El umbral

El umbral, de Patrick Senecal

El UmbralParece ser que Patrick Senecal está considerado el Stephen King canadiense. Aunque la asociación sea muy socorrida, disiento categóricamente, al menos a juzgar por El umbral: los dos tienen en común cultivar la ficción del género de terror, y ahí se acaban las similitudes. Ni en estilo, ni en preferencias autorales, ni en personajes se parecen lo más mínimo. Ello no quiere decir que los dos no puedan gustar por igual al lector; pero, aviso: para disfrutar de El umbral hace falta tener el estómago muy bien asentado, y es preferible evitar su lectura en las sobremesas, así como en momentos de bajo estado de ánimo.

 Si King -aunque ha tenido y tiene sus momentos- se puede comparar a una película de terror psicológico, Senecal y su El umbral son como una gamberra peli gore. Bueno, quizá no tan gamberra como cabría esperar, pues domina la narración, hasta el final, un tono muy sombrío que hace que el lector esté en guardia y barruntando que pase algo parecido a lo que luego pasa. Senecal consigue transmitirnos esta sensación a pesar de que su estilo no es especialmente trabajado ni rico en figuras estilísticas.

La historia que cuenta El umbral es escabrosa desde el primer momento, y la ambientación -un hospital psiquiátrico de arquitectura bastante peculiar- contribuye a ello. A ese hospital es enviado el famoso escritor de terror Thomas Roy, que ha sido encontrado en su piso de Quebec en estado catatónico y con graves (auto)mutilaciones. Asignan el caso a Paul Lacasse, un médico que está un poco de vuelta de todo y que tiene sus propios problemas, como la falta de chispa en su matrimonio, por ejemplo, o su desilusión tras ejercer la misma profesión durante toda la vida y no haberse sentido nunca plenamente satisfecho con ella. Al principio, el caso de Roy le es indiferente, pero con el concurso de una compañera de trabajo que resulta ser fan acérrima del escritor y de un periodista algo estereotípico con ganas de carnaza, las cosas se irán poniendo más interesantes y Lacasse se verá envuelto en una intrigante y oscura historia con tintes sobrenaturales.

El umbral discurre por caminos que no son en absoluto innovadores, aunque tiene algún destello de originalidad o de querer hacer las cosas de un modo diferente, y esto hace la novela interesante. Las páginas se pasan con enorme rapidez a medida que avanza la historia y se va descubriendo cada vez más sobre el origen de la catatonia y de las heridas de Thomas Roy y de qué lo ha empujado a ese triste destino. También es cierto que ese ir revelando las cosas va parejo con la pérdida de credibilidad -o, si lo prefieren, de una mayor necesidad de suspender la propia incredulidad- de la historia, cuyos secretos dejan de ser tan interesantes en el momento en que se descubren.

 Para el lector que no desfallezca ante el creciente nivel de casquería y de truculencia de la historia, hay un premio en forma de contundente desenlace que, sin ser nada del otro mundo (todo está ya dicho en el terreno de la ficción terrorífica), sin duda satisfará los apetitos de los amantes del terror más gráfico (el resto, mejor abstenerse).

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