La familia Golovliov

La familia Golovliov, de Schedrín

La familia Golovliov

Es probable, bueno, es seguro, que Mijail Saltykov, Schedrín, no goce en nuestros días de la misma consideración que sus contemporáneos Tolstói o Dostoievsky. Leer La familia Golovliov es una magnífica manera de cuestionarse el porqué de este hecho, porque es una obra grande, muy grande, llena de personajes inolvidables con cuyo sufrimiento el autor novela a la perfección la decadencia de la aristocracia rural rusa, puede que con excesiva dureza al fin y al cabo, pero con una fuerza incuestionable.

Los Golovliov, la madre primero y uno de los hijos, Iudushka, después son una suerte de Saturno ruso devorando a sus hijos, pero deleitándose en ello, no comiéndoselos de golpe, sino poco a poco (no conviene hacer un gasto excesivo en nada) y en lugar de sacrificarlos de forma rápida e indolora, ahogándolos en un mar de mezquindad, miseria y disimulada maldad. Unas vidas consagradas al dinero en las que todo lo que no sea un beneficio es un estorbo y en las que el espacio que en principio debe estar reservado a la imaginación, la fantasía o el amor, está ocupado por la fantasía de nuevos e increíbles beneficios, la imaginación de nuevos negocios, y el amor al dinero. Estos Golovliov tiene un ábaco allí donde debería haber habido un corazón, pero los otros, las víctimas, en ese lugar tienen una botella de vodka o cualquier otra herramienta de autodestrucción que los azares del destino les dejaran a mano.

Nosotros, los rusos, no tenemos un sistema de educación tan fuertemente ideologizado. A nosotros no nos adiestran, de nosotros no se obtienen futuros partidarios y propagandistas de unos u otros principios morales, sino que simplemente nos dejan crecer, como la ortiga crece junto a la cerca. Por eso, entre nosotros hay muy pocos hipócritas y muchos mentirosos, fanáticos y charlatanes. No tenemos la necesidad de ser hipócritas en relación con los principios sociales, porque desconocemos la existencia de estos principios, y no nos protegemos bajo ellos. Existimos en total libertad, es decir, vegetamos, mentimos y charlamos a nuestro antojo, sin ningún principio.El párrafo anterior es lo único que me impide decir que la familia Golovliov, es un monumento a la hipocresía. En el caso de Porfiri Vladimirovich, “Iudushka” (“pequeño judas”) especialmente ya que utiliza la religión como excusa para dar rienda suelta a su avaricia y a su falta de sentimientos humanos, pero probablemente tenga Schedrín razón, estos personajes (y tantos otros como quedan explicados por sus palabras) no eran hipócritas, sencillamente eran mezquinos, cicateros e insensibles porque consideraban que eso era la vida. Una vida realmente triste a nuestros ojos (En todo su pasado, gris, completamente absorbido por las pequeñas y las grandes acumulaciones de posesiones, espiar los amoríos de las criadas descarriadas era el único elemento romántico que tocaba un resorte de vida), una existencia desgraciada cuyo destino inevitable era el que fue y que Schedrín narra aquí con tanta fuerza como crudeza. Es curioso como diciendo lo mismo al fin y al cabo que Chéjov, pueda decirse de una forma tan diferente.

Por primera vez en su vida Iudushka se lamentó seria y sinceramente de su soledad, por primera vez comprendió vagamente que la gente que le rodeaba no eran únicamente peones, buenos sólo para ser atormentados

Siendo en realidad un personaje arquetípico de la literatura rusa, Iudushka es a la vez un personaje sorprendente. La exposición de sus pensamientos de la forma en que Schedrin la plasma en La familia Golovliov es original por la crudeza con que los expone. La familia Golovliov no es un clan que decae y desaparece, es un grupo de personas terriblemente desdichadas que sencillamente implota, que consiguen hacerse desgraciados unos a otros en tanto les queda vida y que son tan incapaces de hacer la más leve autocrítica como de hacer una buena obra. En la primera parte Arina Petrovna, la madre, aparece como un personaje malvado, un ser miserable por el que nadie puede sentir la menor empatía, pero después su hijo se encarga de hacerla aparecer como una víctima más. Agresora mientras tuvo poder y víctima cuando lo perdió. La vida en Golovliovo se resume en eso: quien puede hacer daño lo hace. No por maldad, Iudushka no quiere que sus hijos mueran, pero llegado el momento de elegir entre ellos y sus principios (y sus principio son únicamente la acumulación de riqueza) no duda es sacrificarlos en ese altar. Y se justifica a sí mismo, sólo su verborrea, el vacuo aparato con que envuelve su mezquina existencia, es en él tan poderoso como su egoísmo, pero es una justificación tan triste que a menudo uno preferiría que fuese simplemente malo, que disfrutase haciendo daño.

Lo peor de La Familia Golovliov es que Schedrín quiso narrar la decadencia de una clase, esa aristocracia rural rusa tan novelada, pero leído con ojos de hoy, resulta ser tan buen adivino como literato porque si bien no en las relaciones humanas, en las normas que rigen esta sociedad nuestra de tiempos de crisis sí que parece que de repente todos nos hayamos mudado a Golovliovo. Y no es un lugar agradable para vivir.

En una palabra, la tomara por donde la tomara había hecho balance de su vida. Vivir era un tormento innecesario; era preferible morir; pero ahora la desgracia estaba en que la muerte no llegaba. Hay algo infame y traidor en ese retraso insultante de la agonía, cuando se llama con todas las fuerzas a la muerte pero esta sólo seduce y bromea.
Andrés Barrero
andres@librosyliteratura.es

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