Nadie se muere de esto, de Fátima Casaseca

nadie se muere de estoNadie se muere de esto. De las lágrimas, de las sonrisas, del tiempo que pasas sin que nos demos cuenta, de no saber quiénes somos, de vivir y sobrevivir o, al menos, de intentar hacerlo. De ese intervalo en el que te das cuenta de lo que has hecho y no has hecho, de lo que te has perdido o has ganado, de estar triste y alegre, o incluso de lo que no has leído y sí has leído. Se suele decir que las lecturas vienen de improviso, que hay libros que aparecen por una razón determinada, sin que ésta tenga mucho que ver con lo que tú has decidido, pero ahí está, llamémoslo azar o simple suerte, el caso es que un libro aparece y lo hace en un momento determinado que hace que la historia que cuenta parezca, de alguna forma, la tuya. Este libro de Fátima Casaseca apareció de la nada, sin yo  haberlo esperado, sin tener constancia de que se publicaba, y apareció antes de tiempo. Y yo empecé a leerlo sin haber leído su sinopsis, sin haberme metido de lleno en lo que estaba a punto de descubrir, como quien lee por inercia, por ese afán de juntar letras y más letras. Y así es la vida – o así me imagino yo que tendría que ser siempre -. Y es que en la vida, de la misma forma en la que le sucede a la protagonista, no nos morimos de lo que a veces el día a día se empeña en ofrecernos. Porque al fin y al cabo, si somos parte de ellos, significa que estamos vivos. Cueste lo que cueste

Elena parece tener una vida apacible, casi diríamos que perfecta, pero está a punto de descubrir que su marido le ha sido infiel. Todo eso que ella pensaba que había vivido en la excelencia empieza a desmoronarse y tendrá que encontrar en el día a día, en lo que la rodea, la respuesta necesaria para ser feliz: que lo más importante es encontrarse una misma.

Las lecturas pueden pillarte en tu mejor día y celebrarlas o en un día malo y pensar que son una broma pesada. No hay un término medio – al menos para mí – a la hora de poder hablar de un libro. No suelo fijarme demasiado en el punto intermedio, en la zona gris de la lectura, y si un libro me resulta indiferente es que no ha conseguido lo que se proponía. Nadie se muere de esto me ha gustado, no sólo eso, me ha encantado por varios motivos que paso a resumir a continuación. El primero, porque es una historia tan real como posible. ¿Quién no ha tenido la duda instalada en su cerebro, en su vida, en aquello que está viviendo? El segundo, que entiende a la perfección que la literatura de entretenimiento es una buena motivación para entrar en la lectura, y que si, además, consigue hacerte responder a algunas preguntas que te estés planteando, bienvenido sea. El tercero, que sabe perfectamente en qué lides se está moviendo. No es una lectura complicada, y sí directa. Eso lo agradezco. Y mucho más teniendo en cuenta que no se mueve en el lastimero – a la par que enervante – universo de dar rodeos sin contarnos nada en absoluto. Hace un tiempo alguien me dijo que este tipo de literatura “no busca cambiar la vida de nadie” y aunque el fondo sea cierto, aunque la lectura de Fátima Casaseca no busque cambiar la vida de nadie, para mí hace algo mucho más importante: convertir la lectura en esa forma de que las horas pasen sin que nos demos cuenta y que, al cerrar el libro, éste se haya convertido en un compañero de viaje inmejorable.

Hablamos de todo y de nada a la vez. Nos enfrentamos a nosotros mismos sin tener una razón muy argumentada. Somos nuestros propios enemigos en una batalla constante por decirnos la verdad y escondérnosla. Y en esa realidad tan absurda que vivimos las lecturas son aquello en lo que nos refugiamos, en lo que intentamos evadir ese sentimiento de ansiedad que nos recubre la piel por momentos. Fátima Casaseca se marca una historia cercana, sencilla pero muy real sobre aquello que nos preguntamos y no queremos contestarnos porque, ya se sabe, ¿y si le verdad doliera demasiado, estaríamos dispuesta a afrontarla?

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