El libro de los pequeños milagros

El libro de los pequeños milagros, de Juan Jacinto Muñoz Rengel

el libro de los pequeños milagrosFijaos en ese punto. Puede ser un punto y final, un punto y seguido o, quizás, el principio de un punto y seguido. Después, quedaos observando ese grano de arena. Puede ser parte de un desierto inmenso, o parte de un simple castillo de arena, o una mota que el viento mueve y va a parar a nuestro ojo. Y para finalizar, fijaos bien en la gota del agua. Puede formar parte de un océano, o ser simplemente el resultado del sudor creado por el esfuerzo, o todo lo que queda de una filtración de nuestros vecinos. La realidad es así. Se forma de pequeños detalles que, según la dirección, según la visión de nuestros ojos, crean historias distintas, que se alejan mucho de parecerse, convirtiendo un simple elemento, uno pequeño, en algo grande, monstruoso, enorme. Así se forma la vida. El libro de los pequeños milagros juega con ese concepto, lo retuerce y lo enarbola, como las banderas que se ondean en son de paz, o como los pañuelos que sobresalen de la ventanilla de un coche que dan lugar a una nueva vida. Porque no es lo mismo atender a la realidad que fijarse en ella. Caminamos, nos perdemos, acabamos encontrando nuestro sitio, o terminamos más desubicados que cuando empezamos. Eso es el sendero, y ahí radica nuestra importancia. Porque ver no es lo mismo que ver y en esa pequeña diferencia, en esa cursiva, es donde nos encontramos en este mismo momento. Fijaos en lo que tenéis a vuestro alrededor, ¿qué historias podéis crear?

 

Conocí a Juan Jacinto Muñoz Rengel por su primera obra, El asesino hipocondríaco. ¡Y vaya manera de conocer a alguien! Fue la sorpresa de la temporada. Así que, estaréis conmigo en que tener en mis manos un conjunto de relatos escritos por él era una visita obligada para mí. Considero al autor como uno de esos artistas de pincel que, con pequeños trazos, con las líneas que nos descubren las historias creadas en su mente, consigue desestabilizar los cimientos de toda una edificación como lo es nuestra vida. Pequeñas frases, cortas en su extensión pero inmensas en su interior, consiguen que sus textos nos dejen esa labor de reflexión, ese continuo pensar sobre lo que leemos y sobre lo que vivimos, ese abrir una puerta y querer encontrarnos lo que hay ahí fuera, como si un mundo distinto hubiera hecho acto de presencia y no tuviéramos más remedio que abrazarlo y casarnos con él. Porque en esos pequeños detalles de los que hablaba al principio es en los que el autor se mueve como un prestidigitador que ha jugado mucho con su sombrero, con las cartas que se conoce al dedillo, con los pañuelos que, saliendo de la chistera, van cambiando de color a medida que la mano estira la tela. Es, por tanto, un mago de las palabras, con las que juega sin distracción aparente, manteniendo al lector desde la primera a la última, de la última a la primera, construyendo cuentos que bien podrían ser consideradas novelas. Esos son los milagros de El libro de los pequeños milagros, conceptos que aparecen y desaparecen, pero que, de alguna forma, se quedan con nosotros.

Se trata de respirar lo justo, de controlar ese aire que se aloja en los pulmones, y después expulsarlo tras acabar uno de estos cuentos. Se trata, también, de conjurar aquellos hechizos que nos atan a la lectura, que nos encadenan a los libros, a lecturas como la de Juan Jacinto Muñoz Rengel, que nos atrapa en la red y nos deja como las moscas en la tela de araña. Y después a observar minuciosamente, a captar las minúsculas porciones de verdad, la lectura entre líneas, las imágenes que se forman, y que contribuyen a subir un escalón en nuestra experiencia como público, como espectadores de un artificio digno de premio, de festival, de orquesta con todos los instrumentos necesarios. Porque aunque cortos, no son menos importantes las historias que aquí se cuentan, porque aunque minúsculos, los relatos se escabullen de las manos y llegan al cerebro, donde se depositan como los recuerdos que nunca queremos olvidar. Ese es el premio, esa es la garantía de éxito de El libro de los pequeños milagros que convierte lo que toca en oro, como un rey Midas deseando salir de su encierro, que aletea como un pájaro para evadirse, para contrarrestar la nefasta vida que nos espera al otro lado de la calle, al otro lado de la existencia. Será que yo he renacido como la primavera que comienza, pero en este caso, tras la lectura obligada, reconozco que esos detalles, los que nos forjan a fuego, se traducen por fin en palabras que, de otra forma, yo no podría haber entendido de ninguna manera.

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