Los niños de la viruela, de María Solar

los niños de la viruelaEn 1980 la Organización Mundial de la Salud declaró al planeta Tierra zona cero de viruela. Una de las enfermedades más devastadoras de la historia de la Humanidad había sido erradicada mediante la vacunación. Esta ha sido la única vez, hasta el momento, que se ha logrado un hito médico de semejantes dimensiones y Los niños de la viruela, de María Solar, nos cuenta cómo comenzó todo, para rendir homenaje a los veintidós niños que pusieron su cuerpo al servicio de la ciencia.

Tenemos que remontarnos a los primeros años del siglo XIX y viajar hasta el hospicio de A Coruña, donde malvivían los niños abandonados por ser fruto de la deshonra o por la falta de medios de sus familias. Nadie esperaba nada de ellos —más allá de que se convirtieran en delincuentes—, ni ellos esperaban nada de nadie —si acaso, algo que llevarse a la boca para saciar su hambre—. Y hasta allí llegó el doctor Francisco Javier Balmis para cambiarles la vida, encabezando una expedición filantrópica sufragada por el rey Carlos IV.

Su propósito parecía descabellado: crear una cadena humana que transportara la vacuna de la viruela desde España hasta América, inoculándola de brazo en brazo, durante los meses que durara el viaje. Y para eso necesitaban muchos colaboradores, al menos veintidós; a poder ser, niños de unos tres años. Pero ¿qué padre en su sano juicio dejaría que introdujeran el virus de una vaca (de ahí el nombre de «vacuna») en el cuerpo de su hijo? Pues ninguno. Por eso los desarrapados del hospicio fueron los elegidos.

«De las mayores locuras han salido los grandes avances», dice el doctor Posse Roybanes en un momento de la novela, y esta historia es prueba de ello. Hoy en día se pone el grito en el cielo por la cancelación de vacunas o se acusa de ignorantes a los padres que se niegan a ponérselas a sus hijos, pero ni siquiera sabemos a quién agradecer ese cambio de mentalidad y de hábitos sanitarios que ha salvado millones de vidas y que se gestó en España. En Los niños de la viruela, María Solar recuerda la odisea de los doctores Balmis, Josep Salvany y Posse Roybanes, de la rectora del orfanato de A Coruña, Isabel Zendal, de los veintidós niños de los hospicios de Madrid, Santiago de Compostela y A Coruña y de los incalculables voluntarios que ayudaron a mantener la cadena de vacunación y extenderla por todo el mundo. Ninguno de ellos tuvo entonces el reconocimiento oficial merecido —si acaso, Balmis— y su hazaña es bastante desconocida en la actualidad, a pesar de que la salud mundial sigue disfrutando de sus logros.

Esta novela juvenil de Anaya, cuya lectura recomiendo a jóvenes y adultos, recrea este hito médico y solidario, poniendo sobre la mesa la hipocresía de la época en el trato a los niños y el enfrentamiento entre el inmovilismo religioso y el afán de progreso de la ciencia. Pero, sobre todo, rinde homenaje al altruismo de esos locos que lucharon por el bien común a costa del propio hasta las últimas consecuencias. Para los protagonistas de aquella historia, la puesta en valor de su esfuerzo llega con dos siglos de retraso, pero nunca está de más rendirles tributo si eso sirve para prestar atención a los locos de nuestro tiempo y reconocerles sus logros cuando aún están vivos para agradecerlo.

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