Me he mudado una decena de veces en la vida. En muchas ocasiones, curiosamente, a sitios más pequeños cada vez, como si encogiera mi existencia. Nunca he querido arrastrar demasiadas cosas en las mudanzas, y siempre he aprovechado para regalar un buen puñado de libros, cuyas pesadas cajas odiaba cada vez que había que trasladarlas.
Al tiempo que he ido perdiendo de vista todos aquellos libros manumisos, he ido creando también una categoría de libros intocables. Esos ni siquiera los embalo, procuro llevarlos de la mano o colgados del hombro en alguna bolsa de tela, siempre distinta de mudanza a mudanza. En esta última categoría están los libros que no se prestan por razones sentimentales, los que no quiero perder de vista porque sé que no voy a poder encontrarlos de nuevo o los que creo, simplemente, que van a acompañarme de por vida. Creo que la edición que Zorro Rojo ha hecho de La guerra de los mundos va a entrar de lleno en este último grupo.
La historia es bien conocida y de hecho en Libros y Literatura ya reseñamos anteriormente La guerra de los mundos. H.G. Wells, básicamente, imagina la primera invasión alienígena de la Tierra. Los marcianos, miembros de una civilización más desarrollada que la nuestra pero también más cerca de su final, llegan para conquistar nuestro planeta sin miramientos. Lo hacen a través de varios cilindros que van cayendo en Inglaterra en días sucesivos, y de los que van saliendo unos artilugios mecánicos dotados de largos apéndices que siembran el pánico y la destrucción allá donde van. El relato de Wells no carece de ninguno de los elementos que luego resultarían tan comunes a las novelas del género: un protagonista narra en primera persona su experiencia y cómo se va librando de caer a manos de los invasores. Estos enfrentan primero a un ejército motivado y optimista, al que vencen sin problemas, y después se lanzan a masacrar a la población con un arma terrible: el Rayo Ardiente. La capital del mundo de aquella época (Londres) es el blanco principal de los ataques, y los humanos han de utilizar todo su ingenio, y una pizca de suerte, para derrotar a los atacantes.
Resulta curioso comprobar la base científica del texto, en la que Wells pone cierto empeño, y que sería el camino a seguir por la ciencia ficción dura. Aparte de su indudable valor como novela de género, una de las cosas que destacan en La guerra de los mundos es que, fiel al espíritu de otras de sus obras, H.G. Wells también trata de introducir una serie de enseñanzas más allá del divertimento propio del texto. Por un lado, intenta abiertamente que el lector reflexione sobre cómo actúa el ser humano cuando coloniza, y sobre el abuso que hacemos de nuestro poder frente a especies más indefensas. Por otro lado, también exalta los valores del trabajo en común y de la buena organización, más allá de los individualismos, como manera de resolver los problemas.
Porque la invasión se resuelve, claro, si no no estaríamos aquí contándolo. Pero si quieren saber cómo, tendrán que leer hasta casi la última página.
El libro ya me gustaba de por sí, pero no había hecho más que sacarlo de las bibliotecas un par de veces para leerlo, hace ya años. Libros de bolsillo, nobles y robustos, pero nada que ver con este volumen. Esta nueva edición ilustrada, en tapa dura, es un lujo. Rescata las ilustraciones (que desconocía) de Henrique Alvim Correa, un dibujante brasileño coetáneo de Wells, publicadas únicamente en una minúscula edición belga poco posterior a la original. El trazo de Correa es fiel al relato de Wells pero a la vez resulta original, capta perfectamente la atmósfera caótica y desordenada de las semanas de la invasión y aporta un valor añadido al relato. Además, el volumen conserva la traducción de Ramiro de Maeztu, que todavía resulta perfectamente legible. Me parece un acierto recurrir a ella y no a una nueva traducción, o a una más reciente, esa decisión dota de coherencia toda la edición.
De La guerra de los mundos de H.G. Wells hizo Orson Welles su ya famosa narración radiofónica, y luego vinieron películas e incluso un musical. Pero contra una edición como esta, no hay nada que hacer: yo prefiero el libro.