El viento comenzó a mecer la hierba

El viento comenzó a mecer la hierba, de Emily Dickinson

El viento comenzó a mecer la hierba

Hace mucho tiempo, más o menos cuando contaba con diecisiete años a mis espaldas, me encontré con una pequeña antología de Emily Dickinson que me dejó con la boca abierta. En uno de esos poemas, encontré todo aquello que podía sentir yo en aquellos momentos, y por eso supe que estaba ante un libro que, no podía ser de otra manera, era único. El poema decía así: Se parece el dolor a un gran espacio;/ recordar no podría / cuando empezó; si hubo / sin él un sólo día. Fue entonces cuando se me empezó a acelerar el corazón, cuando mis ojos temblaron con la emoción de un niño pequeño, y abracé a la poetisa que me hablaba desde otro tiempo a mí, desde unas páginas, hasta llegarme al mismísimo corazón.

Por eso, lo que ha hecho Nórdica con este “El viento comenzó a mecer la hierba”, es un regalo en toda regla. Un pequeño dulce que se saborea nada más notar como la voz va siguiendo sus palabras, las letras que gestó en su interior Emily Dickinson; el cuerpo tensado como la cuerda de un violín antes de empezar a tocar cuando las manos agarran esta pequeña recopilación de poemas, ilustrados por el gran Kike de la Rubia, que nos hace disfrutar en cada poema de un paisaje diferente, de una vida lejana como fue la de la autora, pero cercana cuando eres capaz de meterte en este apasionante mundo de la poesía.

Es difícil reseñar poesía. ¿Cómo se puede reseñar un sentimiento, una emoción tan pura, un golpe tan certero a nuestra caja torácica? ¿Puede ser alguien capaz de, con palabras, resumir alguno de estos poemas que recorren este “El viento comenzó a mecer la hierba”? Dolor, melancolía, ansias de libertad, cambio, triunfo, amor. Sentimientos que se traducen en palabras, en pequeñas métricas que no riman, que no lo necesitan, porque las emociones son así, desacompasadas, arrítmicas, como un terremoto elevado en la escala de Richter, que te desestabilizan en el momento en que se pone el punto y final. Estas son pequeñas historias que Emily Dickinson dejó grabadas en toda su perfección, con las letras exactas, ni una más ni una menos, para que después nosotros, en otra época que ya no era la suya, podamos mantenerla viva en nuestra memoria. Y esta es una prueba:

 

Como si el mar se retirara

y mostrara un mar más lejano;

y ese, otro aún más lejano;

y el tercero no fuera sino la conjetura

de serie de mares

no visitados por las costas;

y estos mismos, el borde de otros mares.

Esto es la Eternidad

 

Porque en un terreno donde sentarse, mirar al horizonte, y disfrutar de un libro como es este “El viento comenzó a mecer la hierba”, ahí es donde podríamos encontrarnos en la mayor de las eternidades posibles.

3 comentarios en «El viento comenzó a mecer la hierba»

  1. ¡Buenas! Nunca antes había leído nignuna reseña sobre el poemario de Emily Dickinson, ni había oído hablar de él, pero, aseguro que, al leer esta magnífica reseña me he quedado con las ganas de leerlo. Espero poder difrutar tanto del libro como lo has hecho tú.

    Enhorabuena por la resaña.

    Un beso.

    María.

    Responder
    • Gracias María! Te recomiendo leer esta edición de Nórdica, no sólo por la labor de traducción de la obra, sino además por las ilustraciones del libro, que son un acompañamiento perfecto para disfrutar de la experiencia Dickinson 🙂

      Un beso.

      Sergio

      Responder

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