órganos no están preparados para soportar. A pequeños pasos, mientras crecemos, aprendemos esto a base de golpes, a base de darnos contra paredes imaginarias – otras ya más reales – que construyen un muro a nuestro alrededor que nos protege de lo que viene de fuera, pero también nos impide sacar lo bueno que tenemos. Es la paradoja ante la que nos enfrentamos muchas veces. Salimos y vivimos, o nos aseguramos en nuestro pequeño blindaje. Del color de la leche puede que no sea un muro, pero lo parece, cuando vamos viendo cómo Mary, la joven protagonista, nos narra su vida hasta el final, hasta ese punto que hace que la novela termine, pero que deja el poso necesario para que sepamos que en nuestro pequeño refugio seremos seres inviolables. La realidad, empecinada en entrar por las grietas, hace que los sueños sean sólo eso, sueños, de una forma un tanto gris, casi diría que negra entera, mientras el muro cae, mientras ya todo nos atrapa y nos remueve. Así es como el tiempo, con sus agujas como cuchillos, va pasando y nos damos cuenta de lo perdidos que estamos en un entramado de sensaciones que, al no ser dueños reales de ellas, nos convierte en pequeños títeres, en marionetas manejadas por hilos invisibles, en muñecos de trapo al que ponen voz y dejan en silencio, después, cuando ya han cumplido su papel. Seremos libres, alguna vez, aunque nosotros no seamos conscientes ni tengamos la edad suficiente para verlo. Como Mary, como todos.

Mary es enviada a trabajar a una casa a trabajar como criada, cuidando a la mujer del vicario. Ella tiene el pelo del color de la leche, y es diferente. Aprenderá allí todo lo que le habían impedido: a leer, a escapar de las sombras, a ser alguien importante, aunque junto con las luces venga otro tipo de muerte, que sólo podrá salvarla a través de la escritura.

Participamos muchas veces de las novelas por recomendaciones ajenas. Tras muchas reseñas, tras muchas otras palabras de admiración ante Del color de la leche cayó en mis manos de una manera fortuita, como quien recibe un regalo que llevaba esperando desde hace mucho tiempo. Fue de noche, como suelen sucederme a mí los buenos augurios, cuando empecé esta novela de Nell Leyshon, estirando las horas de vigilia y restándolas a las del sueño, mientras las palabras y la vida de la adolescente Mary iban haciendo que cobrara vida y forma su historia. No es fácil, o a mí no me lo parece, conseguir ponerle el punto exacto de realidad a la voz de una edad que se vive de una forma desaforada, de una manera violenta mientras buscamos quiénes somos y tenemos que escuchar lo que los demás quieren que seamos. Pero esta novela sobre la vida de una niña singular que es feliz, pero a la vez desgraciada, pone la perfecta voz a una nueva protagonista que se clava, que se incrusta en los huesos y no se olvida por mucho que las horas pasen y otras historias caigan en nuestras manos. Y quizá sea, precisamente, esa crudeza la que hace de esta novela uno de esos descubrimientos que emocionan. Porque uno se ve envuelto en su mundo de una forma sosegada, de una manera tranquila mientras vamos sumando días, estaciones, a lo que una niña puede vivir, para encontrarnos poco después, en su recta final, con un secreto que llevamos retrasando páginas, que nos lleva a entenderlo todo, a saborear el escozor que, muchas veces, la vida nos regala como si en ese envoltorio nos encontráramos veneno puro.

Del color de la leche puede parecer, observado de canto en una estantería, una historia corta, casi poco importante, que pase desapercibida mientras nuestros ojos pasean por los otros títulos que llevarnos a casa. Pero sería no hacer justicia a un título, el de Nell Leyshon que abrimos y nos sume en la devastación que el mundo real ha causado a lo largo del tiempo, pero también en la alegría de observar una mirada cándida, transparente, humilde, de una niña que pensó que lo tendría todo, que tuvo que enfrentarse al mundo cuando en realidad, lo que al final la llevaría a tomar derroteros que no hubiéramos querido, tendría que haber vivido como lo que es en realidad: alguien que despertaba al mundo y que nunca, jamás, debiera cerrar los ojos.

3 comentarios en «Del color de la leche»

  1. Leí este libro en octubre, en un viaje a Valencia en el AVE. No podía dejar de leer y, aún hoy en día, lo sigo teniendo en mente. La historia de Mary no es diferente de la de miles de niñas que fueron a trabajar a casas de personas adineradas, lo que si es muy diferente es el modo en que está contado. Todavía siento el frío de la noche que describe Nell Leyshon… Una obra magnífica, inolvidable

    Responder

Deja un comentario