Año 1920. España. Hombre flaco, gallego, de extravagante porte. Capa sobre sus hombros, larga melena cubierta por un sombrero —uno de copa—, quevedos y barba de chivo. Y manco, que eso también hay que saber lucirlo. ¿Su nombre real? Ramón Valle Peña. Él mismo decidió cambiárselo por el más sonoro y molón Ramón María del Valle-Inclán. Mucho mejor.
Este hombre, que gustaba de codearse y reflexionar sobre filosofías irracionalistas en el seno de hombres graves y concentrados como Unamuno, Azorín o Baroja, resultaba siempre la nota discordante por sus excéntricas y bohemias costumbres. Fíjate hasta qué punto llegaban sus ideas que decidió abandonar los estudios de Derecho e irse a vivir a México porque, según él: «México se escribe con x». Y se quedó tan ancho. ¿Y cómo llegó a quedarse manco? Ese es otro capítulo de su esperpéntica —¡oh, fabuloso calificativo!— vida. Resulta que, tras su experiencia mexicana, todo con muchas x, y regresar a Madrid, su vehemencia le llevó a zurrarse con un amigo a bastonazo limpio. Decían los habituales del Café de la Montaña que Valle-Inclán era asiduo a acalorarse en debates y recurrir al duelo con sus homólogos. ¡Qué tiempos, oiga! En una discusión que no iba con él sobre la relación entre españoles y portugueses, Manuel Bueno dijo algo que no resultó del agrado de Valle-Inclán. Ni corto ni perezoso le espetó: «¡Qué quieres decir con eso, majadero?». Y Manuel Bueno, que no era muy dado al diálogo, le asestó un bastonazo en el brazo cuyo resultado fue la amputación por la lesión. Pero todo dentro del sentido más puramente bohemio, por supuesto. Nada de chocarrería castiza de borrachines literatos, que nuestro Valle-Inclán era mucho Valle-Inclán. No era ningún cualquiera.
En el año 1920 el autor perteneciente a la Generación del 98 revolucionó el teatro español publicando Luces de bohemia y un subgénero que él mismo creó, el esperpento. Se acuñó el término del esperpento a una mordaz visión de la sociedad española, una deformación caricaturizada del habla y de sus gentes de un modo grotesco. En la obra encuentras esta teoría en la escena XII en la que el protagonista, que en seguida hablo de él, toma la palabra y dice:
«La tragedia nuestra no es una tragedia […]. El sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada. España es una deformación grotesca de la civilización europea».
La técnica de la deformación esperpéntica se produce de la transformación que sufren los rostros en los espejos cóncavos que decoraban los escaparates del callejón del Gato en Madrid. Esa visión deformada, junto con las imágenes grotescas de los cuadros de Goya (según el protagonista: «El esperpentismo lo ha inventado Goya») inspiró a nuestro Valle, que era un cachondo, no lo olvides, a desarrollar ese género.
Luces de bohemia trata sobre un escritor ciego, Max Estrella, un soñador perdido en Madrid y hambriento que, sin dinero, se deja guiar por un lazarillo, don Latino de Híspalis, a través de los callejones sombríos y tabernas del Madrid de la época. En su paseo nocturno se producen una serie de sucesos de lo más triviales donde, paradójicamente, es el ciego quien ve la verdad que rodea la sociedad; lo grotesco. En una taberna comparte charla con su buen amigo Rubén Darío, se cruza en su camino con unas prostitutas, coincide con un grupo de amigos cuyos cánticos revolucionarios le llevarán preso al calabozo… En fin, lo que suele dar de sí una noche madrileña. No me digas que no te sientes identificado con el pobre Max. Un pasaje de escenarios múltiples de técnica muy cinematográfica (y de compleja representación en teatros de la época) le llevará a un funesto desenlace que pone la guinda a este goyesco cuadro esperpéntico.
Luces de bohemia fue en mi instituto lectura obligada. Y la disfruté. Mucho. Años después, vuelvo a encontrarme con una edición de esas que da gusto tener por sus comentarios de texto, esta vez a cargo de Francisco Caudet, y la soberbia documentación y profesionalidad con la que analizan la obra. Leer un libro en las cuidadas ediciones de Cátedra es una apuesta ganadora segura. Tiene todos los detalles necesarios para la comprensión de la lectura, la trayectoria del autor, el contexto espacio-temporal y un análisis crítico en profundidad y de gran rigor para aprender con cada página. De mis años de estudio en Literatura Española, y que ahora he vuelto a retomar, Bécquer y Valle-Inclán siempre fueron mis favoritos; con quienes más disfrutaba leyendo sus obras, de quienes más me fascinaban sus biografías. Ya solo me queda tener la oportunidad de ver representada esta genial obra de teatro.
De Valle-Inclán me quedo con todo: con su obra esperpéntica o modernista pero sobre todo con su lenguaje avasallador y su capacidad metáforica.
Hola, Jorge.
Valle-Inclán consigue un magnetismo tal que pocos autores consiguen. Creo que su obra no envejece, al contrario, por técnica se adelantó a su tiempo y elevó el lenguaje español a una cota altísima. Siempre es una gran lectura.
Un saludo.